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Perdemos mucho tiempo y vidas por culpa de la discriminación. Esa es la conclusión de una reciente tutela fallada por la Corte Constitucional. Un joven trans, que inició su transición en 2018, fue discriminado, presionado y aislado por un colegio en Sabaneta (Antioquia). El punto llegó a tal extremo, que el estudiante sufrió episodios de depresión y tuvo un intento de suicidio, a lo que el colegio respondió imponiéndole un plan de estudios donde le prohibían tener puntos de socialización con sus otros compañeros. En vez de actuar con empatía y entender que los centros educativos están llamados a convertirse en espacios seguros para la diversidad, el prejuicio puso en riesgo la vida de un joven. No es el único caso en Colombia. Aunque el precedente que sienta la Corte es importante, ¿cómo vamos a enfrentar los movimientos discriminatorios liderados por padres y educadores prejuiciosos?
Lo vimos con el caso de Sergio Urrego y se repitió en los hechos de este proceso, que culminó con la Sentencia T-443 de 2020. Los colegios, integrados por directivas y profesores que no han sido capaces de romper con sus prejuicios, se convierten en espacios de agresión. Es trágico que falte tanto camino por andar. En el pasado, decisiones necesarias de la Corte Constitucional han sido recibidas por parte de las asociaciones de padres y maestros con un oscurantismo dañino. Todavía queda en la memoria el escándalo por las demonizadas “cartillas de género”.
Como respuesta, el apoyo a la diversidad debe ser vehemente. Proteger los derechos de un joven trans no es negar las creencias religiosas de los demás estudiantes ni afectar su existencia, es solo reconocer que todos tenemos derecho a existir, a educarnos, a construir nuestros proyectos de vida y a no ser discriminados. Ese discurso que equipara la agenda por la igualdad con un supuesto autoritarismo moral lo que oculta es que la discriminación cobra vidas. Lo vemos una y otra vez. La pregunta que se les devuelve a los padres y profesores del país es clara: ¿les parece justo que un adolescente tenga que sufrir tanto por culpa de los prejuicios? ¿A cuántas niñas, niños y adolescentes están dispuestos a dejar atrás por el temor a reconocer la diversidad?
En su sentencia, la Corte dice que deben crearse “espacios que promuevan la formación académica y la convivencia pacífica de todos los estudiantes, especialmente la de aquellos en dificultades, de forma tal que logren superar cualquier barrera que esté impidiendo su desarrollo emocional óptimo”. Por eso le ordenó al colegio, entre otras cosas, “prestar el apoyo que el joven requería durante su proceso de reafirmación de género sin imponer barreras administrativas durante su transición” y “promover formas acertadas de tratar la diversidad”.
Esa última idea es fundamental. Para que los colegios no sean espacios hostiles contra niñas, niños y adolescentes que sean lesbianas, gais, bisexuales o trans (LGBT), las instituciones deben ser proactivas. En vez de evitar el tema de la sexualidad y la identidad de género, tienen que promoverse espacios donde se discuta el tema a partir de la inclusión. Nadie nace con la discriminación preinstalada en el cerebro: es algo que aprenden en sus hogares y en sus colegios. ¿Qué tal, entonces, si cambiamos la forma en que educamos?
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