Los foros electrónicos: ¿democracia o intolerancia?
LOS FOROS ELECTRÓNICOS DE LA PRENSA COLOMbiana, incluidos los de este diario, se han convertido en intercambios de insultos entre unos cuantos participantes anónimos.
El Espectador
Los argumentos brillan por su ausencia. Las razones son cada vez más escasas. Los comentarios sobre la opinión o la noticia en cuestión son muy pocos, constituyen una minoría inaudible en medio de la ensordecedora gritería. La falta de ponderación, la agresividad y la intolerancia son las características más notables de los foros electrónicos. Los foristas, para usar la expresión feliz de Fernando Vallejo, parecen tener muy desarrollado el sentido del insulto.
Las causas de la degradación de los foros, de la transformación de un espacio democrático en un paradigma de la intolerancia, son complejas. Probablemente la impunidad que confiere el anonimato revela un aspecto oscuro de la naturaleza humana. Los foristas, protegidos por sus máscaras electrónicas, dan rienda suelta a sus odios y rencores. La polarización ideológica, agravada por los insultos consuetudinarios entre los líderes de la política —los llamados a dar ejemplo—, también puede haber contribuido a la degradación. Los foros parecen muchas veces una confrontación grotesca (casi cómica) entre la izquierda iracunda y la derecha furibunda. Los foros muestran que los rencores, los odios acumulados por muchas décadas de conflicto e injusticias, están a flor de piel.
Los medios de comunicación enfrentamos una situación difícil, un problema sin solución expedita. Algunos proponen simplemente dejar las cosas como están, apelar a la indiferencia, a una tolerancia distante que condena la degradación pero se declara sin muchos instrumentos para combatirla. Otros opinan que es necesario imponer límites estrictos. Algunos columnistas de otros medios han restringido completamente los espacios de comentarios en sus columnas. En este diario, varios columnistas, cansados de los insultos, han hecho peticiones similares. Hasta ahora, este diario ha decidido mantener la participación sin restricciones. Pero, sin duda, no estamos satisfechos con la degradación de los foros.
Nos preocupa, en particular, la posibilidad de un círculo vicioso, de una situación en la cual las voces moderadas o las de quienes desean expresar sus opiniones o exponer sus convicciones sin caer en el insulto fácil se retiran, desisten, decepcionadas por el nivel de la discusión. Retirados los moderados y los respetuosos de las formas mínimas de la decencia, los foros se convierten, simplemente, en el intercambio de insultos de una minoría rabiosa. Los insultos desplazan las opiniones y las opiniones desplazadas les abren espacio a más insultos. Así, lo que fue concebido como un espacio democrático, se convierte en un escenario de la intolerancia.
El Espectador seguirá firme en su política de permitir la participación en todos los espacios (incluidos, por supuesto, los de opinión), de entregarles a nuestros lectores un ámbito para el ejercicio de la libre expresión. Pero también queremos enfatizar nuestro derecho a suprimir los comentarios que se consideren indebidos. Los insultos y los agravios no serán, en general, permitidos. Queremos, finalmente, hacer un llamado al respeto, al buen uso de los foros electrónicos. La discusión respetuosa, vehemente pero sujeta a los límites de la decencia, es una forma de construir democracia. El irrespeto repetido de la persona ajena y la opinión contraria es una forma de destruirla. Los foristas tienen la palabra.
Los argumentos brillan por su ausencia. Las razones son cada vez más escasas. Los comentarios sobre la opinión o la noticia en cuestión son muy pocos, constituyen una minoría inaudible en medio de la ensordecedora gritería. La falta de ponderación, la agresividad y la intolerancia son las características más notables de los foros electrónicos. Los foristas, para usar la expresión feliz de Fernando Vallejo, parecen tener muy desarrollado el sentido del insulto.
Las causas de la degradación de los foros, de la transformación de un espacio democrático en un paradigma de la intolerancia, son complejas. Probablemente la impunidad que confiere el anonimato revela un aspecto oscuro de la naturaleza humana. Los foristas, protegidos por sus máscaras electrónicas, dan rienda suelta a sus odios y rencores. La polarización ideológica, agravada por los insultos consuetudinarios entre los líderes de la política —los llamados a dar ejemplo—, también puede haber contribuido a la degradación. Los foros parecen muchas veces una confrontación grotesca (casi cómica) entre la izquierda iracunda y la derecha furibunda. Los foros muestran que los rencores, los odios acumulados por muchas décadas de conflicto e injusticias, están a flor de piel.
Los medios de comunicación enfrentamos una situación difícil, un problema sin solución expedita. Algunos proponen simplemente dejar las cosas como están, apelar a la indiferencia, a una tolerancia distante que condena la degradación pero se declara sin muchos instrumentos para combatirla. Otros opinan que es necesario imponer límites estrictos. Algunos columnistas de otros medios han restringido completamente los espacios de comentarios en sus columnas. En este diario, varios columnistas, cansados de los insultos, han hecho peticiones similares. Hasta ahora, este diario ha decidido mantener la participación sin restricciones. Pero, sin duda, no estamos satisfechos con la degradación de los foros.
Nos preocupa, en particular, la posibilidad de un círculo vicioso, de una situación en la cual las voces moderadas o las de quienes desean expresar sus opiniones o exponer sus convicciones sin caer en el insulto fácil se retiran, desisten, decepcionadas por el nivel de la discusión. Retirados los moderados y los respetuosos de las formas mínimas de la decencia, los foros se convierten, simplemente, en el intercambio de insultos de una minoría rabiosa. Los insultos desplazan las opiniones y las opiniones desplazadas les abren espacio a más insultos. Así, lo que fue concebido como un espacio democrático, se convierte en un escenario de la intolerancia.
El Espectador seguirá firme en su política de permitir la participación en todos los espacios (incluidos, por supuesto, los de opinión), de entregarles a nuestros lectores un ámbito para el ejercicio de la libre expresión. Pero también queremos enfatizar nuestro derecho a suprimir los comentarios que se consideren indebidos. Los insultos y los agravios no serán, en general, permitidos. Queremos, finalmente, hacer un llamado al respeto, al buen uso de los foros electrónicos. La discusión respetuosa, vehemente pero sujeta a los límites de la decencia, es una forma de construir democracia. El irrespeto repetido de la persona ajena y la opinión contraria es una forma de destruirla. Los foristas tienen la palabra.