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Las masivas protestas del domingo pasado en Cuba demuestran el hartazgo de una población oprimida que atraviesa una difícil coyuntura. Los cubanos, en distintos lugares del país, salieron a las calles para protestar por la falta de medicinas, alimentos, electricidad, una inflación desbordada, así como el deseo de libertad y democracia. La situación se ha vuelto más crítica en las últimas semanas debido a la pandemia del COVID-19, la difícil situación económica y la falta de divisas debido a la caída en picada del turismo, de la inversión externa, el bloqueo y la mínima ayuda energética de Venezuela. El régimen, como siempre, responde con represión y detenciones masivas de manifestantes.
La situación en la isla es insostenible. No solo por la necesidad urgente de retorno de la democracia, sino porque el gobierno reformista de Miguel Díaz-Canel, bajo la tutoría de Raúl Castro, no ha sido capaz de solucionar la compleja situación que viven los cubanos. En este laberinto en que se encuentra el régimen, la manida excusa de Díaz-Caney es que se trata de acciones de contrarrevolucionarios apoyados por Washington. Desbordado por los acontecimientos, pidió a sus seguidores que salieran a la calle: “La orden de combate está dada. A la calle los revolucionarios”. Más allá de bravuconadas, lo cierto es que el fracasado modelo económico busca ser revivido mediante un sistema similar al chino, es decir totalitario en lo político y apertura en lo económico. El gobierno ha hecho muy poco, y lo poco hecho ha sido muy tarde.
Lo que hace inédita esta nueva ola de protestas es que las invitaciones a la protesta fueron ampliamente difundidas por internet en todos los rincones de la isla. De allí la respuesta del régimen al restringir el acceso a la red. El último antecedente de protestas masivas fue en 1994, tras la caída de la Cortina de Hierro, dentro del llamado Período Especial. Sin embargo, esta es la primera vez que la multitud voltea carros de policía, ataca sedes del Partido Comunista y del Poder Popular, además de almacenes del gobierno donde la gente que tiene acceso a divisas consigue productos difíciles de adquirir en otro lado. Para la mayoría de la gente, que vive de salarios en devaluados pesos cubanos, este es otro de los factores que aumenta el descontento por no tener este privilegio. La otra opción para conseguir alimentos es el mercado negro, a precios imposibles de pagar.
Como lo hemos mencionado antes en estas páginas, el pueblo cubano está en todo su legítimo derecho a protestar y exigir la salida inmediata de la dictadura, para que se lleven a cabo elecciones generales, libres, con observación internacional y garantías para todos sus participantes; que se respeten sus garantías individuales, que se libere a todos los presos políticos y que exista libertad de información. No es gratuito que la canción “Patria y libertad”, que se ha hecho viral en la isla, se haya convertido poco a poco en un himno de todos aquellos que hace rato sobrepasaron la gota de indignación y rabia. La gente en la calle también perdió el miedo a los llamados batallones del orden, grupos de paramilitares vestidos de civil que salen a dar palos y puños a quienes protestan.
Así como es cierto que se debería levantar de inmediato el repudiable bloqueo que mantiene Estados Unidos contra la isla, que afecta especialmente al pueblo, no es menos cierto que este es apenas uno de los muchos factores que explican la actual situación de penurias que viven los cubanos. La actitud prudente de la comunidad internacional, en especial el país del norte, debería ser la de buscar una salida concertada, pronta y pacífica a la crisis de Cuba. Volver a escenarios ya superados, como lo pidió irresponsablemente Francis Suárez, alcalde de Miami, de que se lleve a cabo una acción militar, no conduce a nada realmente constructivo. El régimen debe cesar la represión, abrirse al diálogo y permitir el tránsito a la democracia.
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