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Al presidente de la República, Gustavo Petro, le quedan 18 meses en la Casa de Nariño y ha decidido empezar el año buscando culpables para un fracaso que ya ve venir. En el consejo de ministros y después de su transmisión en directo, ha hecho declaraciones condescendientes con sus antiguos funcionarios, mientras insiste en que él es revolucionario, pero las personas que han trabajado con él no han estado a la altura por tener sus propias agendas. Es curioso, pues algo similar dijo cuando pasó por la Alcaldía de Bogotá. Con el presidente Petro siempre hay alguien más a quien culpar: no lo dejaron hacer, no le llevaron el ritmo, no supieron reconocer el momento histórico... Para una persona que llegó al cargo más alto de la rama Ejecutiva, es increíble la poca capacidad de liderar equipos que ejecuten. Nos esperan meses de más discursos, más peleas y muy poco cambio.
Los comentarios que ha hecho el presidente Petro sobre Juan David Correa, su exministro de las Culturas, y Jorge Rojas, su breve exdirector del Departamento Administrativo de la Presidencia de la República, muestran a un mandatario incapaz de trabajar incluso con las personas más cercanas. Aquí no hay excusa de infiltración de la derecha o del centro. El mandatario está quemando incluso a las personas que piensan como él. Su declaración sobre Correa, por ejemplo, muestra una superioridad intelectual y una condescendencia contra el exministro que raya en la ofensa. “En esta entrevista se dicen mentiras, no por culpa de Correa, sino por dejarse engañar o no leer las normas”, escribió. Básicamente, la tesis del presidente es que la renuncia irrevocable de su exfuncionario se dio por no entender cómo funciona el Estado. Se fue engañado, no le alcanzó la capacidad intelectual para comprender lo ocurrido. De Rojas, mientras tanto, expresó que “casi acaba con el Gobierno”.
Lo dicho, el presidente está buscando culpables de su fracaso. Curiosamente, no los encuentra en sus dos alfiles más importantes: Armando Benedetti, acusado por la Corte Suprema de Justicia por corrupción y con varios otros procesos andando, y Laura Sarabia, actriz en el escándalo de extorsión que Benedetti hizo público contra la Casa de Nariño. Pero, claro, los engañados son los funcionarios que se fueron, no los que se quedaron. Habla muy mal de cualquier líder que las dos veces que ha tenido que conformar un equipo de gobierno haya llegado al final de su gestión peleado con la mayoría.
Otro tipo de ofensa presidencial es insinuar que incluso sus ministros con mejor desempeño están haciendo perfomances políticas para lanzarse a la contienda electoral. Como si el mismo presidente Petro no haya insistido en que necesita candidatos para que su proyecto político no muera. No se comprende cómo la ministra de Ambiente, Susana Muhamad, de notable gestión, sigue aguantando tanta condescendencia de su jefe, que empantanó su justo reclamo contra Benedetti. Lo mismo ocurre con la ministra de Justicia, Ángela María Buitrago, y con el ministro de Defensa, Iván Velásquez, personas de indudable trayectoria intelectual que son aplastadas en medio del circo. Especial mención merece la vicepresidenta, Francia Márquez, a quien el Gobierno aisló, señaló de poca ejecución y ha quemado públicamente a pesar de la importancia que tuvo para el triunfo del proyecto del presidente.
¿Qué dirá el presidente cuando otros ministros o embajadores renuncien? No hay que adivinar, ya lo saben tantos otros funcionarios que han salido de una Casa de Nariño disfuncional, sin liderazgo ni ejecución. En vez de gobernar, empezó la época de cacería de culpables. Y quedan 18 meses.
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