El fin, por fin
El punto al que hemos llegado en el entendimiento de dos enemigos históricos debe ser suficiente para que la guerra nunca vuelva a ser una opción.
El Espectador
No deja de ser increíble lo que presenció el país ayer en La Habana (Cuba). Después de tantos intentos fallidos, de traiciones y de una profunda desconfianza, producto de una historia de confrontación entre el Gobierno y las Farc, además de los tropiezos graves en estos años de negociaciones, que parecían insuperables, se anunció, con firme presencia de la comunidad internacional, que por fin hay un acuerdo sobre el cese bilateral y definitivo del fuego, así como la dejación de armas y el proceso de reintegración a la sociedad de los guerrilleros en combate. Es plausible afirmar que más de cincuenta años de tragedias y sufrimientos podrán terminar con un estrechón de manos y unos compromisos claros. Histórico.
El contraste entre los discursos de las Farc al inicio de las conversaciones y el del día de ayer es el mayor testimonio del poder del diálogo cuando hay genuina intención de encontrarnos en las diferencias. No sobra recordar la indignación que producía una retórica violenta, desafiante, que prometía no someterse a la justicia, ni a las instituciones, que no reconocía víctimas y, más bien, se proponía a sí misma como víctima de un régimen que les validaba todos los crímenes cometidos. Esas eran las Farc que llegaron a Cuba.
Y, aun así, la persistencia de un proceso bien pensado, pausado y razonado creó las condiciones para que esta semana Timoleón Jiménez, o Timochenko, comandante de las Farc, fuera enfático en explicar que su guerrilla dejará las armas para siempre y que ahora la lucha será política, en el marco de las instituciones, de las reglas que todos respetamos. En un país donde las diferencias son excusas para atentar contra el otro, que el líder de la guerrilla más antigua sepultara la idea de que, si la democracia no nos gusta, tenemos derecho a matarnos, es muy diciente. “Que este sea el último día de la guerra”, afirmó el líder guerrillero. Que así sea, y que los puntos que falta afinar, que son complejos, no sean un obstáculo para llegar al acuerdo final lo más pronto posible.
En cuanto al acuerdo puntual, es clave que la seguridad sea infalible para construir justicia, pero no sólo para los guerrilleros en proceso de reinserción. La verificación internacional y la Fuerza Pública deberán garantizar que en las 23 zonas veredales y ocho campamentos donde se ubicarán los miembros de las Farc se garanticen todas las condiciones para que este proceso sea exitoso. También es necesario que el Estado demuestre que tiene la capacidad de entrar a los espacios que dejarán los guerrilleros y cumplirles a los habitantes de estas zonas de conflicto. Especialmente porque, como lo han venido anunciando los actos criminales recientes, hay muchas personas interesadas en sabotear con fuego los acuerdos, así como en tomar control de los lugares de histórica ausencia institucional. Hoy, como siempre, pero tal vez con un poco más de urgencia, el Gobierno tiene que demostrar su capacidad de proteger a la población civil. No vaya a ser que estemos sembrando las semillas de otros conflictos en un futuro muy cercano.
La refrendación ciudadana es —aparte de los asuntos que quedan por resolver que, aunque complejos, son más bien mecánicos— lo que realmente falta para dar el paso final. En ese sentido, la aceptación por parte de las Farc del mecanismo de refrendación que estudia la Corte Constitucional es una muestra más de la solidez de este acuerdo. La ciudadanía y la Constitución que no reconocían son ahora jueces de su compromiso.
Y sí, es posible que los colombianos decidan apoyar el no. Esas son las reglas del juego y el Gobierno debe garantizar que esa refrendación sea libre. Pero aun si el no fuera la decisión de los colombianos, eso no debería ser suficiente para tirar este esfuerzo por la borda. El punto al que hemos llegado en el entendimiento de dos enemigos históricos debe ser suficiente para que la guerra nunca vuelva a ser una opción. Que esta sea la oportunidad de empezar a construir una nueva Colombia, incluso renegociando asuntos que resulten intolerables para los votantes. Nos merecemos esa segunda oportunidad sobre la Tierra. Todo está dispuesto para que así sea.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
No deja de ser increíble lo que presenció el país ayer en La Habana (Cuba). Después de tantos intentos fallidos, de traiciones y de una profunda desconfianza, producto de una historia de confrontación entre el Gobierno y las Farc, además de los tropiezos graves en estos años de negociaciones, que parecían insuperables, se anunció, con firme presencia de la comunidad internacional, que por fin hay un acuerdo sobre el cese bilateral y definitivo del fuego, así como la dejación de armas y el proceso de reintegración a la sociedad de los guerrilleros en combate. Es plausible afirmar que más de cincuenta años de tragedias y sufrimientos podrán terminar con un estrechón de manos y unos compromisos claros. Histórico.
El contraste entre los discursos de las Farc al inicio de las conversaciones y el del día de ayer es el mayor testimonio del poder del diálogo cuando hay genuina intención de encontrarnos en las diferencias. No sobra recordar la indignación que producía una retórica violenta, desafiante, que prometía no someterse a la justicia, ni a las instituciones, que no reconocía víctimas y, más bien, se proponía a sí misma como víctima de un régimen que les validaba todos los crímenes cometidos. Esas eran las Farc que llegaron a Cuba.
Y, aun así, la persistencia de un proceso bien pensado, pausado y razonado creó las condiciones para que esta semana Timoleón Jiménez, o Timochenko, comandante de las Farc, fuera enfático en explicar que su guerrilla dejará las armas para siempre y que ahora la lucha será política, en el marco de las instituciones, de las reglas que todos respetamos. En un país donde las diferencias son excusas para atentar contra el otro, que el líder de la guerrilla más antigua sepultara la idea de que, si la democracia no nos gusta, tenemos derecho a matarnos, es muy diciente. “Que este sea el último día de la guerra”, afirmó el líder guerrillero. Que así sea, y que los puntos que falta afinar, que son complejos, no sean un obstáculo para llegar al acuerdo final lo más pronto posible.
En cuanto al acuerdo puntual, es clave que la seguridad sea infalible para construir justicia, pero no sólo para los guerrilleros en proceso de reinserción. La verificación internacional y la Fuerza Pública deberán garantizar que en las 23 zonas veredales y ocho campamentos donde se ubicarán los miembros de las Farc se garanticen todas las condiciones para que este proceso sea exitoso. También es necesario que el Estado demuestre que tiene la capacidad de entrar a los espacios que dejarán los guerrilleros y cumplirles a los habitantes de estas zonas de conflicto. Especialmente porque, como lo han venido anunciando los actos criminales recientes, hay muchas personas interesadas en sabotear con fuego los acuerdos, así como en tomar control de los lugares de histórica ausencia institucional. Hoy, como siempre, pero tal vez con un poco más de urgencia, el Gobierno tiene que demostrar su capacidad de proteger a la población civil. No vaya a ser que estemos sembrando las semillas de otros conflictos en un futuro muy cercano.
La refrendación ciudadana es —aparte de los asuntos que quedan por resolver que, aunque complejos, son más bien mecánicos— lo que realmente falta para dar el paso final. En ese sentido, la aceptación por parte de las Farc del mecanismo de refrendación que estudia la Corte Constitucional es una muestra más de la solidez de este acuerdo. La ciudadanía y la Constitución que no reconocían son ahora jueces de su compromiso.
Y sí, es posible que los colombianos decidan apoyar el no. Esas son las reglas del juego y el Gobierno debe garantizar que esa refrendación sea libre. Pero aun si el no fuera la decisión de los colombianos, eso no debería ser suficiente para tirar este esfuerzo por la borda. El punto al que hemos llegado en el entendimiento de dos enemigos históricos debe ser suficiente para que la guerra nunca vuelva a ser una opción. Que esta sea la oportunidad de empezar a construir una nueva Colombia, incluso renegociando asuntos que resulten intolerables para los votantes. Nos merecemos esa segunda oportunidad sobre la Tierra. Todo está dispuesto para que así sea.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.