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El domingo pasado, El Espectador les propuso a sus lectores y al país una tregua navideña. La idea era que, en medio de tanta polarización, hiciéramos una pausa para identificar la humanidad en el contrincante, ese que tantas veces llegamos a ver como a un “enemigo”. Los textos que publicamos, y buena parte de la reacción, muestran que, en efecto, hay conexiones que confirman que somos animales sociales, que necesitamos al otro, que podemos convivir. Sin embargo, en todas nuestras redes sociales, en los comentarios del periódico e incluso en cartas que recibimos, también se asomó la desconfianza, el resentimiento y la estigmatización. No faltó quién preguntara si la tregua se trataba de una broma en vísperas del Día de los Inocentes. A ese tipo de respuesta queremos dedicar la reflexión del día de hoy.
En mayo de este año discutimos en este espacio cómo “el Barómetro Edelman encontró que Colombia y Estados Unidos son los dos países más polarizados del mundo, solo superados por Argentina”. Nos preocupaba algo en particular: “Lo más llamativo del dato es que las personas en nuestro país no sienten que esas divisiones se puedan superar”. Medio año después sentimos que esa realidad solo ha empeorado. A medida que empiece la próxima carrera electoral, que desde ya se anuncia como llena de tensiones y discursos con base en el odio, es posible que la situación sea aún más grave. ¿Cómo podemos sobrevivir en medio de tanta fricción?
El mundo entero está sufriendo los efectos del debate público basado en plataformas tecnológicas. Tantos años de conversaciones fomentadas para alegrar a los algoritmos ha hecho que la rabia, el maniqueísmo y la falta de empatía sean las características dominantes. Estamos tan atrincherados en nuestras burbujas epistémicas, que ya ni siquiera las identificamos: todo aquel que piense como nosotros es un amigo, todo aquel que esté en otra orilla es un enemigo, y no hay manera de reconciliación. Si hay voces que buscan tender puentes, son estigmatizadas, señaladas de estar vendidas. No hay posiciones con matices. Desconfiamos de lo que no sea radical.
Por eso, para muchas personas, los encuentros festivos de estas fechas generan ansiedad. Las divisiones políticas se convierten en rupturas familiares y la falta de diálogo lleva a la caricaturización. Lo personal es político, eso no lo ponemos en duda, pero por esa misma razón es urgente tener mejores herramientas para discutir sobre política. En terapia psicológica, una búsqueda sana es conseguir que las personas puedan convivir con el malestar y la incertidumbre. Ese debería ser nuestro objetivo con las diferencias de opinión. Para romper la polarización hay que abandonar la utopía de la búsqueda del consenso. Las sociedades existen precisamente porque somos distintos, no porque haya posibilidad de homogeneizar toda postura.
Entonces, sí, necesitamos una tregua navideña. Bajar las armas retóricas y las descalificaciones facilistas. Esas triunfan en X, pero nos alejan de conexiones reales. De la familia de El Espectador a las suyas, les deseamos felices fiestas llenas de conversaciones provechosas.
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