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                                                                                                                                Álvaro Mutis (1923-2013)

                                                                                                                                El domingo pasado nos enteramos, ya casi concluida la tarde, de que el escritor colombiano Álvaro Mutis había muerto en México, a los 90 años de edad.

                                                                                                                                El Espectador

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Trabajó en varias partes: en El Espectador, en la radioemisora Nuevo Mundo, en la petrolera Esso, donde fue acusado en 1954 por malversación de fondos y se fue a México por recomendación de su familia. Allá, por una orden de captura internacional, fue puesto tras las rejas; y, de nuevo, surgió la literatura, para salvarlo: Diario de Lecumberri, una propuesta autobiográfica, apareció luego de esos 16 meses de encierro que, según contó Gabriel García Márquez, fueron los más felices de su vida.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                No solamente era cargar consigo a sus viajes a Herman Melville, Charles Dickens, Joseph Conrad, Alexander Pushkin, Antoine de Saint-Exupéry, Antonio Machado, entre otros, ni tampoco era su capacidad de leerse de una sola sentada En busca del tiempo perdido de Proust; era la forma en la que transmitía a los demás el amor que sentía por la literatura. La forma en la que instigaba a las demás personas para que se dejaran llevar por el río de la prosa o de la poesía.

                                                                                                                                Seducía a los demás a que ellos también entraran por ese sendero. García Márquez lo recuerda así en el prólogo al libro La mansión de Araucaima: relato gótico de tierra caliente y otros: “Nadie se ha beneficiado más que yo de esa escasa virtud. Ya conté alguna vez que fue Álvaro quien me llevó mi primer ejemplar de Pedro Páramo y me dijo: ‘Ahí tiene, para que aprenda’. Nunca se imaginó en la que se había metido. Pues con la lectura de Juan Rulfo aprendí no sólo a escribir de otro modo, sino a tener siempre listo un cuento distinto para no contar el que estoy escribiendo”. Ahí estaba, pues, también, el maestro.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Paz en su tumba.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Trabajó en varias partes: en El Espectador, en la radioemisora Nuevo Mundo, en la petrolera Esso, donde fue acusado en 1954 por malversación de fondos y se fue a México por recomendación de su familia. Allá, por una orden de captura internacional, fue puesto tras las rejas; y, de nuevo, surgió la literatura, para salvarlo: Diario de Lecumberri, una propuesta autobiográfica, apareció luego de esos 16 meses de encierro que, según contó Gabriel García Márquez, fueron los más felices de su vida.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                No solamente era cargar consigo a sus viajes a Herman Melville, Charles Dickens, Joseph Conrad, Alexander Pushkin, Antoine de Saint-Exupéry, Antonio Machado, entre otros, ni tampoco era su capacidad de leerse de una sola sentada En busca del tiempo perdido de Proust; era la forma en la que transmitía a los demás el amor que sentía por la literatura. La forma en la que instigaba a las demás personas para que se dejaran llevar por el río de la prosa o de la poesía.

                                                                                                                                Seducía a los demás a que ellos también entraran por ese sendero. García Márquez lo recuerda así en el prólogo al libro La mansión de Araucaima: relato gótico de tierra caliente y otros: “Nadie se ha beneficiado más que yo de esa escasa virtud. Ya conté alguna vez que fue Álvaro quien me llevó mi primer ejemplar de Pedro Páramo y me dijo: ‘Ahí tiene, para que aprenda’. Nunca se imaginó en la que se había metido. Pues con la lectura de Juan Rulfo aprendí no sólo a escribir de otro modo, sino a tener siempre listo un cuento distinto para no contar el que estoy escribiendo”. Ahí estaba, pues, también, el maestro.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Paz en su tumba.

                                                                                                                                Por El Espectador

                                                                                                                                Temas recomendados:

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