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El presidente de la República, Gustavo Petro, debe tomar una decisión. Con tan solo dos años por delante en su tiempo en la Casa de Nariño, no es claro si elegirá su discurso más radical, dogmático y populista, en donde hemos paseado de una Asamblea Nacional Constituyente a un fast track con altos tintes de frustración, o su perfil estadista, realista y pragmático, capaz de construir apoyos amplios en el Congreso y aprobar reformas ambiciosas aunque imperfectas, como la pensional. Sabiendo que el último año de mandato lo consume la campaña electoral para reemplazarlo, queda poco para que el mandatario le encuentre rumbo a su legado.
Los dos años que culminan hoy han sido de cambios sorpresivos en el discurso, pero no como prometió el presidente cuando recibió la noticia de su elección. Entró a la Casa de Nariño con la vocación de construir consensos, un amplio acuerdo político, dejando en cargos importantes a personas de tradición liberal que le podían dar diversidad al gabinete, pero duró poco. A pesar de haber logrado una reforma tributaria a los pocos meses de llegar a la Presidencia, el ministro de Hacienda que la dirigió, José Antonio Ocampo, tuvo que salir por la puerta de atrás en medio de peleas que solo se han vuelto más hostiles. Lo mismo ha ocurrido con los demás que han dejado el barco, ya sea porque fueron considerados “traidores” de la causa del petrismo o porque cayeron en escándalos impresentables. Algunos ministerios, como el del Deporte y el de Educación, han tenido tantos cambios que es imposible reconocerles mayores éxitos. Otros, como el de Salud, han quemado puentes y dejado muy solo en ocasiones al presidente.
A pesar de lo anterior hay logros. Además de la reforma tributaria, la pensional es un avance histórico en un tema que llevaba varios gobiernos estancado. No soluciona todos los problemas, es claro, y su vigencia sigue en duda mientras la Corte Constitucional la analiza, pero es un gran paso en la dirección correcta. Las cifras de pobreza, el manejo de la inflación y la responsabilidad macroeconómica son, hasta ahora, los mayores éxitos. Empero, queda la sensación de que las principales ambiciones reformistas siguen en veremos. Por eso es tan importante saber cuál será la estrategia para cumplir con el mandato recibido en las urnas.
El nombramiento de Juan Fernando Cristo en el Ministerio del Interior y de Luis Gilberto Murillo en la Cancillería muestran que el presidente Petro sí puede ser pragmatista. En pocas semanas, el ministro Cristo ha reconstruido alianzas y su experticia puede jugar a favor al Gobierno. El canciller, por su parte, ha fomentado una posición prudente, lejos de aspavientos, con Venezuela, mostrándole al mandatario que puede tener influencia a pesar de no ser tan exitoso en X. El problema es que todo eso se puede perder si vuelve la intransigencia, si hay una salida en falso en público, si se insiste en asambleas constituyentes, en fast tracks o, como pretenden algunos gobiernistas lisonjeros, en reelección inmediata.
A Colombia le serviría mucho un presidente reformista más concentrado en lo posible que en lo retórico, capaz de aprobar reformas consensuadas y no dogmáticas. Las buenas ideas están sobre la mesa y la capacidad política en el Congreso está probada, solo falta la voluntad del presidente. Tiene el reloj en contra.
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