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Carlos Muñoz: el arte y la ingratitud

Este es el momento ideal de escuchar lo que Carlos Muñoz dijo durante sus últimos años de vida y tomarnos en serio la creación de un ambiente laboral sano y seguro para los intérpretes del país.

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El Espectador
12 de enero de 2016 - 02:00 a. m.
Carlos Muñoz se convirtió en el rostro de la evolución de la televisión en Colombia, pero el país no puede olvidar sus quejas antes de morir sobre la falta de trabajo para él y colegas de la misma edad.
Carlos Muñoz se convirtió en el rostro de la evolución de la televisión en Colombia, pero el país no puede olvidar sus quejas antes de morir sobre la falta de trabajo para él y colegas de la misma edad.
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A tan solo tres días de que la televisión aterrizase en Colombia, en 1954, Carlos Muñoz debutó en la pantalla chica con una puesta en escena de El Papi Catalá. En aquel entonces el país no sabía muy bien qué hacer con ese invento traído a capricho de Gustavo Rojas Pinilla, y los actores, ya expertos en el teatro y la radio, tuvieron que reinventarse. Por supuesto, el talento y la creatividad colombiana no tardaría en utilizar esa nueva herramienta para transmitir historias que ya son clásicas y están tatuadas en la historia nacional y la identidad de varias generaciones.

Muñoz, que murió ayer a los 82 años, pronto se convirtió en uno de los rostros más conocidos y queridos de Colombia. Gracias a sus papeles, su sonrisa, su juiciosa disciplina de trabajo y su amor por el arte es imposible contar la historia de la televisión en el país sin mencionarlo. Su nombre aún trae buenos recuerdos en todas las personas que alguna vez lo vieron en su televisión.

San Tropel, Caballo Viejo, Pero sigo siendo el rey y Calamar fueron las producciones que lo llevaron a la fama. Su talento fue reconocido con múltiples premios. El último, el año pasado, en la edición 31 de los Premios India Catalina, fue al el galardón “Víctor Nieto a toda una vida”.

Y aún así, Muñoz también es un símbolo de las dificultades que afrontan los intérpretes colombianos cuando pasan los años y los papeles se agotan. “Uno puede hacer una novela, ganar todos los premios, y luego quedarse varios años sin actuar. Que es el mejor, que es muy bueno, maravilloso, ¿y? Eso aquí no significa nada”, dijo en un perfil publicado por la revista Directo Bogotá (“Ya tengo la sonrisa incorporada”, 06/14). El mismo sentimiento lo repitió en entrevista con El Espectador cuando reiteró la tristeza que le producía no poder trabajar.

Esa realidad, que lo acompañó en los últimos años de su vida, es la misma que padecen muchos actores y actrices colombianos, condenados al olvido y los problemas financieros. Muñoz corrió con la suerte de tener una vejez cómoda, lo mismo no puede decirse de muchos de sus colegas.

La informalidad les sale cara a los actores colombianos. Muchos no pueden pensionarse y, al no tener oferta de papeles (porque en Colombia las producciones siguen considerando la vejez como un impedimento para actuar), terminan en la pobreza. Es una industria muy hostil para las personas que son la base de su éxito.

Basta ver todos los obstáculos que la Asociación Colombiana de Actores ha tenido que enfrentar en su búsqueda de dignificar el oficio del intérprete. Hay dificultades para educarse, para trabajar y para obtener beneficios que por ley otros trabajos sí reciben. Eso tiene que cambiar.

El país entero ha expresado su dolor y admiración por Muñoz. No es para menos. Pero este es el momento ideal de escuchar lo que dijo durante sus últimos años de vida y tomarnos en serio la creación de un ambiente laboral sano y seguro para los intérpretes del país. Ese sería el mejor homenaje para el grande que se nos fue, entristecido por la ingratitud.

Mientras tanto, nos unimos a Luz Helena Ángel, pareja de 35 años de Muñoz, quien pidió despedir a su esposo con un “¡Hasta siempre!”. Así pues, hasta siempre, Carlos Muñoz. Gracias por las sonrisas.

 

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Por El Espectador

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