De clase mundial
No es otro superlativo retórico.
El Espectador
Es una realidad física y una oportunidad política. Entre la Reserva Forestal Protectora Bosque Oriental de Bogotá y la Reserva Forestal Productora del Norte de Bogotá Thomas van der Hammen, la capital podría contar con uno de los parques naturales urbanos más atractivos del mundo.
En el conjunto de parques urbanos de clase mundial sobresale, por su extensión, el Parque Metropolitano de Santiago de Chile, con 722 hectáreas, y los siempre mencionados Parque Central de Nueva York y Golden Gate de San Francisco, con 341 y 411 hectáreas, respectivamente.
Pues bien, entre las dos reservas forestales en Bogotá podríamos completar un parque urbano consolidado como área natural de más de 10.000 hectáreas. La oportunidad es evidente. Hace falta, sin embargo, imaginación. No se trata de grandes obras de cemento, sino de gestión social, creación y aplicación del conocimiento. El carácter de reserva forestal protectora o productora es una figura jurídica apta para frenar la urbanización. En los cerros, el Consejo de Estado conjuró recientemente el limbo jurídico, delimitando finalmente el espacio urbano.
En la reserva Van der Hammen el asunto es más complejo. Primero, por la existencia de propiedad privada, pero ciertamente por el riesgo de un facilismo en la autoridad ambiental, que podría decidirse por un tímido plan de manejo, válido para el paisaje rural productivo de la Sabana de Bogotá.
Pero el carácter de reserva no tiene la suficiente identidad para conectar la sociedad con la naturaleza. La oportunidad es crear un gran parque natural urbano en una buena parte de las actuales reservas forestales. La administración del Distrito tiene más clara la idea, con propuestas de vinculación del Jardín Botánico para que, en predios ya adquiridos, pueda iniciarse la transformación hacia el gran parque urbano. Así, un acuerdo social y dos líneas de trabajo permitirían avanzar en la consolidación de esta idea.
El primero es la restauración ecológica. A diferencia del Parque Central de Nueva York, que es totalmente construido, en Bogotá estaríamos partiendo de un espacio que cuenta con relictos de ecosistema de páramo, bosques andinos y humedales, que resaltan de entrada su valor de conservación de biodiversidad.
El siguiente es transformar la gran matriz de plantaciones forestales de especies australianas en un bosque mixto, en el cual comience a predominar la biodiversidad andina. Por el potencial biótico que se conoce, podría ser sobradamente uno de los bosques urbanos más ricos en especies del mundo. El Instituto Humboldt y el Jardín Botánico vienen diseñando su intervención en este sentido, en el predio Venado de Oro en los Cerros Orientales, desde donde se podría multiplicar el aprendizaje. Al mismo tiempo, podría sumarse el Acueducto de Bogotá, propietario de extensos predios. El cometido final de la estrategia científica es acercar la naturaleza a la gente. Pero igualmente importante es la estrategia social, para acercar la gente a la naturaleza. Para ello se necesita superar el principal vacío de gestión, que no es más que la falta de una política para permitir el uso público adecuado de esta área protegida.
Este es, además, un asunto de equidad. Para una gran parte de la población este sería el único espacio disponible para conocer la naturaleza de su país. La Fundación Cerros de Bogotá tiene una propuesta de corredor ecológico recreativo, para la integración del tejido urbano con el área protegida como un gran espacio lineal de recreación exterior. En fin, este parque le daría valor urbano a la franja de adecuación entre la reserva y el suelo urbano, ratificada por el Consejo de Estado. ¿Qué movimiento político estaría dispuesto a aceptar este reto? No es sólo para la naturaleza, sino para el bienestar humano.
Es una realidad física y una oportunidad política. Entre la Reserva Forestal Protectora Bosque Oriental de Bogotá y la Reserva Forestal Productora del Norte de Bogotá Thomas van der Hammen, la capital podría contar con uno de los parques naturales urbanos más atractivos del mundo.
En el conjunto de parques urbanos de clase mundial sobresale, por su extensión, el Parque Metropolitano de Santiago de Chile, con 722 hectáreas, y los siempre mencionados Parque Central de Nueva York y Golden Gate de San Francisco, con 341 y 411 hectáreas, respectivamente.
Pues bien, entre las dos reservas forestales en Bogotá podríamos completar un parque urbano consolidado como área natural de más de 10.000 hectáreas. La oportunidad es evidente. Hace falta, sin embargo, imaginación. No se trata de grandes obras de cemento, sino de gestión social, creación y aplicación del conocimiento. El carácter de reserva forestal protectora o productora es una figura jurídica apta para frenar la urbanización. En los cerros, el Consejo de Estado conjuró recientemente el limbo jurídico, delimitando finalmente el espacio urbano.
En la reserva Van der Hammen el asunto es más complejo. Primero, por la existencia de propiedad privada, pero ciertamente por el riesgo de un facilismo en la autoridad ambiental, que podría decidirse por un tímido plan de manejo, válido para el paisaje rural productivo de la Sabana de Bogotá.
Pero el carácter de reserva no tiene la suficiente identidad para conectar la sociedad con la naturaleza. La oportunidad es crear un gran parque natural urbano en una buena parte de las actuales reservas forestales. La administración del Distrito tiene más clara la idea, con propuestas de vinculación del Jardín Botánico para que, en predios ya adquiridos, pueda iniciarse la transformación hacia el gran parque urbano. Así, un acuerdo social y dos líneas de trabajo permitirían avanzar en la consolidación de esta idea.
El primero es la restauración ecológica. A diferencia del Parque Central de Nueva York, que es totalmente construido, en Bogotá estaríamos partiendo de un espacio que cuenta con relictos de ecosistema de páramo, bosques andinos y humedales, que resaltan de entrada su valor de conservación de biodiversidad.
El siguiente es transformar la gran matriz de plantaciones forestales de especies australianas en un bosque mixto, en el cual comience a predominar la biodiversidad andina. Por el potencial biótico que se conoce, podría ser sobradamente uno de los bosques urbanos más ricos en especies del mundo. El Instituto Humboldt y el Jardín Botánico vienen diseñando su intervención en este sentido, en el predio Venado de Oro en los Cerros Orientales, desde donde se podría multiplicar el aprendizaje. Al mismo tiempo, podría sumarse el Acueducto de Bogotá, propietario de extensos predios. El cometido final de la estrategia científica es acercar la naturaleza a la gente. Pero igualmente importante es la estrategia social, para acercar la gente a la naturaleza. Para ello se necesita superar el principal vacío de gestión, que no es más que la falta de una política para permitir el uso público adecuado de esta área protegida.
Este es, además, un asunto de equidad. Para una gran parte de la población este sería el único espacio disponible para conocer la naturaleza de su país. La Fundación Cerros de Bogotá tiene una propuesta de corredor ecológico recreativo, para la integración del tejido urbano con el área protegida como un gran espacio lineal de recreación exterior. En fin, este parque le daría valor urbano a la franja de adecuación entre la reserva y el suelo urbano, ratificada por el Consejo de Estado. ¿Qué movimiento político estaría dispuesto a aceptar este reto? No es sólo para la naturaleza, sino para el bienestar humano.