Para enfrentar un problema, primero hay que creer que existe. Ahí radica la esencia del problema que LaLiga, la máxima competición futbolística de España, tiene en este momento. Sus dirigentes, de la mano de políticos de la ultraderecha de ese país, como Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, vieron lo que ocurrió con el jugador brasileño del Real Madrid Vinicius Jr. en el partido del fin de semana y repitieron una y otra vez que “España no es un país racista”. Es la misma estrategia de guerra cultural que el neoconservadurismo ha decidido adoptar en todas las democracias: negar que existen problemas con raíces estructurales, minimizar sus efectos y no proteger a las víctimas. Eso no es antirracismo y no hay protocolo de atención a quejas de los jugadores cuando no se quiere reconocer la realidad.
Ver a Vinicius Jr. atacado en el partido del Madrid contra el Valencia, ver al árbitro decirle que conservara la calma y luego ver al jugador del Madrid expulsado en medio de la frustración es un microcosmos del racismo que viven millones de personas en ese país y en el mundo entero. No era nuevo ni para Vinicius, pues solo basta con recordar que hace apenas unas semanas unos fanáticos del Atlético de Madrid colgaron de un puente una figura suya, ni para todos los jugadores afros que pasan por las canchas de Europa. ¿Olvidamos tan pronto cuando a Mario Balotelli y a Dani Alves les arrojaron bananos a la cancha? ¿Acaso no es común que en medio de los cantos de las hinchadas la referencia a los jugadores negros tenga que ver con el color de su piel y todos los estereotipos racistas posibles?
Por eso es que la respuesta de LaLiga ha sido tan frustrante. Su presidente, Javier Tebas, dijo que “no podemos permitir que se manche la imagen de una competición que es sobre todo símbolo de unión entre pueblos, donde más de 200 jugadores de raza negra en 42 clubes reciben cada jornada el respeto y el cariño de toda la afición, siendo el racismo un caso extremadamente puntual (10 denuncias) que vamos a erradicar”. Deciden solo actuar cuando el racismo se convierte en un incidente internacional y hablar de “solo 10 denuncias” es no reconocer el subregistro ante un sistema que es cómplice de lo que ocurre.
Tuvo mucha más lucidez la respuesta del Sindicato de Futbolistas Ingleses (PFA, por su sigla en inglés): “Cuando las personas se manifiestan contra el racismo, o hablan de sus experiencias personales de discriminación, es imperativo que las autoridades no solo escuchen y ofrezcan simpatía o condena. Deben ejecutar acciones inmediatas, decisivas y efectivas”. Exactamente. Las experiencias vividas por Vinicius Jr. y tantas otras personas no pueden negarse ni convertirse en un problema de “imagen” para España. El racismo no solo es real, sino que cobra vidas y sigue generando daños inconmensurables.
De nada le sirvió a LaLiga todo este tiempo tener las 10 denuncias ni mucho menos sus discursos públicos. El antirracismo tiene que ser activo, tiene que ser honesto y tiene que partir de escuchar y creerles a las víctimas. Todo lo demás es mercadeo, pose y complicidad con quienes siguen ejerciendo la violencia a través de los prejuicios.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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Para enfrentar un problema, primero hay que creer que existe. Ahí radica la esencia del problema que LaLiga, la máxima competición futbolística de España, tiene en este momento. Sus dirigentes, de la mano de políticos de la ultraderecha de ese país, como Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, vieron lo que ocurrió con el jugador brasileño del Real Madrid Vinicius Jr. en el partido del fin de semana y repitieron una y otra vez que “España no es un país racista”. Es la misma estrategia de guerra cultural que el neoconservadurismo ha decidido adoptar en todas las democracias: negar que existen problemas con raíces estructurales, minimizar sus efectos y no proteger a las víctimas. Eso no es antirracismo y no hay protocolo de atención a quejas de los jugadores cuando no se quiere reconocer la realidad.
Ver a Vinicius Jr. atacado en el partido del Madrid contra el Valencia, ver al árbitro decirle que conservara la calma y luego ver al jugador del Madrid expulsado en medio de la frustración es un microcosmos del racismo que viven millones de personas en ese país y en el mundo entero. No era nuevo ni para Vinicius, pues solo basta con recordar que hace apenas unas semanas unos fanáticos del Atlético de Madrid colgaron de un puente una figura suya, ni para todos los jugadores afros que pasan por las canchas de Europa. ¿Olvidamos tan pronto cuando a Mario Balotelli y a Dani Alves les arrojaron bananos a la cancha? ¿Acaso no es común que en medio de los cantos de las hinchadas la referencia a los jugadores negros tenga que ver con el color de su piel y todos los estereotipos racistas posibles?
Por eso es que la respuesta de LaLiga ha sido tan frustrante. Su presidente, Javier Tebas, dijo que “no podemos permitir que se manche la imagen de una competición que es sobre todo símbolo de unión entre pueblos, donde más de 200 jugadores de raza negra en 42 clubes reciben cada jornada el respeto y el cariño de toda la afición, siendo el racismo un caso extremadamente puntual (10 denuncias) que vamos a erradicar”. Deciden solo actuar cuando el racismo se convierte en un incidente internacional y hablar de “solo 10 denuncias” es no reconocer el subregistro ante un sistema que es cómplice de lo que ocurre.
Tuvo mucha más lucidez la respuesta del Sindicato de Futbolistas Ingleses (PFA, por su sigla en inglés): “Cuando las personas se manifiestan contra el racismo, o hablan de sus experiencias personales de discriminación, es imperativo que las autoridades no solo escuchen y ofrezcan simpatía o condena. Deben ejecutar acciones inmediatas, decisivas y efectivas”. Exactamente. Las experiencias vividas por Vinicius Jr. y tantas otras personas no pueden negarse ni convertirse en un problema de “imagen” para España. El racismo no solo es real, sino que cobra vidas y sigue generando daños inconmensurables.
De nada le sirvió a LaLiga todo este tiempo tener las 10 denuncias ni mucho menos sus discursos públicos. El antirracismo tiene que ser activo, tiene que ser honesto y tiene que partir de escuchar y creerles a las víctimas. Todo lo demás es mercadeo, pose y complicidad con quienes siguen ejerciendo la violencia a través de los prejuicios.
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