El arduo camino hacia un planeta sostenible
Pese a la importancia del acuerdo climático, en el escenario más utópico tendremos que afrontar consecuencias catastróficas.
El Espectador
Después de dos semanas de intensas negociaciones en Francia, las 195 delegaciones asistentes a la Conferencia Internacional sobre Cambio Climático (COP21) suscribieron un acuerdo histórico para empezar a combatir los efectos del cambio climático causado por el desarrollo de la humanidad. 60 años después de la presentación de la primera evidencia sobre el problema, los países del mundo decidieron —¡por fin!—tratar el asunto con la seriedad que merece. Aunque el acuerdo no es perfecto, ni se acerca a lo que necesitamos para garantizar la subsistencia de las futuras generaciones en la Tierra, es un avance fundamental hacia una solución final.
Los expertos y líderes mundiales le hicieron eco a la idea de que, si bien lo pactado no es ideal, sí nos encamina adecuadamente. Lo dijo mejor Bill McKibben, cofundador de la ONG 350.org: “Con esto no se ha salvado al planeta, pero puede haberse salvado la oportunidad de salvar al planeta”.
En total, el texto final tiene 31 páginas. En los principales puntos se destaca el hecho de que el acuerdo será jurídicamente vinculante y el compromiso que adquirieron los países para evitar que la temperatura del planeta aumente más de 2ºC. El documento, sin embargo, invita a los países a hacer esfuerzos para mantenerla por debajo de 1,5ºC. También, los representantes acordaron que cada cinco años se reunirán de nuevo para revisar los compromisos y las metas que se establecieron en París. Es, tal vez, lo mejor que podía salir del choque de tantos intereses.
Sin embargo, estamos aún lejos de tomar las medidas radicales que se necesitan para un problema que se anuncia como inevitable. La diferencia entre los 1,5ºC y 2ºC, por ejemplo, no es inocua: si no conseguimos la meta más ambiciosa, perderemos la capa helada de Groenlandia. Si llegamos a los 2ºC, cerca de 280 millones de personas que viven en territorios cercanos al mar se tendrían que desplazar por las inundaciones. Sin embargo, si lográramos no pasar del 1,5ºC, sólo 137 millones de personas tendrían que pasar esa tragedia.
Sí, incluso en el escenario más utópico tendremos que afrontar consecuencias catastróficas.
Por eso duele que, además de lo mucho que tardó el mundo en actuar, aún hay voces irresponsables que atacan los acuerdos con retórica peligrosa. Mitch McConnell, líder del Partido Republicano en el Senado de Estados Unidos, dijo que su colectividad está comprometida a “destrozar” el acuerdo una vez lleguen a la Presidencia (si ganan, claro está). Si ese país, o alguno de los que más contribuyen al problema, fracasa en sus compromisos, todo este esfuerzo será en vano. El tiempo para esa clase de discusiones ya prescribió.
La oposición, impulsada por varias industrias energéticas, se entiende cuando uno escucha a los científicos. Una solución profunda, argumentan ellos, tiene que pasar por una reforma estructural de todo nuestro sistema productivo y de transporte que depende de los combustibles fósiles. En parte, como lo dijo Barack Obama, por eso aún no podíamos hacer un compromiso tan vehemente: la tecnología no está en capacidad de suplir lo que implicaría, por ejemplo, renunciar a los carros o aviones impulsados por gasolina.
Pero llegaremos allí. El poder sigue estando en los ciudadanos, en la presión que se ejerza. Ahora que todos los países están de acuerdo en la existencia del problema, podemos por fin trabajar juntos para solucionarlo.
Colombia tendrá que hacer su parte: no podemos fallar en el compromiso del Gobierno de disminuir nuestras emisiones en un 20% antes del 2030. De nosotros depende que el planeta sea, algún día, sostenible.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
Después de dos semanas de intensas negociaciones en Francia, las 195 delegaciones asistentes a la Conferencia Internacional sobre Cambio Climático (COP21) suscribieron un acuerdo histórico para empezar a combatir los efectos del cambio climático causado por el desarrollo de la humanidad. 60 años después de la presentación de la primera evidencia sobre el problema, los países del mundo decidieron —¡por fin!—tratar el asunto con la seriedad que merece. Aunque el acuerdo no es perfecto, ni se acerca a lo que necesitamos para garantizar la subsistencia de las futuras generaciones en la Tierra, es un avance fundamental hacia una solución final.
Los expertos y líderes mundiales le hicieron eco a la idea de que, si bien lo pactado no es ideal, sí nos encamina adecuadamente. Lo dijo mejor Bill McKibben, cofundador de la ONG 350.org: “Con esto no se ha salvado al planeta, pero puede haberse salvado la oportunidad de salvar al planeta”.
En total, el texto final tiene 31 páginas. En los principales puntos se destaca el hecho de que el acuerdo será jurídicamente vinculante y el compromiso que adquirieron los países para evitar que la temperatura del planeta aumente más de 2ºC. El documento, sin embargo, invita a los países a hacer esfuerzos para mantenerla por debajo de 1,5ºC. También, los representantes acordaron que cada cinco años se reunirán de nuevo para revisar los compromisos y las metas que se establecieron en París. Es, tal vez, lo mejor que podía salir del choque de tantos intereses.
Sin embargo, estamos aún lejos de tomar las medidas radicales que se necesitan para un problema que se anuncia como inevitable. La diferencia entre los 1,5ºC y 2ºC, por ejemplo, no es inocua: si no conseguimos la meta más ambiciosa, perderemos la capa helada de Groenlandia. Si llegamos a los 2ºC, cerca de 280 millones de personas que viven en territorios cercanos al mar se tendrían que desplazar por las inundaciones. Sin embargo, si lográramos no pasar del 1,5ºC, sólo 137 millones de personas tendrían que pasar esa tragedia.
Sí, incluso en el escenario más utópico tendremos que afrontar consecuencias catastróficas.
Por eso duele que, además de lo mucho que tardó el mundo en actuar, aún hay voces irresponsables que atacan los acuerdos con retórica peligrosa. Mitch McConnell, líder del Partido Republicano en el Senado de Estados Unidos, dijo que su colectividad está comprometida a “destrozar” el acuerdo una vez lleguen a la Presidencia (si ganan, claro está). Si ese país, o alguno de los que más contribuyen al problema, fracasa en sus compromisos, todo este esfuerzo será en vano. El tiempo para esa clase de discusiones ya prescribió.
La oposición, impulsada por varias industrias energéticas, se entiende cuando uno escucha a los científicos. Una solución profunda, argumentan ellos, tiene que pasar por una reforma estructural de todo nuestro sistema productivo y de transporte que depende de los combustibles fósiles. En parte, como lo dijo Barack Obama, por eso aún no podíamos hacer un compromiso tan vehemente: la tecnología no está en capacidad de suplir lo que implicaría, por ejemplo, renunciar a los carros o aviones impulsados por gasolina.
Pero llegaremos allí. El poder sigue estando en los ciudadanos, en la presión que se ejerza. Ahora que todos los países están de acuerdo en la existencia del problema, podemos por fin trabajar juntos para solucionarlo.
Colombia tendrá que hacer su parte: no podemos fallar en el compromiso del Gobierno de disminuir nuestras emisiones en un 20% antes del 2030. De nosotros depende que el planeta sea, algún día, sostenible.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.