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En marzo de este año, en un discurso combativo, el presidente de la República, Gustavo Petro, fue contundente: “Ya no es momento de un acuerdo nacional como propuse”. Sin embargo, hace una semana, al celebrar la aprobación de la reforma pensional, escribió en su cuenta de X algo distinto: “La posibilidad de un gran acuerdo nacional revive”. Estamos de acuerdo con el mandatario, en su afirmación más reciente. Si algo demostró la atropellada legislatura que acaba de terminar es que el Gobierno Nacional tiene estrategias para lograr que sus reformas avancen, pero todo depende de la actitud que adopte la Casa de Nariño.
Con la reforma pensional, el Gobierno ha logrado aprobar dos proyectos muy ambiciosos. El primero fue la reforma tributaria de 2022. Ambos triunfos, paradójicamente, contradicen la narrativa que se ha dedicado a proponer el presidente en su afán por atrincherarse en el dogmatismo. Volviendo al discurso de marzo pasado, dijo que “construí primero un gobierno plural; lo hice ingenuamente, pensando que fuerzas que no habían triunfado se podían sumar. Pero no nos querían”. Sin embargo, en esa pluralidad y sus rezagos está la clave para el éxito del Gobierno. La tributaria fue orquestada por el entonces ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, que fue purgado cuando se le consideró muy “de centro”. La pensional, impulsada por la ministra del Trabajo, Gloria Inés Ramírez, se hizo posible por la disposición de esta funcionaria a tender puentes con distintas fuerzas en el Congreso. El presidente Petro, nos parece entonces, tiene una lectura equivocada de la realidad de su Gobierno.
Construir alianzas es posible. El problema viene cuando cualquier crítica es considerada por el liderazgo de la Casa de Nariño como una deslealtad. Eso lo demostró esta semana el presidente, quien, lamentándose del hundimiento de la ley estatutaria de educación, volvió a sus lugares comunes: “Me equivoqué en pensar que al abrir el Gobierno que ganamos a sectores que pertenecían a la coalición llamada del centro encontraríamos más apoyo para el programa electo por el pueblo”. El discurso de que se está traicionando el mandato popular es un eufemismo efectista para esconder el hecho de que a la administración Petro le ha costado tender puentes y hacer concesiones.
La estatutaria de educación lo demuestra. La ministra de Educación, Aurora Vergara, estaba siguiendo los pasos de la ministra Ramírez. Trabajó para lograr consensos amplios, dibujó inamovibles del Gobierno y obtuvo acuerdos con la oposición en donde era posible. Sin embargo, se hundió, en un triunfo de las áreas más radicales de la administración. La lección, nos parece, es la misma: si no se respeta la democracia deliberativa como un ejercicio de construcción de acuerdos amplios, el Gobierno está condenado a seguir atrincherado y sin avanzar.
El final de una legislatura que desmiente el relato de un bloqueo institucional y el comienzo de la segunda parte del mandato del presidente Petro que definirá su legado dejan la puerta abierta a la construcción del tan mentado acuerdo nacional, al menos alrededor de unos puntos esenciales, verbigracia la urgente reactivación económica que necesitamos en los próximos meses para frenar una inminente crisis fiscal de serias proporciones, a la que en nada ayuda un contexto de confrontación permanente. La pelota está en la cancha de la Casa de Nariño.
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