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El presidente de la República, Gustavo Petro, está arriesgando uno de los éxitos indudables de su gobierno. Desde que llegó a la Casa de Nariño el manejo macroeconómico que le ha dado su Ministerio de Hacienda al país ha sorprendido por darse peleas duras para buscar mantener una responsabilidad fiscal que los mercados han agradecido. Sí, no han faltado los encontrones salidos de tono con el Banco de la República, ni la constante hostilidad con los gremios, ni un gasto desbordado frente a ingresos poco sólidos, pero con todo y eso, desde el manejo fiscal el gobierno, Petro ha mostrado capacidad reflexiva y compromiso con principios básicos que han protegido la economía colombiana a lo largo de los años. Sin embargo, hay nuevos vientos de duda con la renuncia de su tercer ministro de Hacienda y la llegada de un desconocido, mientras el mandatario parece tener la cabeza puesta más en las elecciones que en el país que todavía sigue gobernando.
La salida de Ricardo Bonilla el año pasado fue dolorosa para el mandatario. El presidente Petro siempre lo defendió frente a la aparente corrupción en el caso de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres. Sin embargo, era necesaria, pues su cercanía a una investigación en curso comprometió proyectos claves para el país, como la ley de financiamiento, que finalmente se hundiría. Su reemplazo, Diego Guevara, daba tranquilidad a personas cercanas al presidente e incluso a observadores independientes. Viceministro tanto de José Antonio Ocampo como de Bonilla, el joven economista enviaba un mensaje de continuidad: política fiscal progresista, pero responsable con los principios macroeconómicos. En últimas, era también la manera en que el presidente Petro decía que, pese a las dificultades, iba a insistir en tener una presidencia responsable. En varias ocasiones el mandatario ha dicho, no sin razón, que su administración ha tenido que entrar a corregir los excesos de deuda que se causaron en el gobierno anterior por culpa de la pandemia y la falta de disciplina fiscal.
Ahora estamos frente a una situación distinta. La salida de Guevara a los pocos meses de asumir se da en medio de un cambio de tono presidencial que produce alerta. El presidente Petro, con una consulta popular que le permite intervenir en política durante el período electoral, entró en modo campaña. Quiere mostrar resultados. Una visión más cínica diría que quiere, también, ayudar a sus candidatos. Y eso implica gastar.
El problema es que el Estado colombiano está en los rines. La DIAN, que sigue sin un director en firme a largo plazo, continúa con serios problemas de recaudo. El déficit llegó al 6,8 % del PIB, el más alto en los últimos 30 años, salvo la época de pandemia. El Gobierno tuvo que plantear un recorte presupuestal doloroso de $12 billones y seguramente tendrá que hacer mucho más en esa línea. No es tiempo de gastar, pero Presidencia envía la señal de que se le acabó la paciencia con la sana prudencia.
Un desmadre en el gasto con tintes populistas sería arruinar el trabajo juicioso que ha hecho el Ministerio de Hacienda. La pelea que se ha dado en temas tan sensibles como el desmonte de los subsidios al combustible muestra el interés del presidente Petro por tener un manejo responsable de las finanzas del Estado, como debe ser. Si en el último año y medio se cambia la estrategia, el país podrá entrar en una espiral muy dañina de endeudamiento cada vez más costoso, altas tasas de interés, inflación rampante, poca confianza y en general un deterioro económico que, paradójicamente, llevaría mayor sufrimiento a las personas más vulnerables, que están en el centro de la agenda del “Gobierno del cambio”.
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