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La apuesta del Polo Democrático por hacer de Bogotá una ciudad más igualitaria se ha visto reflejada en los innegables avances en materia de salud y educación. El aumento de la población pobre afiliada al régimen subsidiado y la construcción de nuevos colegios públicos son muestras fehacientes del progreso social de la capital colombiana. Además, los nuevos comedores municipales han garantizado una nutrición adecuada a amplios sectores de la población, y han llamado la atención sobre la importancia de políticas sociales consistentes y ambiciosas.
Pero los logros anteriores son insuficientes ante la segregación histórica (y creciente) entre el sur y el norte, como lo señala el Informe de Desarrollo Humano 2008, “Bogotá: una apuesta por Colombia”. Este informe, que se destaca en la presente edición de este diario, plantea que la pobreza ha disminuido como lo ha hecho en todo el país, que la percepción que tienen los bogotanos acerca de su calidad de vida ha mejorado y que la proporción de personas que se consideran pobres pasó de 46 por ciento en 2003 a 36 por ciento en 2007. Sin embargo, la desigualdad sigue siendo muy alta y va en aumento.
Así, la equidad parece no haber mejorado pese a los esfuerzos de las últimas administraciones. Los indicadores sociales, que han progresado sustancialmente, no han permitido que ricos y pobres se mezclen en su propia ciudad e interactúen por encima de sus diferencias económicas. Este hallazgo plantea un gran desafío para la administración en curso. La construcción de equidad es una tarea urgente pero difícil. Al menos la actual administración debería intentar cerrar la brecha en cuanto a la calidad y la cantidad de algunos bienes públicos.
La cultura ciudadana, el respeto por lo público y la planeación urbana, impulsados con esmero por las administraciones de Antanas Mockus y Enrique Peñalosa, son hoy conceptos vagos, descuidados, que permanecen por fuerza de la inercia, pero peligran por la desidia de las últimas administraciones. El gran lunar de la ciudad actual, en el que expertos y académicos parecerían coincidir, es el “espacio”, la carencia de una reflexión territorial de largo aliento que permita pensar en una Bogotá que sabe hacia dónde se dirige.
A pesar de las megabibliotecas y los parques metropolitanos y no obstante las redes de Transmilenio —que han significado para muchos bogotanos una mejoría indudable en calidad de vida—, la ciudad sigue recargada hacia el norte. Una mayor proporción de hospitales, notarías y despachos oficiales se encuentra concentrada en este sector de la ciudad. La arborización, los kilómetros de vías por habitante, los centros culturales, los centros comerciales, esto es, el acceso a la cultura y al esparcimiento, es sustancialmente mayor en el norte que en el sur. Bogotá tiene norte. Pero todavía carece de sur.
El modelo de ciudad promovido por el ex alcalde Enrique Peñalosa, al que tanto se le criticó por su aparente énfasis en lo físico, permitía pensar en una disminución de la brecha entre ricos y pobres no en riqueza, pero sí en bienestar. Después de seis años, el Polo Democrático no ha consolidado un modelo alternativo de generación de equidad más allá del aumento en el gasto social.
El Polo debe, al menos, superar el falso dilema entre “ladrillos” y “almuerzos”. “Más vasos de leche, menos bolardos” es un sonoro lema de campaña, pero no es una fórmula adecuada para construir equidad. La apuesta por una ciudad con menos pobreza y mayor sensibilidad frente a lo social no debería ir en contravía de un modelo de ciudad planificado, justo e igualitario en materia de distribución espacial.
En las grandes ciudades, el “espacio” tiene mucho que ver con la construcción de equidad. Ojalá la actual administración así lo entienda y ojalá, al mismo tiempo, recoja muchas de las enseñanzas del nuevo informe de desarrollo humano.