26 de septiembre de 2016
Este lunes en Cartagena Colombia se presentará ante el mundo como un país dispuesto a transformar la dura realidad con la que ha sido identificado por ese mundo, como un país capaz de buscar y encontrar acuerdos para superarla, y una nación que no se va a quedar estancada en el pasado.
El Espectador
Lo que sucederá en Cartagena este lunes —26 de septiembre de 2016, vale la pena grabar esa fecha para siempre— lo estábamos esperando los colombianos desde hace muchísimo tiempo; desde siempre, la mayoría. Dos enemigos que utilizaron todas las armas posibles para intentar acabar el uno con el otro, dejando en el camino un rastro de sangre y dolor que ha marcado nuestro destino, nuestra cultura, nuestra vida en sociedad, se presentan ante el mundo mañana para contarle que están de acuerdo en una manera de abandonar el camino de las armas. ¡Sencillamente histórico!
Sí, cierto es que falta que el país concuerde con ellos en que esa es una manera aceptable y preferible de transitar hacia la reconciliación, y falta también que, una vez ratificado por el pueblo, los buenos propósitos de ese acuerdo minuciosamente negociado se puedan implementar, tanto para superar las causas que generaron el conflicto como para imponer las transformaciones indispensables que este país requiere y que el mismo conflicto ha obligado a que se aplacen. Con todo, la firma entre el Gobierno y las Farc de un acuerdo para dar fin al conflicto es algo que hace apenas unos cuantos años parecía impensable.
Han surgido, siempre surgen, en los días previos a esta celebración de Colombia para el mundo, las aves de mal agüero. Voces que o bien no entienden el significado de lo que ocurrirá mañana o bien están decididas a torpedear cualquier posibilidad negociada de terminar esta tragedia. Y que, entonces, han querido disfrazar la firma del acuerdo como un simple acto de campaña por el Sí en el plebiscito de la próxima semana. Un par de expresidentes, incluso, llegaron a la osadía de tratar de espantar a los ilustres visitantes internacionales con la peregrina amenaza de que su presencia sería una intromisión indebida en la política interna de Colombia. ¡Tamaño despropósito!
No, lo que sucede mañana no es un acto político del presidente Juan Manuel Santos, que por lo demás bien merecido tendría todo el reconocimiento por este empeño trascendental que ha sabido llevar con su equipo hasta el punto final. No. Lo que sucederá este lunes en Cartagena es que Colombia se presentará ante el mundo como un país dispuesto a transformar la dura realidad con la que ha sido identificado por ese mundo, como un país capaz de buscar y encontrar acuerdos para superarla, y una nación que no se va a quedar estancada en el pasado. Y esa comunidad internacional no sólo está pendiente de presenciar la transformación, sino que ya ha confiado en que somos capaces siendo, como ha sido, el jarillón que mantuvo durante estos años de negociación a ese par de enemigos dentro del mismo cauce. Su presencia, su acompañamiento, su creatividad han sido la mayor garantía para este acuerdo.
Muy respetable y válido es estar en la oposición a ese acuerdo como quedó firmado, pero intentar manchar la firma de este acuerdo sólo puede caber en mentes muy pequeñas, o muy perversas, o una combinación de ambas. Tanto más en cuanto ha sido muy largo el camino, muchos los pasos que se han dado en muy diferentes momentos, aunque fallidos al final, en la esperanza de llegar a una paz negociada. Pasos que, qué duda cabe, contribuyeron a que hoy sea posible pensar en su realización. Incluidos, ¡cómo no!, los pasos que dieron esos mismos expresidentes que hoy se niegan a caminar con la historia.
Quizás este esfuerzo monumental termine en otro fracaso en el plebiscito la próxima semana. Sí, es posible. Con todo, lo alcanzado, lo que se corroborará mañana, es un avance sin precedentes que todos los colombianos —incluso quienes no aceptan ese acuerdo— deberíamos celebrar juntos.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
Lo que sucederá en Cartagena este lunes —26 de septiembre de 2016, vale la pena grabar esa fecha para siempre— lo estábamos esperando los colombianos desde hace muchísimo tiempo; desde siempre, la mayoría. Dos enemigos que utilizaron todas las armas posibles para intentar acabar el uno con el otro, dejando en el camino un rastro de sangre y dolor que ha marcado nuestro destino, nuestra cultura, nuestra vida en sociedad, se presentan ante el mundo mañana para contarle que están de acuerdo en una manera de abandonar el camino de las armas. ¡Sencillamente histórico!
Sí, cierto es que falta que el país concuerde con ellos en que esa es una manera aceptable y preferible de transitar hacia la reconciliación, y falta también que, una vez ratificado por el pueblo, los buenos propósitos de ese acuerdo minuciosamente negociado se puedan implementar, tanto para superar las causas que generaron el conflicto como para imponer las transformaciones indispensables que este país requiere y que el mismo conflicto ha obligado a que se aplacen. Con todo, la firma entre el Gobierno y las Farc de un acuerdo para dar fin al conflicto es algo que hace apenas unos cuantos años parecía impensable.
Han surgido, siempre surgen, en los días previos a esta celebración de Colombia para el mundo, las aves de mal agüero. Voces que o bien no entienden el significado de lo que ocurrirá mañana o bien están decididas a torpedear cualquier posibilidad negociada de terminar esta tragedia. Y que, entonces, han querido disfrazar la firma del acuerdo como un simple acto de campaña por el Sí en el plebiscito de la próxima semana. Un par de expresidentes, incluso, llegaron a la osadía de tratar de espantar a los ilustres visitantes internacionales con la peregrina amenaza de que su presencia sería una intromisión indebida en la política interna de Colombia. ¡Tamaño despropósito!
No, lo que sucede mañana no es un acto político del presidente Juan Manuel Santos, que por lo demás bien merecido tendría todo el reconocimiento por este empeño trascendental que ha sabido llevar con su equipo hasta el punto final. No. Lo que sucederá este lunes en Cartagena es que Colombia se presentará ante el mundo como un país dispuesto a transformar la dura realidad con la que ha sido identificado por ese mundo, como un país capaz de buscar y encontrar acuerdos para superarla, y una nación que no se va a quedar estancada en el pasado. Y esa comunidad internacional no sólo está pendiente de presenciar la transformación, sino que ya ha confiado en que somos capaces siendo, como ha sido, el jarillón que mantuvo durante estos años de negociación a ese par de enemigos dentro del mismo cauce. Su presencia, su acompañamiento, su creatividad han sido la mayor garantía para este acuerdo.
Muy respetable y válido es estar en la oposición a ese acuerdo como quedó firmado, pero intentar manchar la firma de este acuerdo sólo puede caber en mentes muy pequeñas, o muy perversas, o una combinación de ambas. Tanto más en cuanto ha sido muy largo el camino, muchos los pasos que se han dado en muy diferentes momentos, aunque fallidos al final, en la esperanza de llegar a una paz negociada. Pasos que, qué duda cabe, contribuyeron a que hoy sea posible pensar en su realización. Incluidos, ¡cómo no!, los pasos que dieron esos mismos expresidentes que hoy se niegan a caminar con la historia.
Quizás este esfuerzo monumental termine en otro fracaso en el plebiscito la próxima semana. Sí, es posible. Con todo, lo alcanzado, lo que se corroborará mañana, es un avance sin precedentes que todos los colombianos —incluso quienes no aceptan ese acuerdo— deberíamos celebrar juntos.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.