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El caso de Camila Abuabara

Un paro respiratorio fue el punto final de la luchadora Camila Abuabara, una joven de 25 años famosa en el país por su conmovedora lucha contra una leucemia linfoide aguda, un tipo de cáncer en la sangre que genera células inmaduras e inadecuadas para el funcionamiento normal del organismo.

El Espectador
27 de febrero de 2015 - 04:00 a. m.
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En 2010 fue diagnosticada con la enfermedad y durante todos estos años llegó a tener decenas de miles de seguidores que la apoyaban en su padecimiento. El martes en la noche su madre informó que había muerto. Mandamos, por supuesto, toda nuestra solidaridad a sus familiares y conocidos más cercanos.

Gran parte de la opinión pública está debatiendo sobre el sistema de salud colombiano por este caso. Sin embargo, las acusaciones son bastante reducidas, cosa que distorsiona un poco la manera como entendemos la realidad de la salud en Colombia: lo fácil es culpar a Sánitas, una EPS particular, y al ministro de Salud, Alejandro Gaviria, a quien le tocó, en buena parte, el desarrollo más polémico del caso Abuabara. Sobre todo porque fue él quien ordenó hacer la operación de trasplante de médula en Colombia, cuando ella y su familia pedían que se realizara en Estados Unidos. Los dineros de la salud pública no debían pagar de más por un procedimiento que acá se podía hacer de una forma mucho más barata. Ese era el argumento y, en su momento, lo compartimos plenamente.

Acusar al ministro Gaviria de la muerte de Camila Abuabara es, por otra parte, un error apenas entendible: lo acalorado del tema, el concepto de la vida humana que está en juego en el interior de un sistema ineficiente, hacen que esa crítica se manifieste de forma generalizada. Pero es, insistimos, un error grave. Ninguna de las varias decisiones que tomó Gaviria fue equivocada: ni intervenir en su momento ante las dilaciones de la EPS, ni ordenar la operación final acá, donde, sin duda, hay personal calificado para ello.

Varios debates necesarios, sin embargo, se están ahogando en el marasmo de acusaciones cruzadas. El primero, que surgió a principios del año pasado, es si un Estado debe tener una respuesta financiera positiva y sin límites frente a cualquier eventualidad: la operación que Abuabara pedía en Estados Unidos, por ejemplo... Porque los recursos de la salud son finitos. Y esa discusión no la hemos dado: la ponderación entre un derecho fundamental y la forma que hay de financiarlo.

Lo segundo es, claro, la naturaleza misma de este sistema, que debe ser mirada y juzgada sin apasionamientos. Desde Camila, claro, desde la negligencia (no sólo característica de Sánitas, por cierto) en días que hoy lucen definitivos: la embolatada operación de trasplante de médula ósea de 2013 que mereció la intervención del ministro Gaviria y que luego no pudo hacerse por el deterioro de su salud, donde se abrió un nuevo capítulo para ella por la esperanza de un tratamiento experimental que estaban relizando en el hospital de Pensilvania, Estados Unidos.

Hacia allá debería ir la mirada si queremos extrapolar este caso a la realidad entera de la salud en Colombia. Cambiar el sistema de forma estructural parece ser un imperativo desatendido durante muchos años.

Paz en la tumba de Camila Abuabara.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com. /

 

Por El Espectador

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