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Otra vez vuelve el Congreso a discutir un proyecto para permitir la comercialización del cannabis con fines recreativos. Otra vez surgen los autoproclamados faros de la moral para esgrimir argumentos caducos sobre cómo no podemos aprobar tal despropósito. Otra vez las expectativas de sintonizar a Colombia con las tendencias internacionales tienen pocas posibilidades de cumplirse. Aun así, es necesario insistir. Qué gran aporte le harían al país los congresistas en sus últimas legislaturas y el presidente Iván Duque en su último año si dejaran a un lado los prejuicios, los temores y apoyaran de manera irrestricta esta medida. Sería una de las piezas de legislación con más impacto inmediato y a futuro en el país. Sería un acierto histórico. ¿Por qué no hacerlo en esta ocasión?
Cada tanto tenemos que volver en estas páginas al mismo tema. Recién empezado el período del presente Congreso, un grupo de congresistas de distintos partidos anunciaron con bombos y platillos la presentación de un proyecto ambicioso de regulación. Terminó en nada. Después se volvió a intentar, se avanzó un poco y finalmente, con una votación estrecha, se estrelló con unos legisladores atrincherados en el pasado. Pese a esto, es momento de avanzar.
Hace poco, el gobierno de Iván Duque firmó un decreto clave para la producción industrial del cannabis medicinal y la exportación de la flor seca de la planta. Se trata de un reconocimiento explícito de lo que los congresistas conservadores niegan: Colombia se ha ido consolidando como un referente de la producción de cannabis legal. Es apenas lógico. Tenemos los climas apropiados, tenemos los conocimientos históricos, tenemos amplias y generosas regulaciones. La inversión extranjera legal que ha entrado al país por este tema ha creado empleos y formado un mercado de unos cinco millones de personas en torno al cannabis medicinal. Aprobar el uso recreativo es un paso lógico que podría fortalecer la economía nacional y crear una excelente fuente de ingresos a futuro.
Dicen quienes se oponen a esta iniciativa que respaldarla es hacerle un favor al narcotráfico. Todo lo contrario. Construir un mercado legal es instaurar más controles y regulaciones, respaldar los emprendimientos formales y restarles oxígeno a los criminales.
También argumentan que regular el uso recreativo es afectar a niños, niñas y adolescentes. Otro error. Con vigilancia estricta y reglas claras podemos proteger a los menores de edad, financiar campañas de educación que son la herramienta más efectiva y evitar los peores efectos de las adicciones.
El mundo corre hacia la regulación del cannabis. Estados Unidos está repleto de nuevos emprendimientos, todos muy rentables, gracias a la flexibilización de las prohibiciones. Los estudios científicos acompañan la idea de que el cannabis no puede compararse con las drogas duras. Su realidad es análoga a lo que ocurre con el alcohol. ¿Por qué los congresistas se sienten cómodos haciendo lobby y política entre tragos, pero le niegan al país la posibilidad de ejercer autonomía en el consumo de cannabis?
Tenemos muchas taras heredadas por años y años de una cruenta guerra contra las drogas. Es tiempo de cambiar de enfoque para no quedarnos de un bus que ya tomó camino en el mundo.
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