Dos discrepancias y un voto

Francisco Gutiérrez Sanín
15 de junio de 2018 - 02:00 a. m.
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A propósito de las elecciones del domingo, he oído y leído frecuentemente el siguiente lamento: como siempre, los colombianos votaremos no a favor sino contra alguien. Bueno, los colombianos, los gringos, los austríacos, los italianos y muchísima gente más. Uno vota tanto por lo que le atrae del candidato que ha escogido como por lo que no le gusta de las alternativas. Muchas veces las segundas razones son tan fuertes o más que las primeras. La política, siendo lo que es —una actividad compleja, peligrosa, opaca, profundamente impura: todas las características que la hacen tan importante y tan interesante—, ofrece con frecuencia más razones para temer que para entusiasmarse. En esta coyuntura hay tanto para lo uno como para lo otro; pero no me alarma que a millones los muevan distintos miedos. Sobre todo porque creo que al menos algunos de ellos están bien fundados. Esa es mi primera discrepancia.

La segunda es con la idea de que Uribe sólo representa el pasado. Cierto: si la expresión “viejo país” significa algo, entonces hay que buscarla en la campaña de Duque. Pero el uribismo a la vez representa una novedad esencial, que es importante no subestimar. El no caudillismo, la separación de poderes, la aceptación de pesos y contrapesos básicos, la alternación en el poder, ciertos límites en el discurso público, ciertas convenciones básicas, la idea de que hay hechos y verdades factuales: esto apareció mal que bien en múltiples posiciones y debates a lo largo de nuestra historia, y es lo que precisamente fue borrado de tajo por el libreto uribista. Va un ejemplo simple, entre muchos posibles, y a la vez aterrador e infame. Dice Uribe en un tuit apoyando a Duque: “Que no siga el deterioro en el campo, que no llegue la expropiación camuflada de compras en revólver, que se recupere el campo”. Esto es la creación de pánico por horrores imaginados de alguien que es culpable de los horrores reales que él mismo está describiendo. Pues la “expropiación camuflada de compras en revólver” (no comento la gramática, porque aquí se está masacrando mucho más que al español) ya ocurrió: cientos de miles de campesinos fueron sacados de sus tierras a punta de física bala, por gentes que al menos estaban habilitadas por la coalición uribista. Esto no es ningún misterio: Uribe mismo, así como muchos miembros del Centro Democrático, promovieron incansablemente durante años las cooperativas de seguridad Convivir, que están detrás del despojo y desplazamiento masivos que sufrió Colombia en los últimos lustros. Y aquí siempre, siempre —en efecto: no hay excepciones— que se trató de escoger entre víctimas y victimarios, entre matoneados y matones, entre expropiados y expropiadores, la primera reacción de Uribe y su coalición fue apoyar a los segundos contra los primeros. Cosa que está plenamente vigente: ya el uribismo ha vuelto a flotar, como un siniestro globo de prueba, la idea de revivir las cooperativas de seguridad en el campo.

Por cosas como estas es que el domingo voto Petro. Tengo muchos otros argumentos, y se podrían invocar también algunos bastante básicos pero válidos (simple hastío: ¿no les parece que ya está bueno del “presidente eterno” con sus alaridos y mohines, que ya basta de la repetición de la repetidera?). Pero hay aún otro fundamental: el uribismo es un movimiento con un fuerte espíritu antidemocrático, con miles de deudas por cobrar y de odios por desahogar. Por eso en este partido trascendental —si me permiten la metáfora de moda— cuentan no sólo los tres puntos sino el gol de diferencia: si llega a ganar Duque, es clave que la ventaja a su favor no sea muy grande. Verá entonces que hay un país considerable con otra mentalidad y otras opciones, y que no podrá hacer lo que le da la gana. Este domingo, no hay voto perdido por Petro.

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