
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El presidente de la República, Gustavo Petro, al unísono con sus acólitos, lleva toda la semana, luego de sus trinos trasnochados que pusieron en riesgo la relación con Estados Unidos, hablando de dignidad. Es un discurso fácil, de esos que tanto lo llenan de satisfacción. En su cuenta de X tiene millones de visualizaciones, lo convierten en meme, lo celebran en ciertos sectores políticos. Sin embargo, la proficiencia en redes y en el discurso oculta una falta preocupante de estrategia, una hostilidad hacia los aliados con los que hay diferencias y una doble moral que pone en riesgo los intereses de todos los colombianos.
El caso más evidente es Venezuela. El régimen de Nicolás Maduro ha encarcelado a opositores, ha hecho alianzas con grupos paramilitares, ha servido de refugio para criminales colombianos, ha robado elecciones y ha consolidado todo el poder detrás de una burocracia corrupta y violenta. Maduro ha violado la Convención Americana y es investigado por la Corte Penal Internacional. No obstante, el presidente Petro, invocando la importancia de la relación entre ambos países, de la conexión entre los pueblos, ha optado por la tibieza estratégica. A los migrantes venezolanos en nuestro país se les ha pedido regresar a sus casas, mientras la diplomacia colombiana le sonríe a un gobierno que les violó sus dignidades. ¿Dónde está la coherencia?
La situación con Estados Unidos mostró otras ambivalencias extrañas. Desde que el presidente Petro llegó a la Presidencia, nuestro país ha recibido US$1.727 millones en cooperación por parte de Usaid, un 8,5 % de la inversión de 2023, como cuenta La Silla Vacía. La ayuda de los estadounidenses es esencial para múltiples programas que benefician a los colombianos, en particular a los más excluidos. Todo eso, si bien está en pausa por 90 días para todos los países del mundo y quizá tenga cambios para Colombia, fue puesto en riesgo en su totalidad y no entró en consideración cuando el presidente respondió con su trino extenso a la irracionalidad de Donald Trump.
Son más los espacios que causan contradicciones. Las flores y el aguacate hass, por dar dos ejemplos, claves en la diversificación de exportaciones que tanto ha prometido la Casa de Nariño para comenzar a depender menos de las exportaciones de carbón y petróleo en el propósito de la transición energética, fueron abandonados a su suerte con la impulsiva reacción presidencial, y justo en vísperas de los momentos de mayor consumo de esos productos, San Valentín y el Superbowl. El turismo, motor importante de ese mismo propósito, se puso en jaque también: para colombianos y extranjeros provenientes de Colombia, más restricciones y pesquisas a la entrada a Estados Unidos, lo que directamente desincentiva las visitas al país. Nada de eso importó en la supuesta defensa de la “dignidad” nacional.
Aquí llega el contraargumento fácil: ¿pretendemos, acaso, arrodillarnos ante un ultraderechista peligroso como Trump? ¿Pretendemos ignorar los derechos de los migrantes, humillados en el país del norte? No, claro que no. Pero el discurso de la dignidad esconde la realidad de una política exterior errática y sin principios, suave con los cercanos ideológicos del presidente y agresiva contra los intereses de los colombianos. La salida desagradecida del excanciller Luis Gilberto Murillo muestra una Casa de Nariño atrincherada en sus propios discursos e incapaz de ver matices. La entronización del discurso tuitero por encima de los intereses nacionales es una pésima apuesta. Y tampoco ayuda a la dignidad del país ni, por ende, de los colombianos.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com
Nota del director. Necesitamos lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.