Algo ya iba mal
Numerosos analistas han presentado en días pasados lo que consideran un desplome del nivel que tenía el país en el índice de desempeño ambiental, conocido como EPI por sus siglas en inglés, trabajado por las universidades de Yale y Columbia.
El Espectador
Es un hecho que Colombia pasó del segundo al decimocuarto puesto a nivel regional y que ocupamos un bajísimo lugar en cinco de los nueves indicadores temáticos. En el nivel mundial, hoy estamos de 85 entre 176 países, sin que ninguno de los presuntos responsables algo hayan dicho. Se entiende, estamos en época preelectoral…
Con todo, una revisión fría del indicador nos lleva a afirmar que no se trató de un “desplome” sino de un “sinceramiento”. La aplicación del conjunto del índice entre 2008 y 2014 no sería comparable, aunque sí lo serían algunos indicadores individuales.
La cruda realidad de la medición es que en temas de gestión climática y de energía estamos mal. El indicador de cobertura forestal, que antes sólo medía la cantidad absoluta y hoy mide la relación entre bosque y agua, nos hizo descender abruptamente. Si el índice de 2008 nos situaba muy alto por la parte limpia de nuestro país —una proporción todavía alta del territorio cubierto de ecosistemas naturales—, el índice de 2014 muestra que en la parte más habitada de nuestro territorio venimos creado un ambiente sucio.
Los nuevos indicadores relacionados demuestran un bajo lugar en impactos ambientales sobre la salud humana, la calidad del aire, el agua potable y el saneamiento básico.
Solamente superamos a algunos países de la región en el manejo de pesquerías marinas. Hay que señalar que el EPI no da peso a las pesquerías continentales, lo cual nos “favorece” frente a la operación estadística, pues el Instituto Humboldt viene ilustrando científicamente el proceso de colapso de los recursos hidrobiológicos continentales, con el riesgo de extinción avanzado de algunas especies. Así, un puesto relativamente más alto que algunos países de la región no es síntoma halagüeño, pues en muchos casos el índice sólo refleja la existencia del atributo y no la gestión del mismo.
Seguimos altos en el tema de bosques, porque todavía por fortuna hay muchos, no necesariamente porque tengamos una gestión eficiente. Sigue la deforestación y no hemos adoptado una policía forestal. Igual podríamos decir del índice de biodiversidad, principalmente centrado en las áreas protegidas. Así las cosas, el mejoramiento de la información y el refinamiento del índice para abarcar más temas no es en sí mismo un colapso en la gestión ambiental, sino un sinceramiento de cosas que ya venían mal. En realidad, bien leído, indica que nunca las cosas estuvieron tan bien como antes lo sugería.
La propuesta es tomar el EPI como indicador general para compararnos. Que sea un tema de opinión, y de rendición de cuentas, más allá de la fácil y devaluada retórica ambiental. Un índice que agrupa atributos a nivel nacional, sin embargo, no debería ser la única fuente de seguimiento, pues nuestro país todavía tiene situaciones contrastantes: por un lado, contamos con algunas de las áreas naturales más extensas y diversas del mundo, y por el otro, tenemos un territorio habitado que ostenta ya una enorme huella ecológica acumulada. El problema no es el presunto desplome, sino la trayectoria que hemos tomado, que primero produce crisis en lo local, antes de llegar al índice de las prestigiosas universidades.
Para la prosperidad y la paz para todos, hay evidencia suficiente de que es necesario contar con el potencial y la fragilidad ambiental del país. Una reflexión para este 2014, cuando celebramos 20 años de la creación del Sistema Nacional Ambiental, con la promesa no cumplida de revisar la institucionalidad ambiental, en particular la reforma de las CAR. Así, el verdadero desplome ambiental podría venir de la reedición de la misma política en el período presidencial que viene.
Es un hecho que Colombia pasó del segundo al decimocuarto puesto a nivel regional y que ocupamos un bajísimo lugar en cinco de los nueves indicadores temáticos. En el nivel mundial, hoy estamos de 85 entre 176 países, sin que ninguno de los presuntos responsables algo hayan dicho. Se entiende, estamos en época preelectoral…
Con todo, una revisión fría del indicador nos lleva a afirmar que no se trató de un “desplome” sino de un “sinceramiento”. La aplicación del conjunto del índice entre 2008 y 2014 no sería comparable, aunque sí lo serían algunos indicadores individuales.
La cruda realidad de la medición es que en temas de gestión climática y de energía estamos mal. El indicador de cobertura forestal, que antes sólo medía la cantidad absoluta y hoy mide la relación entre bosque y agua, nos hizo descender abruptamente. Si el índice de 2008 nos situaba muy alto por la parte limpia de nuestro país —una proporción todavía alta del territorio cubierto de ecosistemas naturales—, el índice de 2014 muestra que en la parte más habitada de nuestro territorio venimos creado un ambiente sucio.
Los nuevos indicadores relacionados demuestran un bajo lugar en impactos ambientales sobre la salud humana, la calidad del aire, el agua potable y el saneamiento básico.
Solamente superamos a algunos países de la región en el manejo de pesquerías marinas. Hay que señalar que el EPI no da peso a las pesquerías continentales, lo cual nos “favorece” frente a la operación estadística, pues el Instituto Humboldt viene ilustrando científicamente el proceso de colapso de los recursos hidrobiológicos continentales, con el riesgo de extinción avanzado de algunas especies. Así, un puesto relativamente más alto que algunos países de la región no es síntoma halagüeño, pues en muchos casos el índice sólo refleja la existencia del atributo y no la gestión del mismo.
Seguimos altos en el tema de bosques, porque todavía por fortuna hay muchos, no necesariamente porque tengamos una gestión eficiente. Sigue la deforestación y no hemos adoptado una policía forestal. Igual podríamos decir del índice de biodiversidad, principalmente centrado en las áreas protegidas. Así las cosas, el mejoramiento de la información y el refinamiento del índice para abarcar más temas no es en sí mismo un colapso en la gestión ambiental, sino un sinceramiento de cosas que ya venían mal. En realidad, bien leído, indica que nunca las cosas estuvieron tan bien como antes lo sugería.
La propuesta es tomar el EPI como indicador general para compararnos. Que sea un tema de opinión, y de rendición de cuentas, más allá de la fácil y devaluada retórica ambiental. Un índice que agrupa atributos a nivel nacional, sin embargo, no debería ser la única fuente de seguimiento, pues nuestro país todavía tiene situaciones contrastantes: por un lado, contamos con algunas de las áreas naturales más extensas y diversas del mundo, y por el otro, tenemos un territorio habitado que ostenta ya una enorme huella ecológica acumulada. El problema no es el presunto desplome, sino la trayectoria que hemos tomado, que primero produce crisis en lo local, antes de llegar al índice de las prestigiosas universidades.
Para la prosperidad y la paz para todos, hay evidencia suficiente de que es necesario contar con el potencial y la fragilidad ambiental del país. Una reflexión para este 2014, cuando celebramos 20 años de la creación del Sistema Nacional Ambiental, con la promesa no cumplida de revisar la institucionalidad ambiental, en particular la reforma de las CAR. Así, el verdadero desplome ambiental podría venir de la reedición de la misma política en el período presidencial que viene.