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Corea del Sur está dando una batalla por demostrar que la democracia liberal puede responder a sus peores crisis. Once días después de que su presidente Yoon Suk Yeol decretara la ley marcial buscando dar un golpe de Estado, la Asamblea Nacional votó abrumadoramente a favor de tumbarlo de su cargo. Al menos doce miembros del partido del presidente se sumaron a la medida, mientras que otros tantos sabotearon sus propios sufragios en protesta por la posición oficial de su colectividad de respaldar al mandatario. Sin embargo, Yoon Suk Yeol se atrinchera, mientras espera una decisión del Tribunal Constitucional. El mundo entero presta atención sobre un país que ha sido referente en libertades, desarrollo económico y derechos electorales.
Lo que ocurre en el país asiático es sintomático de la crisis de la democracia liberal en el resto del mundo. Hay denuncias falsas de fraude en elecciones, un mandatario mesiánico que no reconoce a la oposición de izquierda en la rama Legislativa, unas fuerzas militares bastante prestas a utilizar la violencia cuando fueron invocadas contra las instituciones democráticas y una ciudadanía que se ha tomado las calles para no perder los avances en sus libertades. En medio de la crisis global del modelo democrático, hay quienes verían con buenos ojos que Corea del Sur fracase. Un argumento más, dirán, a favor de los autoritarismos efectivos (donde China se ha posicionado como el principal referente). ¿Para qué insistir en la democracia si lleva al estancamiento?
Por eso mismo, las respuestas que la democracia surcoreana le ha dado a cada reto merecen reconocimiento. Empecemos con un diagnóstico: la destitución del presidente Yoon Suk Yeol no es una persecución política ni un acto de lawfare, tan invocado en nuestras latitudes. Frustrado por no lograr apoyos en la Asamblea, el mandatario invocó “fuerzas anti-Estado” para firmar una ley marcial. Kwak Jong-geun, comandante del Comando de Combate Especial del Ejército, testificó que el mandatario le dijo que “sacara arrastrados” a los parlamentarios que no cumplieran con sus órdenes. Corea del Sur no tenía una ley marcial desde el final de la dictadura militar, en los años 80. Con esa medida se suspendían las libertades democráticas básicas. A todas luces, Yoon Suk Yeol quiso convertirse en un traidor.
Por eso, el juicio político en su contra estaba más que justificado. Su aprobación está en un 24 % y la mayoría de los surcoreanos querían consecuencias por el quiebre institucional, como debe ser. Las normas de la democracia se deben cumplir y quienes las violen necesitan enfrentar sanciones. De lo contrario, pasa lo que hemos visto en otras partes del mundo con el desprestigio de las instituciones.
Otra táctica sucia del presidente fue decir que su partido perdió las elecciones gracias a un “hackeo” de Corea del Norte, que llevó a un conteo de votos fraudulentos. Sin pruebas, utiliza la misma estrategia de otros países para cuestionar los resultados solo porque hubo un resultado adverso. Cuando esos discursos entran al debate público hacen temblar la democracia, pues se rompe cualquier confianza entre visiones diferentes de la sociedad. ¿Cómo responder a eso? Corea del Sur nos puede estar dando una respuesta.
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