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Una latinista romana, Carla Milli, y un jurista paisa, David Sierra Sorockinas, me sorprendieron este año con un regio regalo de Reyes Magos. Se trata del Diccionario de Colombianismos, un ejemplar de la reimpresión (2019) de la 2ª edición. No se podían ellos ni de lejos imaginar lo feliz que me han hecho con él. Ocurre que tengo una curiosa relación con un precedente de este diccionario. Allá por 1991 o 1992 me encontraba por motivos profesionales en Augsburgo, en Baviera (a la que ustedes llaman Bavaria), y me enteré de que en el Departamento de Lenguas de aquella alma máter, dirigido por el profesor Günther Haensch, se estaba armando un Diccionario de Americanismos, cuyo primer volumen iba a ser justamente el de colombianismos, lo que no me extrañó nada al enterarme de que el profesor Haensch estaba casado con una colombiana.
Concerté por teléfono una cita con él y me recibió amabilísimo en el sanctasanctórum del Departamento, donde sobre las mesas se elevaban las torres de los ficheros con miles y miles de americanismos. Me ofreció además una mirada sobre el más adelantado de los trabajos, el de los colombianismos, y le hablé de mi estrecha relación con Colombia y de que estaba bastante familiarizado con muchos de ellos. Entonces me pidió que le dijera uno y él me mostraría su ficha. Le dije el primero que me vino a las mientes... ¡y no estaba fichado! Era “sanitario”, por retrete o WC. El pobre profesor quedó apabullado. Lo consolé diciéndole que en el Diccionario de la Real Academia, hasta la 20ª edición, la de 1984, faltaban muchas palabras de uso normal en España. Asombrado me pidió que le citase algunas. Le cité tan solo una: “Coño”. No se lo podía creer. Y ese fue mi aporte a su obra lexicográfica, el sustantivo “sanitario”.
Por cierto, veo en este que me han regalado ahora que se define al “sanitario” como “baño destinado al uso público”, pero mis tres primeros amigos colombianos, con quienes conviví casi un año en Berlín (Otto Gabriel Sabogal, de Calarcá; Hernando Oliveros, de Pereira, y Gustavo Restrepo, de Medellín), usaban la palabra para designar al de nuestro apartamento, que aunque muy frecuentado no era un lugar público. Lo digo porque cuando Otto, Hernando y yo alquilamos ese apartamento, muy pronto se armó la “república”. En poco tiempo nos convertimos en anfitriones de cuanto latino se parachutaba en Berlín, y como el espacio sobraba jamás hubo problema. Creo que nadie de quienes participamos en aquellas jornadas podrá jamás olvidar los días de nuestro paso por el # 10 de la Bellermannstrase, ni a la vieja portera berlinesa, la inolvidable Charlotte Köpping, que nos prohijó desde el vamos.