Don Paco Amighetti

Ricardo Bada
08 de febrero de 2019 - 02:00 a. m.

Si Francisco (don Paco) Amighetti hubiese nacido en Buenos Aires, en Bogotá, en Ciudad de México, en Madrid, seguramente habría gustado las mieles del éxito internacional que tanto mereció. Pero tuvo la mala fortuna de que lo nacieran en San José, de Costa Rica, y ahí puedes esperar a ser famoso como artista hasta el día del Juicio Final, ya bien entrada la tarde. Aun así, los japoneses, que tienen un olfato de primerísima categoría, fueron comprando todos los grabados de Francisco Amighetti que se les ponían a tiro.

A don Paco lo conocí en su atelier de La Paulina, cerca de San José, cuya dirección —en la vieja nomenclatura josefina— era “cincuenta varas al norte de La Mejoral”. Una dirección que fue, durante décadas, el santo y seña de la vida artística centroamericana, y todos los poetas que participaron en el homenaje a don Paco, cuando cumplió setenta años, hablaron de una u otra manera de aquellas cincuenta varas al norte de La Mejoral. El tiempo, que todo lo vuelve prosa, supo acabar por convertir esas entrañables coordenadas en “media cuadra al norte de la Sterling”, firma que unos gringos instalaron por aquellos pagos. Como estaba en San José en un viaje oficial de la Radio Deutsche Welle, cumpliendo un encargo de la Organización Mundial de la Salud, mi último día en Costa Rica, antes de ir a despedirme de don Paco, el protocolo me obligaba a despedirme también del embajador alemán. Para ello me vestí, pese al calor inenarrable, de terno y corbata, pensando ponerme cómodo, cambiar de ropa, después de la visita protocolaria. Pero la charla con el embajador (un tipo interesantísimo, en cuya casa en Alemania —muy cerca de la mía en Colonia— se rodaron casi todos los interiores de las películas de Rainer Werner Fassbinder) se prolongó y se prolongó, y después vino el endemoniado tráfico josefino; en fin, que no tuve tiempo de cambiar de ropa sino apenas de tomar el primer taxi posible para llegar puntual a casa de don Paco. Y al subir al taxi, el capricho de hacer una cita literaria: “Cincuenta varas al norte de La Mejoral”.

El taxista asintió sin extrañarse. Lo miré de reojo, le calculé medio siglo y pensé: “Qué bueno, de niño conoció la nomenclatura anterior”. Él, a su vez, viéndome tan de punta en blanco, me preguntó que si vivía “allá, cincuenta varas al norte de La Mejoral”. Le contesté que no, que solo iba a visitar a un amigo. “Ah —me dijo, todavía sugestionado por mi terno y mi corbata—, a don José Joaquín Trejos” (expresidente de la república y vecino de Amighetti). “No —le repliqué—, es alguien más importante”. “Ah —me dijo—, entonces es don Paco, el pintor”.

Sonreí feliz, como don Paco cuando se lo conté. Sí, alguien mucho más importante.

 

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