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Todos los 25 de noviembre se homenajea a tres dominicanas, las hermanas Mirabal, que por ser activistas y críticas de la dictadura fueron torturadas y asesinadas por orden de Rafael Leónidas Trujillo, dictador de República Dominicana. Patria, Minerva y María Teresa Mirabal fueron burdamente silenciadas el 25 de noviembre de 1960, pero los crímenes cometidos contra ellas siguen ocurriendo contra miles y miles de mujeres en todo el mundo. Desde finales del siglo pasado, la Organización de Naciones Unidas dijo que todos los 25 de noviembre se conocerán como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Hoy, más que nunca, esa fecha cobra total relevancia.
En Colombia se sigue violentando a las mujeres, y la pandemia empeoró la situación. No es coincidencia: contrario a las narrativas habituales de agresores sin rostro, la realidad es que los principales victimarios de las colombianas son sus parejas, sus familiares, sus amigos o sus personas más cercanas. Para ellas, el hogar sigue siendo una amenaza latente. Los últimos datos de Medicina Legal lo demuestran. A corte de octubre, este año 98.545 mujeres fueron víctimas de algún tipo de violencia. De esos casos, 23.679 fueron por violencia de pareja, 8.534 por violencia intrafamiliar y 15.644 por presunto delito sexual. Se han contabilizado 797 mujeres asesinadas.
Es decir, sí, sigue siendo necesario honrar a las Mirabal y a todas las mujeres que son victimizadas en medio de la abrumadora impunidad.
A la pregunta, típica, de por qué hablar con enfoque de género en un país tan violento, la respuesta es clara: porque a las mujeres las violentan de manera desproporcionada en ciertos ambientes y sus victimarios son en su mayoría hombres. No es coincidencia que las mujeres sean las principales víctimas de violencia sexual. Tampoco lo es que sean la mayoría de las personas que denuncian violencia intrafamiliar. Por eso es imposible analizar esos casos sin entender los desequilibrios estructurales que hay detrás de lo que ocurre. Más aún, es fundamental seguir utilizando el enfoque diferencial para poder encontrar soluciones al problema.
La violencia no es solo física. La tasa de desempleo de las mujeres está en un 16 %, mientras que la de los hombres llega al 9 %. La recuperación económica ha sido desigual: la mayoría de los empleos que se retomaron son ejercidos por hombres. Mientras tanto, la lucha de las mujeres por tener derechos laborales, por ejemplo en el trabajo doméstico, sigue sin ser reconocida. Las madres cabeza de hogar son una población vulnerable con muchos obstáculos para salir adelante.
Es que hasta en el acceso al derecho a la salud hay disparidades preocupantes. Desde la regulación de precios, las colombianas vienen denunciando escasez de medicamentos anticonceptivos. Las respuestas de las farmacéuticas han sido opacas. La lucha por la higiene menstrual se ha chocado con un Estado indiferente y a menudo negligente. Esto a pesar de que se trata de un derecho básico.
Tenemos que seguir luchando contra la violencia en todas sus formas. Necesitamos planes que vayan más allá de los discursos típicos. Las cifras están sobre la mesa. Les seguimos fallando a las mujeres.
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