Leer el comunicado de la delegación del Gobierno nacional en la mesa de los diálogos con la guerrilla del ELN es ver resumidas décadas de infructuosos acercamientos con una organización atrincherada en el pasado. A pesar de contar con un presidente de la República que ha hecho de la búsqueda de la paz una de sus principales banderas, los representantes del Estado colombiano están llegando a la amarga conclusión de que la comandancia del grupo armado no tiene voluntad de alcanzar un acuerdo. Esta es la última semana en que las partes pueden prorrogar de nuevo el cese al fuego, pero las vías comunicantes están interrumpidas.
“Con perseverancia e inmensa paciencia, hemos solicitado en repetidas oportunidades [al ELN] sentarnos a resolver de manera bilateral y constructiva los problemas del proceso de paz”, escribió la delegación del Gobierno en un comunicado publicado en redes sociales. “Lamentablemente”, agregaron, “una y otra vez, ante esa voluntad manifiesta, las respuestas han sido las mentiras y la arrogante posición de la dirección del ELN y de su comandante Antonio García”. En diplomacia, ese tipo de adjetivos no suelen emplearse a menos que la situación esté en cuidados intensivos y con mal pronóstico.
Las grietas son evidentes desde hace un tiempo. Solo en un par de días, en Tame, Arauca, hubo 17 secuestros y 130 personas desplazadas, en un territorio de alta influencia del ELN. Ese actuar llevó a que José Félix Lafaurie, negociador del Gobierno con la guerrilla, expresara en público sus preocupaciones: “No se puede seguir permitiendo que, mientras cuestionan buena parte de las cosas que el Gobierno hace, por ejemplo, siguen secuestrando, asesinando y extorsionando”. Esto se une a una larga lista de mensajes cruzados en los que el ELN ha mostrado hostilidad hacia el Gobierno, los colombianos y la idea misma de alcanzar una paz negociada.
También la semana pasada, la guerrilla en un comunicado se preguntaba: “¿Qué garantía de seriedad merece un gobierno que no cumple lo que acuerda? ¿Qué sentido tiene que desde el gobierno llamen al ELN a firmar nuevos acuerdos, si no cumplen los anteriores?”. Se quejan de supuestos incumplimientos al cese, pero son las violaciones de la guerrilla las que han sido evidentes. El verdadero trasfondo es la molestia del comando guerrillero con la administración Petro por iniciar diálogos en Nariño con un grupo disidente del ELN.
En riesgo inmediato se encuentra ese cese al fuego que, como contó Colombia+20 de El Espectador, ya es el más largo que ha tenido el Estado colombiano con cualquier grupo armado. La fecha límite para prorrogar es el 3 de agosto y, si no se hace, puede desatar una ola de violencia en regiones del país que ya están en una situación precaria. El problema es que, más allá de los representantes de la iglesia, hay poca voluntad de diálogo. El Gobierno está entendiblemente cansado de la arrogancia constante del ELN.
La delegación del Gobierno fue certera: “La verdad es que, luego de años de diálogo, el ELN aún no ha respondido la pregunta de si está dispuesto o no a transitar a la paz o si, por el contrario, concibe este proceso como una oportunidad para su fortalecimiento militar”. Si no hay respuestas claras, el lamentable regreso a la guerra será inevitable por culpa de la comandancia de la guerrilla.
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Leer el comunicado de la delegación del Gobierno nacional en la mesa de los diálogos con la guerrilla del ELN es ver resumidas décadas de infructuosos acercamientos con una organización atrincherada en el pasado. A pesar de contar con un presidente de la República que ha hecho de la búsqueda de la paz una de sus principales banderas, los representantes del Estado colombiano están llegando a la amarga conclusión de que la comandancia del grupo armado no tiene voluntad de alcanzar un acuerdo. Esta es la última semana en que las partes pueden prorrogar de nuevo el cese al fuego, pero las vías comunicantes están interrumpidas.
“Con perseverancia e inmensa paciencia, hemos solicitado en repetidas oportunidades [al ELN] sentarnos a resolver de manera bilateral y constructiva los problemas del proceso de paz”, escribió la delegación del Gobierno en un comunicado publicado en redes sociales. “Lamentablemente”, agregaron, “una y otra vez, ante esa voluntad manifiesta, las respuestas han sido las mentiras y la arrogante posición de la dirección del ELN y de su comandante Antonio García”. En diplomacia, ese tipo de adjetivos no suelen emplearse a menos que la situación esté en cuidados intensivos y con mal pronóstico.
Las grietas son evidentes desde hace un tiempo. Solo en un par de días, en Tame, Arauca, hubo 17 secuestros y 130 personas desplazadas, en un territorio de alta influencia del ELN. Ese actuar llevó a que José Félix Lafaurie, negociador del Gobierno con la guerrilla, expresara en público sus preocupaciones: “No se puede seguir permitiendo que, mientras cuestionan buena parte de las cosas que el Gobierno hace, por ejemplo, siguen secuestrando, asesinando y extorsionando”. Esto se une a una larga lista de mensajes cruzados en los que el ELN ha mostrado hostilidad hacia el Gobierno, los colombianos y la idea misma de alcanzar una paz negociada.
También la semana pasada, la guerrilla en un comunicado se preguntaba: “¿Qué garantía de seriedad merece un gobierno que no cumple lo que acuerda? ¿Qué sentido tiene que desde el gobierno llamen al ELN a firmar nuevos acuerdos, si no cumplen los anteriores?”. Se quejan de supuestos incumplimientos al cese, pero son las violaciones de la guerrilla las que han sido evidentes. El verdadero trasfondo es la molestia del comando guerrillero con la administración Petro por iniciar diálogos en Nariño con un grupo disidente del ELN.
En riesgo inmediato se encuentra ese cese al fuego que, como contó Colombia+20 de El Espectador, ya es el más largo que ha tenido el Estado colombiano con cualquier grupo armado. La fecha límite para prorrogar es el 3 de agosto y, si no se hace, puede desatar una ola de violencia en regiones del país que ya están en una situación precaria. El problema es que, más allá de los representantes de la iglesia, hay poca voluntad de diálogo. El Gobierno está entendiblemente cansado de la arrogancia constante del ELN.
La delegación del Gobierno fue certera: “La verdad es que, luego de años de diálogo, el ELN aún no ha respondido la pregunta de si está dispuesto o no a transitar a la paz o si, por el contrario, concibe este proceso como una oportunidad para su fortalecimiento militar”. Si no hay respuestas claras, el lamentable regreso a la guerra será inevitable por culpa de la comandancia de la guerrilla.
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