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Sin importar el resultado de hoy, el próximo presidente va a enfrentar una división nacional que no tiene fácil solución. Es muy probable que tanto Iván Duque como Gustavo Petro reciban varios millones de votos, lo que significa que el nuevo habitante de la Casa de Nariño tendrá a una porción considerable del país en oposición o con profundas desconfianzas. La única salida es fomentar diálogos genuinos entre opuestos.
Ha sido una campaña sucia, llena de señalamientos desafortunados y tremendistas. Lo mencionamos hace una semana en este espacio, en particular con los argumentos que han atacado a los colombianos que defienden el voto en blanco. Pero también aplica para los partidarios de cada uno de los candidatos. Sin entrar a repetir los epítetos que plagaron el debate nacional, en síntesis hay una percepción de que el triunfo de uno u otro puede significar la catástrofe, la llegada de una época oscura para Colombia.
Los candidatos y sus aliados políticos no han sido ajenos a esas tácticas. En varias declaraciones públicas y en pautas publicitarias se ha pintado al opositor como el enemigo, un supuesto representante de una amenaza para la estabilidad de la nación. Ese es el campo de distorsión de la realidad que fomentan las elecciones con sus estrategas políticos sin escrúpulos y sin responsabilidad por Colombia.
Pero una vez cesen la algarabía y la tensión y los votos hayan sido contados y tengamos un nuevo presidente, Colombia descubrirá que el sol seguirá apareciendo en el horizonte y esta promesa que llamamos país tendrá que seguir construyéndose. Además tendremos que seguir encontrando la manera de convivir a pesar de nuestras diferencias, buscando formas para que la violencia no sea la solución a las divisiones profundas. El problema no es la diferencia de opiniones, sino la manera de tramitar esas diferencias.
No basta con hacer acuerdos nacionales en lo político. Ya vimos que la capacidad de operar a pupitrazo en el Congreso, por ejemplo, no equivale a tener un país unido. Al contrario, esa manera de hacer política ha demostrado que causa resentimiento en las personas que se sienten excluidas de los grandes debates nacionales, como ocurrió con el proceso de paz.
Por eso, en un día como hoy, al que llegamos profundamente divididos, proponemos aprender de las experiencias nacionales e internacionales para tramitar los desencuentros: es hora de promover el diálogo entre opuestos. Hace unos días, Colombia 2020 de El Espectador organizó el Encuentro Internacional de Diálogo entre Opuestos en Procesos de Transición, en Bogotá. Allí se encontraron varios expertos internacionales y miembros de los equipos de campaña de Iván Duque y Gustavo Petro.
La conclusión es que sí hay maneras de hablar, de acercarnos. No se trata de apelar a consensos artificiales, pero sí a compromisos donde las partes cedan y comprendan que el país va primero, que el futuro de Colombia debe incluir a todos los sectores de la sociedad, que no podemos seguir fomentando una política que excluya.
Conocemos con suficiente ilustración las consecuencias de la división y la amargura. La madurez de nuestra democracia depende de que, además de que salgamos a votar hoy, podamos iniciar un proceso de reconciliación y de escuchar a la diferencia.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.