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Miles de colombianos han sido convocados para volver esta semana a las calles. El 14 de febrero lo harán convocados por un presidente de la República que siente la presión de una impopularidad en crecimiento y que desea refrendar su reforma a la salud antes incluso de que el país haya podido conocerla. Al día siguiente saldrá una oposición política cuyos líderes han fomentado discursos agresivos que promueven el radicalismo. Es justificado, entonces, el nerviosismo que se expresa a voz baja en muchos colombianos que se preguntan: ¿qué necesidad hay de subirle la temperatura al país en este momento?
Es difícil leer el gobierno de Gustavo Petro. Hace poco la ministra de Salud publicó en redes sociales una ilustración de su propio rostro con el mensaje: “Las EPS no curan, las EPS facturan”, e invitando a la movilización de este martes. Sin embargo, esta semana terminó con el mensaje del ministro del Interior, Alfonso Prada, diciendo que en la propuesta de reforma “bajo ninguna circunstancia se eliminan las EPS”. Se entiende, claro, que es una conversación que se está dando y modificando sobre la marcha, pero todo eso pone de presente que la convocatoria a las calles sin haber presentado un texto al Congreso es apresurada y tiene tintes electorales. Que el evento central sea un discurso del presidente Gustavo Petro, desde la Casa de Nariño, nos devuelve a las épocas de los balcones en el Palacio Liévano. ¿Para qué llenar de retórica y sustituir el debate de posiciones frente a unas definiciones tan difíciles y que afectan a todos los colombianos?
Ha quedado atrás, parece, el presidente conciliador que quería unir las dos Colombias. Ahora, atrincherado en su Twitter, dice que hablará “a Colombia reunida en todas las plazas públicas del país”. Esa Colombia, no obstante, es la de sus partidarios, que saldrán convocados por los líderes del petrismo. El objetivo es hacerse contar, enviar un mensaje al Congreso y al resto de la clase política del país. Un gobierno atizando el fuego de las divisiones políticas es contraproducente. Esperamos, al menos, un discurso que invite a la deliberación amplia, no sectaria.
Luego, el 15 de febrero, se manifestará de nuevo una oposición política dispersa. Tiene, por supuesto, todo el derecho a hacerlo, e hizo mal el Gobierno en programar una contramarcha forzándolos a cambiar de fecha. Dicho eso, preocupa que los líderes políticos que convocan estén, entre otras cosas, elevando el perfil de un personaje imputado como Andrés Escobar, motivando la idea falsa de que nos encontramos en dictadura y refiriéndose de manera insistente al presidente como “guerrillero”, con el claro objetivo de fomentar resentimiento en su contra. Es muy peligroso que vayamos a tener cuatro años de este tipo de discursos, pues cierran cualquier diálogo y radicalizan a las personas.
En un país con una crisis económica en ciernes, con una agenda legislativa histórica por su ambición y con unas elecciones locales en efervescencia, las calles vuelven a ser el centro de atención y de tensión. Depende de los ciudadanos conservar la paz y, ante todo, superar los discursos que nos aíslan. La democracia no es solo contar mayorías, sino construir consensos y llegar a acuerdos. Que no se nos olvide que tenemos un país por construir juntos.
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