Comienza la era AMLO en México

Andrés Manuel López Obrador (AMLO) asumió como presidente de México, en medio de muchas expectativas. Prometió que el país tendrá “un cambio de régimen político (…) profundo y radical”, todo “por el bien de todos, primero los pobres”. De esta manera, el primer Jefe de Estado de izquierda que llega al poder, con visos populistas, traza el camino a seguir. Los retos son muy amplios y los mayores obstáculos a superar no lo son menos: mejora social, corrupción y violencia.

El Espectador
02 de diciembre de 2018 - 07:35 p. m.
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Como ha sucedido con otros gobernantes en la región, su electorado se volcó a las urnas para darle un amplio mandato, cansado de malos manejos y una difícil situación económica. Su partido, Morena, tiene mayoría en el Congreso. Además, los partidos están débiles y fragmentados, lo que no representa problemas serios de gobernabilidad. La responsabilidad con la que asuma las grandes promesas expresadas en sus dos grandes discursos de posesión será el gran medidor de su desempeño. Aquí es donde surgen algunos interrogantes. AMLO formuló 100 promesas que espera cumplir en su mandato y por las cuales deberá responder. Pero, como señala el dicho popular, si hay algo peor que una mala idea, son muchas buenas ideas.

Nadie se opone a su amplio programa social que prevé la inclusión de los menos favorecidos. Es una tarea pendiente que no permite dilaciones. La brecha existente entre ricos y pobres se ha ido profundizando con el tiempo y el énfasis en arreglar las cargas es un paso más que necesario en la dirección correcta. Sin embargo, no es clara la forma en que piensa llevarlo a cabo. Cualquier medida que se tome en materia microeconómica para mejorar los indicadores sociales debe ir asociada a un cuidadoso manejo de la macroeconomía. De otra manera, se repetirán los errores de países como Venezuela. El discurso populista de Chávez y Maduro, sustentado en los precios del petróleo, terminó convertido en un desastre que se sustenta solo en un régimen dictatorial.

Algo similar sucede con sus otros dos grandes temas de campaña. La corrupción, ese cáncer que corroe la institucionalidad, vinculada además al narcotráfico, está demasiado anquilosada en México. El nuevo presidente promete erradicarla en su sexenio. Loable propósito. Lo grave es que no ha dicho cómo. Lo único que ha anunciado es que perdona todos los actos de corrupción acontecidos con anterioridad. Este borrón y cuenta nueva no parece ser el mejor camino a seguir. Con el tema de la violencia sucede algo similar. También asociada especialmente al problema del narco, lo único que se sabe es que López Obrador mantendrá al Ejército en las calles, contrario a lo que prometió en campaña. Tampoco parece ser la mejor estrategia a aplicar.

Uno de los mayores cuestionamientos que se le hace a AMLO es el de su talante, que algunos consideran populista y autoritario. Sus contradictores lo señalaron así cuando fue alcalde de la Ciudad de México. Ahora, dicen, ha dado más muestras de lo mismo. Algunas de las decisiones adoptadas en las últimas semanas, en las que ejerció como gobernante de facto, ante un casi desaparecido Enrique Peña Nieto, no son la mejor carta de presentación. Llevó a cabo dos consultas populares, con bajos niveles de participación, que le permitieron echar para atrás el proyecto de un nuevo aeropuerto con un costo bastante elevado, ya avanzado en su construcción, así como la ampliación de derechos en materia de pensiones y sanidad.

Parafraseando a Gabriel García Márquez, en su momento, frente a Hugo Chávez y la esperanza que generó para Venezuela a comienzos de este siglo, AMLO podría ser el gran reformador de la izquierda democrática en América Latina. O, convertirse en una frustración más, como ya le sucedió a su par venezolano. La gran diferencia entre una y otra opción radica en el respeto por la democracia y sus instituciones. No solo en el ejercicio del voto, sino en la forma de ejercer el poder. En velar por las garantías constitucionales. Caer en el populismo es el peor ejemplo que López Obrador puede adoptar.

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Por El Espectador

 

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