Boris Johnson acelera un “brexit” a las malas
El Espectador
La llegada de Boris Johnson al cargo de primer ministro de Reino Unido presagiaba vientos de tormenta con respecto a la salida de la Unión Europea (UE), conocida como brexit. Sus primeras declaraciones indican que lo que vendrá es un tsunami de incalculables proporciones. Como “eurófobo” militante, ha dado orden de aplicar un “turboimpulso” a la decisión de irse el próximo 31 de octubre, aun sin acuerdo. Como en el juego de la perinola, es muy probable que el resultado final sea: todos pierden.
Johnson, de gran parecido con Donald Trump, no solo en lo físico, sino especialmente en su talante de derecha, conservador, xenófobo y racista, mantiene una retórica populista similar a la de su modelo en Estados Unidos. Recién posesionado dijo ante el Parlamento que “nuestra misión es hacer de este país el mejor lugar de la Tierra”, en clara referencia al lema de su socio estadounidense. Luego de la coyuntura que llevó a su antecesora en el cargo, Theresa May, a renunciar, su nombre era la única opción de los conservadores para reemplazarla. Dado que de momento le es urgente reforzar su apoyo popular, en la primera aparición ante el Parlamento, Johnson enfocó su mensaje a los sectores medios de la sociedad. Ofreció una inyección de dinero para la sanidad pública y poner en la calle 20.000 nuevos policías para combatir el crimen. Además, darle prioridad a la reforma de la ley de inmigración. Todo acorde con sus promesas de campaña.
¿Qué le espera? Un camino bastante complicado de transitar durante los siguientes tres meses. Dice estar dispuesto a negociar un nuevo acuerdo con las autoridades en Bruselas, pero los 27 países restantes ya saben muy bien que este hecho es imposible dentro del propio Parlamento británico. La señora May lo intentó tres veces de manera infructuosa. En especial lo que tiene que ver con los devastadores efectos que la decisión tendría para un país como Irlanda, que continuaría haciendo parte de la Unión Europea, pero sin frontera común. De hecho, Michel Barnier, quien ha sido el encargado de negociar la salida británica, calificó como inaceptable la posibilidad de renegociar el acuerdo que busca eliminar la salvaguarda irlandesa. Según los analistas, Dublín sufriría una caída de tres puntos del PIB el primer año y el impacto se mantendría por muchos años más.
En este juego, reflejo de los duros pulsos que ha llevado a cabo el presidente de los Estados Unidos, Johnson parece estar dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias. Los eventuales daños que cause a la economía no parecen detenerlo, pues su prédica ha sido la de que los beneficios serán mucho mayores para los británicos. Fuera del tema de Irlanda, la ministra principal escocesa, Nicola Sturgeon, de inmediato abrió la puerta a un nuevo referéndum para lograr la independencia, luego del fracaso en 2014. El remezón económico para Escocia, en caso de concretarse el brexit duro, también sería significativo.
De momento, los 27 socios comunitarios esperan en Bruselas con gran preocupación. Saben que el resultado de una salida a la brava va en perjuicio de todos. Algunas capitales apuestan a que se presente una moción de censura en el Parlamento que lleve a unas nuevas elecciones. El partido del brexit no tiene ni un diputado, y el actual gobierno cuenta con una precaria mayoría de dos escaños. En ese caso, podría frenarse el ímpetu del jefe de gobierno. Otra alternativa extrema podría ser la de aceptar la realidad de la salida abrupta, en el entendido de que su puesta en práctica podría llevar varios meses o años para ejecutarse del todo.
Mientras todo esto sucede y se agotan las instancias de diálogo y posibles acuerdos de última hora, todos los países afectados se preparan para enfrentar los escenarios más fatalistas. Si la cordura no se impone y el populismo de derecha fuerza un brexit brutal, las consecuencias terminarían afectando a todo el mundo.
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La llegada de Boris Johnson al cargo de primer ministro de Reino Unido presagiaba vientos de tormenta con respecto a la salida de la Unión Europea (UE), conocida como brexit. Sus primeras declaraciones indican que lo que vendrá es un tsunami de incalculables proporciones. Como “eurófobo” militante, ha dado orden de aplicar un “turboimpulso” a la decisión de irse el próximo 31 de octubre, aun sin acuerdo. Como en el juego de la perinola, es muy probable que el resultado final sea: todos pierden.
Johnson, de gran parecido con Donald Trump, no solo en lo físico, sino especialmente en su talante de derecha, conservador, xenófobo y racista, mantiene una retórica populista similar a la de su modelo en Estados Unidos. Recién posesionado dijo ante el Parlamento que “nuestra misión es hacer de este país el mejor lugar de la Tierra”, en clara referencia al lema de su socio estadounidense. Luego de la coyuntura que llevó a su antecesora en el cargo, Theresa May, a renunciar, su nombre era la única opción de los conservadores para reemplazarla. Dado que de momento le es urgente reforzar su apoyo popular, en la primera aparición ante el Parlamento, Johnson enfocó su mensaje a los sectores medios de la sociedad. Ofreció una inyección de dinero para la sanidad pública y poner en la calle 20.000 nuevos policías para combatir el crimen. Además, darle prioridad a la reforma de la ley de inmigración. Todo acorde con sus promesas de campaña.
¿Qué le espera? Un camino bastante complicado de transitar durante los siguientes tres meses. Dice estar dispuesto a negociar un nuevo acuerdo con las autoridades en Bruselas, pero los 27 países restantes ya saben muy bien que este hecho es imposible dentro del propio Parlamento británico. La señora May lo intentó tres veces de manera infructuosa. En especial lo que tiene que ver con los devastadores efectos que la decisión tendría para un país como Irlanda, que continuaría haciendo parte de la Unión Europea, pero sin frontera común. De hecho, Michel Barnier, quien ha sido el encargado de negociar la salida británica, calificó como inaceptable la posibilidad de renegociar el acuerdo que busca eliminar la salvaguarda irlandesa. Según los analistas, Dublín sufriría una caída de tres puntos del PIB el primer año y el impacto se mantendría por muchos años más.
En este juego, reflejo de los duros pulsos que ha llevado a cabo el presidente de los Estados Unidos, Johnson parece estar dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias. Los eventuales daños que cause a la economía no parecen detenerlo, pues su prédica ha sido la de que los beneficios serán mucho mayores para los británicos. Fuera del tema de Irlanda, la ministra principal escocesa, Nicola Sturgeon, de inmediato abrió la puerta a un nuevo referéndum para lograr la independencia, luego del fracaso en 2014. El remezón económico para Escocia, en caso de concretarse el brexit duro, también sería significativo.
De momento, los 27 socios comunitarios esperan en Bruselas con gran preocupación. Saben que el resultado de una salida a la brava va en perjuicio de todos. Algunas capitales apuestan a que se presente una moción de censura en el Parlamento que lleve a unas nuevas elecciones. El partido del brexit no tiene ni un diputado, y el actual gobierno cuenta con una precaria mayoría de dos escaños. En ese caso, podría frenarse el ímpetu del jefe de gobierno. Otra alternativa extrema podría ser la de aceptar la realidad de la salida abrupta, en el entendido de que su puesta en práctica podría llevar varios meses o años para ejecutarse del todo.
Mientras todo esto sucede y se agotan las instancias de diálogo y posibles acuerdos de última hora, todos los países afectados se preparan para enfrentar los escenarios más fatalistas. Si la cordura no se impone y el populismo de derecha fuerza un brexit brutal, las consecuencias terminarían afectando a todo el mundo.
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