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El presidente nicaraguënse vive en los últimos días un período de gran inestabilidad que deja como saldo más de 25 muertos, cerca de 70 heridos y numerosos detenidos. Las fuerzas de seguridad han reprimido de manera indiscriminada las protestas pacíficas de ciudadanos que rechazan la reforma al Seguro Social. El obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, pidió el cese inmediato de la represión. Sin embargo, y como en las peores épocas de la dictadura somocista, el régimen autoritario de Ortega utiliza la violencia para mantenerse en el poder.
El escenario que se vive en distintos lugares del país recuerda en mucho lo sucedido en Venezuela en los últimos años. El miércoles anterior, un grupo de personas, que se autoconvocó por las redes sociales, se reunió en un centro comercial para manifestar su descontento, de manera pacífica, contra una decisión del gobierno. Se buscaba disminuir en un 5 % las pensiones y al mismo tiempo el aumento de contribuciones por parte de las empresas y los trabajadores. ¿El objetivo? Recaudar un cuarto de billón de dólares para salvar el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS). El gran temor que existe es que ante esta decisión los empresarios decidan reducir la nómina de empleados y se aumente la tasa de desempleo.
El mandatario, otrora defensor de los trabajadores en su época de comandante guerrillero, y luego como presidente sandinista, prefirió utilizar el camino de la represión al del diálogo con la población. En su caso se aplica el adagio de que quien olvida el pasado parece estar condenado a revivirlo. Y de qué manera. El sábado pasado, una de las víctimas fue el periodista Ángel Gahona, quien falleció por un disparo en la cabeza, en la región de Bluefields, costa Caribe, al parecer por acción de la policía. Algo similar sucedió en Jinotepe, no muy lejos de Managua, donde fuerzas antidisturbios dispararon contra unos 2.000 jóvenes. Ya se han presentado, además, saqueos a tiendas y supermercados.
Lo cierto es que, desde su llegada al poder, Daniel Ortega ha venido construyendo a su alrededor un andamiaje que a todas luces violenta el Estado de derecho en el país centroamericano. Ha seguido muy cerca el modelo venezolano, con algunas variantes. Ha concentrado todos los órganos de poder sin permitir la independencia de estos. Controla la Asamblea Nacional a su antojo, lo mismo que el poder judicial y el ente electoral. Es decir, que cualquier decisión que tome de antemano está avalada por aquellos que siguen al pie de la letra sus instrucciones, así se trate de medidas que van en contravía de la propia Constitución. Lo mismo con respecto al Ejército y la Policía, que obedecen ciegamente su mando.
Contrario a lo acontecido en Venezuela, Ortega hizo la paz con la Iglesia y los empresarios. Monseñor Obando y Bravo, su otrora enemigo, se convirtió en un muy cercano aliado. Con respecto a los empresarios, asumió una posición pragmática dejándolos hacer negocios siempre y cuando no se inmiscuyan en política. Ahora, mientras la Iglesia le exige un cese inmediato de la represión, la cúpula empresarial, agrupada en el Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep), se niega a dialogar con el Gobierno. De otro lado, expresaron su “total respaldo a todos los jóvenes, y a la población en general, que se han movilizado y manifestado pacíficamente en defensa de sus principios y derechos”.
Como hecho paradójico, y ante la arremetida policial, en las calles se levantan barricadas, con los adoquines, tal y como en su momento lo hicieron los jóvenes que derrocaron a Somoza. De otro lado, han derribado los llamados “Árboles de la Vida”, esculturas de metal que llevan la impronta de la primera dama, Rosario Murillo. Esto demuestra el malestar generalizado contra un régimen que no respeta las reglas de la institucionalidad democrática y que pretende perpetuarse en el poder. Daniel Ortega se está quedando cada vez más solo.
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