El gobierno colombiano busca evitar una crisis diplomática con el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, pero eso puede tornarse en un imposible. Aunque desde la Casa de Nariño se viene endureciendo en los últimos días el discurso ante el evidente fraude en las pasadas elecciones del vecino país, su cuidado en no romper relaciones puede hacer que, de facto, terminemos defendiendo una dictadura que traicionó a su propio pueblo. Son bienvenidas las declaraciones recientes del presidente Petro y los mensajes enviados desde la Cancillería, pero hay que ser diáfanos en la defensa de los derechos humanos y la democracia.
En su declaración más clara hasta la fecha sobre lo que ocurre en Venezuela, el presidente Petro mostró cierto desdén por su homólogo, Nicolás Maduro. “Mire lo que le pasa a Venezuela, que ya no sabe si es democracia o revolución. Ya el pueblo no los quiere”, dijo, mientras visitaba Uruguay. Tiene toda la razón. Si las cuentas publicadas por la oposición son ciertas, y no hay razones para dudar de ellas, Edmundo González habría ganado las elecciones con más del 75 % de los votos. Hace poco la encuesta “Verdad Venezuela”, de la encuestadora Cati Meganalisis, encontró que nueve de cada diez venezolanos creen que González ganó las elecciones. Eso quiere decir que incluso votantes del chavismo saben que se hizo una trampa descarada.
Entonces, es bueno saber que el presidente Petro y la diplomacia nacional mantienen el sentido común. Es indefendible lo que hizo el régimen de Maduro, así se esté cerca ideológicamente de la izquierda. “Ya el pueblo no los quiere”, y se los hizo saber en las urnas y en las protestas, que se silenciaron por el recrudecimiento de la vigilancia policial y los abusos de poder. Hoy Venezuela tiene centenares de presos políticos, tiene a los líderes de la oposición en el exilio y tiene a la corrupción del régimen de Maduro en evidencia y al rojo vivo. Colombia no puede comulgar con el dolor de los ciudadanos de nuestro país hermano.
En ese marco, la posición del gobierno Petro ha sido expresar sus serias dudas sobre la reelección de Maduro y considerar la no asistencia a la posesión del 10 de enero. ¡Colombia no debe participar, punto! Ni siquiera nuestro embajador debería hacer presencia. Si Maduro se posesiona, es una burla a los venezolanos y a la comunidad internacional. Si el régimen no muestra señales de un cambio profundo, no podemos ser cómplices de su actuar.
Se le acaba el tiempo al Gobierno colombiano. El presidente Petro se ha presentado como defensor de la democracia. Lo mostró recientemente con Daniel Ortega, a quien le dijo que va “a ser un revolucionario más que se pasa al otro bando y de libertador se convierte en dictador”. Esa es la misma actitud que tenemos que mantener con Venezuela. Si no se presentan las actas, algo que no ocurrirá, y se continúa la persecución contra la oposición y sus líderes, algo que sin duda seguirá pasando, es momento de tomar decisiones difíciles. Por supuesto que romper relaciones implica muchas consideraciones adicionales, pero no podemos hacernos los de la vista gorda cuando el fraude es tan claro y el sufrimiento de los venezolanos es tan palpable.
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El gobierno colombiano busca evitar una crisis diplomática con el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, pero eso puede tornarse en un imposible. Aunque desde la Casa de Nariño se viene endureciendo en los últimos días el discurso ante el evidente fraude en las pasadas elecciones del vecino país, su cuidado en no romper relaciones puede hacer que, de facto, terminemos defendiendo una dictadura que traicionó a su propio pueblo. Son bienvenidas las declaraciones recientes del presidente Petro y los mensajes enviados desde la Cancillería, pero hay que ser diáfanos en la defensa de los derechos humanos y la democracia.
En su declaración más clara hasta la fecha sobre lo que ocurre en Venezuela, el presidente Petro mostró cierto desdén por su homólogo, Nicolás Maduro. “Mire lo que le pasa a Venezuela, que ya no sabe si es democracia o revolución. Ya el pueblo no los quiere”, dijo, mientras visitaba Uruguay. Tiene toda la razón. Si las cuentas publicadas por la oposición son ciertas, y no hay razones para dudar de ellas, Edmundo González habría ganado las elecciones con más del 75 % de los votos. Hace poco la encuesta “Verdad Venezuela”, de la encuestadora Cati Meganalisis, encontró que nueve de cada diez venezolanos creen que González ganó las elecciones. Eso quiere decir que incluso votantes del chavismo saben que se hizo una trampa descarada.
Entonces, es bueno saber que el presidente Petro y la diplomacia nacional mantienen el sentido común. Es indefendible lo que hizo el régimen de Maduro, así se esté cerca ideológicamente de la izquierda. “Ya el pueblo no los quiere”, y se los hizo saber en las urnas y en las protestas, que se silenciaron por el recrudecimiento de la vigilancia policial y los abusos de poder. Hoy Venezuela tiene centenares de presos políticos, tiene a los líderes de la oposición en el exilio y tiene a la corrupción del régimen de Maduro en evidencia y al rojo vivo. Colombia no puede comulgar con el dolor de los ciudadanos de nuestro país hermano.
En ese marco, la posición del gobierno Petro ha sido expresar sus serias dudas sobre la reelección de Maduro y considerar la no asistencia a la posesión del 10 de enero. ¡Colombia no debe participar, punto! Ni siquiera nuestro embajador debería hacer presencia. Si Maduro se posesiona, es una burla a los venezolanos y a la comunidad internacional. Si el régimen no muestra señales de un cambio profundo, no podemos ser cómplices de su actuar.
Se le acaba el tiempo al Gobierno colombiano. El presidente Petro se ha presentado como defensor de la democracia. Lo mostró recientemente con Daniel Ortega, a quien le dijo que va “a ser un revolucionario más que se pasa al otro bando y de libertador se convierte en dictador”. Esa es la misma actitud que tenemos que mantener con Venezuela. Si no se presentan las actas, algo que no ocurrirá, y se continúa la persecución contra la oposición y sus líderes, algo que sin duda seguirá pasando, es momento de tomar decisiones difíciles. Por supuesto que romper relaciones implica muchas consideraciones adicionales, pero no podemos hacernos los de la vista gorda cuando el fraude es tan claro y el sufrimiento de los venezolanos es tan palpable.
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