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Mientras Nayib Bukele, el presidente millennial de El Salvador, celebraba en redes sociales la imposición del bitcóin como moneda legal en su país y obtenía todos los reflectores globales, por las calles de la capital, San Salvador, andaba una protesta. Eran jueces constitucionales, magistrados de 60 años o más que, en una decisión arbitraria, y con claros intereses políticos, fueron jubilados por órdenes del presidente. Es una más de las afrentas que lentamente, pero con paso firme, se están cometiendo en el país centroamericano contra la democracia. El autoritarismo se reinventa para nuevas generaciones.
Desde que llegó al poder impulsado por una popularidad aplastante, Bukele ha mostrado los dientes y demostrado un profundo desprecio por los pesos y contrapesos de una sociedad democrática. Cuando la prensa independiente salvadoreña publica informes mostrando la corrupción en su gobierno, sus acercamientos con las pandillas o sus atropellos a opositores, el presidente responde estigmatizándolos, abriendo investigaciones fiscales y hasta eliminando las visas de trabajo de reconocidos periodistas. Cuando los organismos internacionales cuestionan su paulatino proceso de desmontar las instituciones democráticas, responde con amenazas e invocando a sus hordas de seguidores en redes sociales.
Bukele está actualizando el pan y circo: ahora es bitcóin y circo. La imposición de la moneda digital, altamente volátil, como oficial en el país se hizo sin mayor discusión y silenciando a sus críticos. Eso le valió aplausos internacionales de cientos de criptoinversionistas digitales que ven en El Salvador un paraíso tributario para seguir fomentando sus intereses. Pero hay mucha desconfianza en los ciudadanos, entre otras porque las monedas digitales siguen teniendo caídas abismales de la noche a la mañana. Sin estabilidad es muy complicado construir una economía.
Sin embargo, el show de Bukele, que en sus redes sociales vive compartiendo memes y respondiendo a sus críticos con mensajes dignos de los trolls de internet, sería hasta entretenido si no escondiera una agenda profundamente peligrosa. Ya lo dijo José Miguel Vivanco, director de Human Rights Watch para América Latina: “Bukele desmantela las instituciones democráticas como Chávez, pero a un ritmo mucho más alarmante”.
La denuncia no es para menos. Tan pronto se posesionó la Asamblea Legislativa, donde tiene mayorías, forzó la salida de magistrados de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y nombró a cinco reemplazos. Para sorpresa de nadie, unos meses después esa Sala conformada por juristas leales al presidente aprobó la reelección presidencial inmediata, aunque la Constitución parece decir lo contrario. En todo ese proceso también fue expulsado un fiscal general que había abierto investigación contra el presidente.
Es curioso que los tiempos cambian y los rostros en el poder rejuvenecen, pero las tácticas del autoritarismo siguen siendo las mismas. Un experto en mercadeo usa el populismo y las emociones de la gente para convencerlos de que él, y solo él, puede solucionar los problemas del país. Pide a cambio que todos los poderes se plieguen a sus deseos, que nadie lo critique, que sus enemigos sean silenciados y marginados. Lo intentó Donald Trump, lo logró Hugo Chávez, lo sueña hacer Daniel Ortega y ahora Bukele lo está consolidando. A pesar de los escándalos, su popularidad no decrece. Así mueren las democracias.
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