Hace una semana, el Partido Comunista Cubano celebró un gran avance en los derechos de las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT), así como de las mujeres y las familias no hegemónicas. En Granma, medio oficialista, escribieron: “La mayoría ha elegido un nuevo Código de las Familias, uno que retrata el país que somos y el que queremos ser, y responde a las esencias humanistas de la Constitución de la República y del Estado de derecho y justicia social que a partir de ella se erige”. Sin embargo, aunque se trata de una necesaria reivindicación histórica para un régimen que fue cruel con la diversidad, el Gobierno de Miguel Díaz-Canel quiere ocultar que un sector importante de los cubanos expresaron su descontento en las urnas.
Se trata de una discusión difícil de dar. Por un lado, el Código de las Familias, adoptado en un referendo “democrático”, sí es un gran avance en derechos. Se permiten el matrimonio igualitario y la adopción por parte de parejas del mismo sexo, se prohíbe el matrimonio infantil, se toman medidas para proteger relaciones entre abuelos y nietos, se les permite a las madrastras y padrastros figurar como tutores. En general, es una actualización moderna y progresista que reconoce los derechos de la población LGBT y la realidad de que las familias son diversas y merecen distintos tipos de protección.
Por otro lado, el referendo tuvo poco de “democrático”. Se prohibió en medios que se hablara de cualquier tipo de oposición al Código. El Partido Comunista movilizó a sus partidarios bajo la idea de darle respaldo al régimen. Como escribió Yoani Sánchez, opositora a la dictadura, en DW: “Si en lugar de una ley para regular cuestiones familiares se hubiera tratado de un referendo sobre el draconiano Código Penal, impuesto sin consulta popular y profundamente represivo, el mensaje de repudio al Ejecutivo habría sido mucho más fuerte y masivo. El totalitarismo cubano optó, sin embargo, por someter a votación unos derechos ciudadanos que debieron haber sido aprobados de facto sin pasar por una elección”. Juan Pappier, de Human Rights Watch, se expresó en sentido similar: “Me alegra mucho que el Sí gane en Cuba y que las parejas del mismo sexo puedan ejercer su derecho a casarse. Ojalá pronto los cubanos puedan ejercer su derecho al voto, ya no en un referendo sobre DD. HH. de las minorías, sino en elecciones presidenciales justas y libres”.
Entonces, se trata de un avance agridulce. Cualquier medida que ataque la discriminación y les haga la vida más fácil a las personas LGBT es de celebrar. En los 60, la dictadura de Fidel Castro persiguió y torturó a las personas homosexuales. Solo en el 2010, Castro diría que fue una “gran injusticia” y que “si alguien fue responsable, ese soy yo”. Se trataba de un pendiente histórico que por fin se corrigió.
La lucha por la libertad continúa en Cuba, con un régimen que se da palmadas en la espalda por hacer lo mínimo y que le sigue temiendo al disenso. Por eso, este triunfo es a medias y nos sumamos al llamado internacional: ¿para cuándo elecciones de verdad?
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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Hace una semana, el Partido Comunista Cubano celebró un gran avance en los derechos de las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT), así como de las mujeres y las familias no hegemónicas. En Granma, medio oficialista, escribieron: “La mayoría ha elegido un nuevo Código de las Familias, uno que retrata el país que somos y el que queremos ser, y responde a las esencias humanistas de la Constitución de la República y del Estado de derecho y justicia social que a partir de ella se erige”. Sin embargo, aunque se trata de una necesaria reivindicación histórica para un régimen que fue cruel con la diversidad, el Gobierno de Miguel Díaz-Canel quiere ocultar que un sector importante de los cubanos expresaron su descontento en las urnas.
Se trata de una discusión difícil de dar. Por un lado, el Código de las Familias, adoptado en un referendo “democrático”, sí es un gran avance en derechos. Se permiten el matrimonio igualitario y la adopción por parte de parejas del mismo sexo, se prohíbe el matrimonio infantil, se toman medidas para proteger relaciones entre abuelos y nietos, se les permite a las madrastras y padrastros figurar como tutores. En general, es una actualización moderna y progresista que reconoce los derechos de la población LGBT y la realidad de que las familias son diversas y merecen distintos tipos de protección.
Por otro lado, el referendo tuvo poco de “democrático”. Se prohibió en medios que se hablara de cualquier tipo de oposición al Código. El Partido Comunista movilizó a sus partidarios bajo la idea de darle respaldo al régimen. Como escribió Yoani Sánchez, opositora a la dictadura, en DW: “Si en lugar de una ley para regular cuestiones familiares se hubiera tratado de un referendo sobre el draconiano Código Penal, impuesto sin consulta popular y profundamente represivo, el mensaje de repudio al Ejecutivo habría sido mucho más fuerte y masivo. El totalitarismo cubano optó, sin embargo, por someter a votación unos derechos ciudadanos que debieron haber sido aprobados de facto sin pasar por una elección”. Juan Pappier, de Human Rights Watch, se expresó en sentido similar: “Me alegra mucho que el Sí gane en Cuba y que las parejas del mismo sexo puedan ejercer su derecho a casarse. Ojalá pronto los cubanos puedan ejercer su derecho al voto, ya no en un referendo sobre DD. HH. de las minorías, sino en elecciones presidenciales justas y libres”.
Entonces, se trata de un avance agridulce. Cualquier medida que ataque la discriminación y les haga la vida más fácil a las personas LGBT es de celebrar. En los 60, la dictadura de Fidel Castro persiguió y torturó a las personas homosexuales. Solo en el 2010, Castro diría que fue una “gran injusticia” y que “si alguien fue responsable, ese soy yo”. Se trataba de un pendiente histórico que por fin se corrigió.
La lucha por la libertad continúa en Cuba, con un régimen que se da palmadas en la espalda por hacer lo mínimo y que le sigue temiendo al disenso. Por eso, este triunfo es a medias y nos sumamos al llamado internacional: ¿para cuándo elecciones de verdad?
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