El espejismo que es la reforma política
El Espectador
Otra vez desperdicia el Congreso la oportunidad de hacer una reforma política de fondo. Aunque a última hora se “salvó” el proyecto propuesto por el Gobierno, después de un empujón por parte del Partido de la U, la realidad es que el texto que volverá a discutirse en marzo no tiene dientes. Se trata, más bien, de un pequeño salvavidas a la administración del presidente Iván Duque, que puede reclamar el triunfo político. Pero queda la desazón de que el parlamento se rehúsa a tomar las decisiones necesarias para modificar la cultura política colombiana.
Ya en este espacio discutimos el error histórico que cometieron los congresistas al rechazar la paridad y las listas cerradas. No sobra, sin embargo, repetirlo: los prejuicios y la falta de visión dejaron por fuera de la discusión una acción afirmativa que podría cambiar de tajo el rostro de la política nacional. Este ha sido un año decepcionante para el nuevo Congreso.
Lo anterior se siguió viendo en el texto rescatado a última hora. Lo escribió Elisabeth Ungar en su columna de El Espectador: “lo sucedido en la sesión nocturna del pasado domingo es una nueva demostración de que muchos de los senadores y representantes son reacios a autorreformarse y a cambiar las reglas del juego y las costumbres políticas que los benefician y que les permiten perpetuarse y repartirse el poder”.
En la práctica, el proyecto de reforma todavía contiene la financiación preponderantemente estatal (que permite la entrada de dineros privados, lo que, nos parece, arruina el objetivo de esa medida), la posibilidad de que los congresistas puedan renunciar a sus curules para ser designados como ministros del gabinete del Gobierno y la creación del Fondo de Inversión de Iniciativa Congresional, proveniente del Presupuesto Nacional General, que en la práctica permite que los parlamentarios hagan asignaciones presupuestales. En otras palabras, perduran solo las medidas que más les convienen a quienes hoy ocupan cargos en el Congreso.
El Gobierno celebró el triunfo. No es para menos, pues la reforma parecía hundida y prometía sumarse a los múltiples obstáculos que la administración Duque se ha encontrado en el parlamento. ¿Le dará esto un impulso para arrancar el 2019 con mejor suerte legislativa? Ojalá así sea, porque el país no puede seguir con una dinámica política estancada entre el Congreso y el Ejecutivo.
Sin embargo, como ocurrió con las propuestas anticorrupción, tanto el Gobierno como el Congreso le fallaron al país. El primero porque, pese a haber sido defensor de las listas cerradas y la paridad, no fue capaz de crear un consenso que permitiera la aprobación de la reforma. El segundo porque, una vez más, demuestra que no tiene la voluntad política de tomar decisiones difíciles que afectan a los parlamentarios, pero que pueden generar cambios tangibles en Colombia. Las cifras de aprobación del Legislativo seguirán por el piso, la ciudadanía continuará frustrada y la deuda histórica con una genuina inclusión política no se resolverá.
Es muy probable que el año entrante se apruebe la reforma política y haya quienes la defiendan. Pero si el texto es similar al que fue “salvado” recientemente, se tratará de un espejismo. Otro incumplimiento al país por parte del Congreso.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
Otra vez desperdicia el Congreso la oportunidad de hacer una reforma política de fondo. Aunque a última hora se “salvó” el proyecto propuesto por el Gobierno, después de un empujón por parte del Partido de la U, la realidad es que el texto que volverá a discutirse en marzo no tiene dientes. Se trata, más bien, de un pequeño salvavidas a la administración del presidente Iván Duque, que puede reclamar el triunfo político. Pero queda la desazón de que el parlamento se rehúsa a tomar las decisiones necesarias para modificar la cultura política colombiana.
Ya en este espacio discutimos el error histórico que cometieron los congresistas al rechazar la paridad y las listas cerradas. No sobra, sin embargo, repetirlo: los prejuicios y la falta de visión dejaron por fuera de la discusión una acción afirmativa que podría cambiar de tajo el rostro de la política nacional. Este ha sido un año decepcionante para el nuevo Congreso.
Lo anterior se siguió viendo en el texto rescatado a última hora. Lo escribió Elisabeth Ungar en su columna de El Espectador: “lo sucedido en la sesión nocturna del pasado domingo es una nueva demostración de que muchos de los senadores y representantes son reacios a autorreformarse y a cambiar las reglas del juego y las costumbres políticas que los benefician y que les permiten perpetuarse y repartirse el poder”.
En la práctica, el proyecto de reforma todavía contiene la financiación preponderantemente estatal (que permite la entrada de dineros privados, lo que, nos parece, arruina el objetivo de esa medida), la posibilidad de que los congresistas puedan renunciar a sus curules para ser designados como ministros del gabinete del Gobierno y la creación del Fondo de Inversión de Iniciativa Congresional, proveniente del Presupuesto Nacional General, que en la práctica permite que los parlamentarios hagan asignaciones presupuestales. En otras palabras, perduran solo las medidas que más les convienen a quienes hoy ocupan cargos en el Congreso.
El Gobierno celebró el triunfo. No es para menos, pues la reforma parecía hundida y prometía sumarse a los múltiples obstáculos que la administración Duque se ha encontrado en el parlamento. ¿Le dará esto un impulso para arrancar el 2019 con mejor suerte legislativa? Ojalá así sea, porque el país no puede seguir con una dinámica política estancada entre el Congreso y el Ejecutivo.
Sin embargo, como ocurrió con las propuestas anticorrupción, tanto el Gobierno como el Congreso le fallaron al país. El primero porque, pese a haber sido defensor de las listas cerradas y la paridad, no fue capaz de crear un consenso que permitiera la aprobación de la reforma. El segundo porque, una vez más, demuestra que no tiene la voluntad política de tomar decisiones difíciles que afectan a los parlamentarios, pero que pueden generar cambios tangibles en Colombia. Las cifras de aprobación del Legislativo seguirán por el piso, la ciudadanía continuará frustrada y la deuda histórica con una genuina inclusión política no se resolverá.
Es muy probable que el año entrante se apruebe la reforma política y haya quienes la defiendan. Pero si el texto es similar al que fue “salvado” recientemente, se tratará de un espejismo. Otro incumplimiento al país por parte del Congreso.
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