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Qué fácil (y cobarde) es culpar a los migrantes de todos los problemas de las ciudades fronterizas. ¿Aumentó la criminalidad? ¡Es por ellos! ¿Aumentó el trabajo sexual que nunca han querido regular las autoridades? ¡Es por ellos! ¿No hay empleo desde hace muchos años? ¡Es por ellos!
No, no es por ellos, y los políticos que se aprovechan de los cientos de miles de venezolanos que están buscando refugio en Colombia, para ganar puntos políticos fácilmente, están empeorando la crisis humanitaria. La situación no es sencilla, pero la pregunta sí es clara: ¿Vamos a abandonar a los ciudadanos de un país que durante décadas recibió a los colombianos refugiados con los brazos abiertos? ¿Vamos a elegir el sectarismo y la xenofobia por encima de la empatía?
Venezuela colapsó y no va a salir de su atolladero en un buen tiempo. Sobre eso ya nos hemos ocupado en múltiples ocasiones, y lo seguiremos haciendo, reclamando la restauración de la democracia en el vecino país y la justicia contra sus opresores. Pero, mientras eso ocurre, Colombia no puede ser ajeno, ni mucho menos hostil, a la tragedia de los venezolanos que huyen de la crisis económica, humanitaria y política.
Según Migración Colombia, el flujo migratorio de venezolanos hacia Colombia se incrementó en un 110 % en el 2017. Un estudio reseñado por la agencia EFE estima que son 35.000 los venezolanos que entran diariamente a nuestro país. Es claro que Colombia no estaba lista para recibir a todas esas personas, pero eso no es excusa para reaccionar con violencia.
En Cúcuta, un grupo de jóvenes lanzó bombas incendiarias contra cerca de 900 venezolanos que se alojaron en un polideportivo de esa ciudad. Eso, en el marco de protestas de ciudadanos colombianos que dicen que todos los males de ese barrio se deben a los refugiados. Es inevitable escuchar en esos reclamos ecos de discursos de nuestros políticos, como el alcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández, quien dijo que “se vinieron los limosneros, prostitutas y desocupados de Venezuela”. Como él, abundan los dirigentes irresponsables que para lavarse las manos de sus responsabilidades aprovechan la crisis y el rechazo que genera la migración entre los colombianos.
Ante el odio y el facilismo de tener un chivo expiatorio culpable de todos nuestros males, hacemos un llamado a la sensatez y la empatía.
Qué bien harían todos los políticos en campaña del país, incluyendo aquellos que usan a Venezuela como comodín para rasgarse las vestiduras en contra del castrochavismo, si empezaran a hablar de la necesidad de darles la bienvenida a los refugiados y a proponer medidas tangibles para atenderlos. Llorar por el país vecino no es más que una postura retórica si no se hace nada para apoyar a sus refugiados.
En cuanto a los ciudadanos del común, la invitación es a que extiendan la mano. Colombia ha aprendido, a las malas, a sacar lo mejor de sí en medio de las crisis. Venezuela nos recibió cuando teníamos motivos para huir de nuestra tierra. Es momento de devolver el favor.
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