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En El Salvador hay un presidente que se sueña como referente en toda América Latina. Su inversión en publicidad, dentro y fuera del país, busca presentarlo como el que mejor ha enfrentado el coronavirus, una voz eficaz y vehemente contra la corrupción de siempre y contra los abusos de los “poderosos”. El problema es que, en realidad, se trata de un líder populista y autoritario que utiliza su alto índice de favorabilidad para destruir el equilibrio de poderes en su país y crear situaciones inhumanas. Hay que tenerle cuidado.
Nayib Bukele se volvió viral. Así llegó a la Presidencia en El Salvador y, en medio del coronavirus, empezó a aparecer en los computadores y celulares de varios países latinoamericanos, incluyendo Colombia. Videos de él dando órdenes, estigmatizando a los bancos, a las élites que tilda de corruptas y a los abusadores han sido compartidos con mensajes que añoran un líder así para cada país. Las apariencias, no obstante, son engañosas.
Hace un tiempo contamos cómo Bukele amenazó al Congreso por no querer aprobarle un presupuesto a su antojo. Durante una semana estuvo rondando la idea de la insurrección popular y entró a las instalaciones del parlamento, ayudado por los militares. A último momento se arrepintió de dar un golpe de Estado, pero fue claro en recordar que eso estaba dentro de sus facultades. También dijo que Dios le habló y le pidió paciencia.
¿Puede ser más claro el mensaje? Esos comportamientos suelen ir acompañados de un desdén creciente por la democracia y los pesos y contrapesos.
Ahora, la misma Presidencia de El Salvador dio a conocer unas fotografías desgarradoras. En cárceles hacinadas (BBC Mundo cuenta que “las cárceles de El Salvador tienen una capacidad para 18.051 reclusos, pero el sistema actualmente tiene más de 38.000”), el Gobierno hizo filas de prisioneros, casi desnudos, pegados unos con otros. El objetivo era mostrar fuerza. Lo que dejó en evidencia fue la vulneración a la dignidad humana. Las sociedades que, en su lucha contra el crimen, traicionan principios básicos de respeto humanitario, se están entregando al autoritarismo y a la bajeza de asemejarse a quienes combaten.
Bukele también está fomentando el “uso de la fuerza letal” en la lucha contra el crimen. Esto en un país donde, según la Procuraduría para la Defensa de Derechos Humanos, la Policía y el Ejército han cometido “detenciones ilegales” y “tratos crueles, inhumanos y degradantes” contra los detenidos en la cuarentena, según retoma El Faro.
Los síntomas están: irrespeto por el Congreso y las cortes, uso del Ejército y la mano dura para hacerse valer, discursos que estigmatizan y crean un “ellos contra nosotros”, cercanía con la religión y la idea de que Dios le habla directamente, narcisismo expresado en gastos en publicidad, intolerancia a las críticas de los defensores de derechos humanos. La enfermedad es conocida: caudillismo autoritario típico, de esos que hemos tenido que sufrir en América Latina.
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