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El color de la piel ha sido y sigue siendo un motivo para descalificar, desestimar y violentar a las personas. Colombia no es ajena a esa realidad y en el día a día los afrodescendientes colombianos tienen que enfrentar las injusticias estructurales que vienen de siglos de desigualdad normalizada. Por eso, para El Espectador y la Fundación Color de Colombia ha sido un orgullo entregar toda la década que termina el premio al Afrocolombiano del Año. La conversación sobre la raza en nuestro país sigue abierta, más en estos tiempos de polarización.
En el Gran Salón del club El Nogal de Bogotá, esta semana, se entregaron los premios que reconocen lo mejor de la afrocolombianidad en 13 categorías, desde Ciencia y Tecnología, pasando por Deporte, Academia, Sector Privado y Fuerza Pública. Además, se hizo un homenaje a los afrocolombianos más destacados en la última década. Todos los nominados y los ganadores son símbolos de resistencia, tenacidad, creatividad e inteligencia; son un ejemplo no solo para las personas de color y para los niños que crecen en zonas de pobreza y abandono, sino para todo el país. Así se ve la excelencia colombiana: no hay motivos para la discriminación.
“Mi mamá me enseñó a amar mi negritud. Desde ahí veo que hay que hacer visible lo invisible”, dijo Mábel Lara, galardonada como la afrocolombiana de la década en Medios y Periodismo. En esa frase sintetizó la importancia de este premio, el motivo que llevó esta década a que este medio de comunicación hiciera una apuesta por mostrar los rostros que muchas veces están escondidos.
Aquello que no se ve no se puede admirar. También los vacíos de poder y de representación que no se hacen evidentes, no se pueden corregir. Si el país no es consciente de sus deudas con la raza nunca las va a pagar.
El escritor afroestadounidense Ta-Nehisi Coates lo dijo de manera contundente y cruda: “América empieza con el saqueo de lo negro y la democracia blanca, dos características que no son contradictorias, sino que se complementan”. Todos los Estados que recibieron la diáspora forzosa de personas afros se construyeron sobre el crimen de la esclavitud. Sus instituciones, aún hoy vigentes, durante mucho tiempo sirvieron para reformular la desigualdad, legalizándola, haciéndola pasar como el único orden posible para nuestras sociedades.
Esa herencia no nos la hemos terminado de sacudir. El resultado es que los afrocolombianos nacen con desventajas materiales, tangibles. No es casualidad que las zonas más pobres del país sean, al mismo tiempo, habitadas mayoritariamente por afrocolombianos. Tampoco es casualidad que el país acabe de presentar un censo en el que se desaparecieron más de un millón y medio de afrodescendientes: algo dice eso de la invisibilización de esta población. Y si esas son las cifras oficiales, ¿qué se puede esperar de las políticas públicas que se diseñan a partir de ellas?
La polarización política de los últimos años, además, ha reforzado el racismo, el miedo a la diferencia, la persecución del “otro”, aquel que históricamente ha sido visto como enemigo o como un ser de menor valor. El único antídoto es seguir haciendo la pregunta por la raza en todos los espacios públicos y privados; seguir celebrando el gran aporte de los afrocolombianos y todo lo que el país perdería si ellos no estuvieran aquí.
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