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Llegó el momento para que Colombia tome una postura inequívoca a favor de los derechos humanos en Venezuela. El comportamiento del régimen de Nicolás Maduro desde las pasadas elecciones es de un claro autoritarismo: persecución a opositores y utilización del sistema legal para aplastar a cualquier persona que critique la elección, así como la complicidad en el uso de actores ilegales para secuestrar a personas. Si eso ocurriera en otro país, el presidente de la República, Gustavo Petro, ya habría salido a rechazarlo con los adjetivos más vehementes. Su postura reciente, aunque haya avanzado, se queda muy corta y denota cierta ceguera conveniente. Mientras tanto, la democracia en el vecino país seguirá sepultada.
Las capturas de estos días, parece, fueron la gota que rebosó el vaso de la paciencia en el presidente Petro. En su cuenta de X escribió: “Igual que nuestro amigo Enrique Márquez, destacado progresista venezolano, ha sido detenido Carlos Correa, destacado defensor de derechos humanos en Venezuela. Esto, y otros hechos, impide mi asistencia personal al acto de posesión de Nicolás Maduro”. Se trata de un reconocimiento necesario al hecho de que hay una persecución violenta contra opositores y activistas en ese país. Sin embargo, es sorprendente el lenguaje mesurado en contraste con las declaraciones que el mandatario ha hecho en otros casos. Si se quiere proteger la vida de los defensores de derechos humanos, hay que ser claro en los señalamientos contra quienes son los victimarios.
La tibieza de la diplomacia colombiana es evidente. El presidente Petro insiste en que es necesario repetir las elecciones, pues, según él, “no hay elecciones libres bajo bloqueos”. Es extraño que, ante la masiva participación de venezolanos, ante el claro clamor en contra de Maduro y ante las constantes trampas del régimen, que han incluido severas violencias a los derechos humanos como lo ha denunciado la propia Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el mandatario de los colombianos no reconozca el triunfo de Edmundo González. La oposición ha tenido que jugar atada de pies y manos, y, aun así, su triunfo fue irrefutable. Hay una manifestación popular solo ahogada por la mezcla de propaganda oficial y de cruel represión. Eso es lo que nuestro país valida al enviar al embajador a la posesión fraudulenta de Maduro: ¿posesión de qué, si nuestra posición oficial es que se tienen que repetir las elecciones?
Tiene razón el presidente cuando dice que romper relaciones conlleva muchas más consideraciones y que la relación entre los pueblos hermanos trasciende la política. También acierta al pedir el respeto a los derechos humanos. Empero, la estrategia colombiana ha fracasado rotundamente y ha dado paso a la complacencia con el autoritarismo. Paso a paso, Maduro se ha burlado de la buena voluntad del gobierno Petro y de su equipo diplomático. Basta con escuchar las declaraciones de la alta cúpula del régimen: viven en una realidad paralela en la que son reyes y dueños de Venezuela. Se trata de una dictadura en vísperas de dar un golpe certero. Muchas vidas están en riesgo. Nuestro país debería recuperar la valentía y la vehemencia para llamar las cosas por su nombre.
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