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El analista político Moisés Naím de Venezuela presentará este mes en Cartagena, en el Hay Festival, su primera novela titulada Dos espías en Caracas. Este es un thriller divertido, con una prosa que fluye y una trama que me cautivó, al punto de leerlo casi de corrido durante los primeros días del año. Me gustó, aprendí y lo recomiendo.
Debo señalar que en las primeras páginas tuve en mente todo el tiempo la novela de Mario Vargas Llosa La fiesta del Chivo. Tal vez la razón es que también esta novela gira en torno a un caudillo. Pero la comparación es injusta. Ni Naím escribió esta obra para ganarse un Premio Nobel de Literatura, ni Vargas Llosa quería estudiar el proceso de consolidación de la hegemonía de Trujillo en República Dominicana. Lo que sí parece querer hacer Naím, y creo que lo logra, es explicar cómo una democracia limitada y con enormes falencias institucionales, pero de todas maneras democracia, termina en el peor desastre económico en la historia de nuestro continente, tanto por su duración como por su intensidad. Ni siquiera durante la Gran Depresión hubo en nuestra región un retroceso económico y del nivel de vida del tamaño de lo que se ha visto en Venezuela en el último quinquenio.
El libro de Moisés Naím me gustó debido a que la narración lineal de cómo fueron sucediendo los hechos me dejó ver algo del bosque y no solo los árboles que ya conocía por la prensa y conversaciones esporádicas con amigos o profesionales de ese país, a propósito de la evolución política de Venezuela. Confieso que sentí tristeza al repasar estos eventos que han conducido a su actual crisis humanitaria.
Pero lo que más me sorprendió de la novela Dos espías en Caracas es que capta de forma muy contundente el papel definitivo de los cubanos en todo este proceso. Es como una fábula del pordiosero ilustrado llevando en la oscuridad al ricachón tosco, resentido e ignorante.
Habría que señalar que, aunque compartimos tantas cosas, lengua, idioma, historia, geografía, hasta padre de la patria y colores de la bandera, las tradiciones políticas de Colombia y Venezuela son muy diferentes. Tal vez esto queda muy bien ilustrado al señalar que la obra más original sobre pensamiento político de un autor venezolano es el libro Cesarismo democrático (1919), de Laureano Vallenilla Lanz. En esa obra el autor defendió la figura del caudillo como una “necesidad social” en nuestro medio. Sin embargo, como lo señaló Eduardo Santos en un debate en 1920 con Vallenilla Lanz, el supuesto carácter democrático del cesarismo no provendría del respeto por las reglas de la democracia, sino en que cualquier hijo del pueblo —por ignorante que sea, agregaría yo— podría ser el César.
La novela de Naím nos ayuda a entender por qué siguen siendo válidos los argumentos de Eduardo Santos en su debate con Vallenilla.