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La subida de tono en la disputa pública entre el expresidente Álvaro Uribe y el presidente Gustavo Petro muestra el giro hacia el populismo que ambos caudillos han tomado en los últimos meses. La irresponsabilidad discursiva del líder del Centro Democrático fue recibida con la ya habitual falta de mesura del actual mandatario. En el medio, la crisis de seguridad del país y una polarización cada vez más marcada.
El expresidente Uribe, que había mostrado un tono conciliador y poco crítico en el tiempo que lleva la administración Petro, decidió lanzar fuertes acusaciones. En una visita universitaria, dijo: “Lo peor de las Fuerzas Armadas es quedarse quietas por la orden de un Gobierno, mientras ese Gobierno ha estimulado al ELN y al movimiento popular del ELN a que presionen con armas una constituyente”. También insistió en que es momento de ver la cercanía del actual Gobierno con los mecanismos de actuar del castrochavismo. Sin pruebas, citando fuentes anónimas que le cuentan que a las Fuerzas Armadas no las dejan actuar, el líder del Centro Democrático está sembrando la idea de que hay una conspiración entre los grupos criminales y el Gobierno para desestabilizar. En el marco de los policías asesinados en Cauca, se trata de una acusación temeraria, irresponsable y que radicaliza a la oposición.
Ahora, el presidente Petro y el Pacto Histórico aprovecharon la declaración para insistir en la idea de que hay un golpe (ya no tan blando) en curso contra el mandatario. El embajador de Colombia en Londres, Roy Barreras, afirmó que el expresidente Uribe dio declaraciones que “cruzan el límite del golpismo. Los ciudadanos tienen derecho a exigir seguridad, pero un expresidente no puede olvidar que las Fuerzas Militares no son deliberantes y menos contradictorias”. Mientras tanto, el presidente Petro compartió los artículos 467 y 468 del Código Penal, donde se establece que el delito de rebelión o de sedición lleva a prisión de cuatro meses a dos años. Una amenaza poco disimulada con cárcel a uno de los líderes más visibles de la oposición.
El problema, entonces, es que ante una declaración radical el presidente aprovecha para responder con su propio estilo de populismo. Es previsible: tanto el exmandatario como el actual ven la oportunidad de construir en el otro a un enemigo fácil de reconocer, de estigmatizar y de atacar. Había sido extraña la pasividad con la que se trataron en el primer año y medio del Gobierno Petro, pero ahora, cuando ambos están asediados por la baja popularidad, tiene réditos políticos intercambiar ataques. Al Centro Democrático le sirve posicionarse como la alternativa a la actual administración, mientras que el petrismo revive a su viejo contrincante y caballito de batalla. Ganan políticamente, pero pierde el país.
No sobra, en todo caso, insistir en la mesura, en especial con la oposición política. Con las Fuerzas Armadas no se juega y menos en un país que está en medio de tragedias. Las acusaciones de ese estilo lo único que logran es sembrar terror entre las personas. Esa estrategia puede dar ventajas electorales, pero a costa del bienestar nacional. Las críticas son bienvenidas y, por supuesto, no deben ser recibidas con amenazas de cárcel, pero hay una responsabilidad que no se debe abandonar, por más rechazo que les produzca el actual mandatario.
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