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Cali y Colombia se lucieron con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP16). Ninguno de los principales temores que hubo en los meses previos al evento se materializó. La seguridad se garantizó a rajatabla, la organización logística fue impecable, la ciudad presentó su mejor cara y comportamiento, y el Gobierno Nacional se convirtió en un líder reconocido a nivel mundial en los debates en torno a sostenibilidad. Como suele ocurrir con las COP, quisiéramos más compromisos y mucho más urgentes, pues todavía persisten preguntas sobre la financiación y la ausencia de Estados Unidos es un gran palo en la rueda. Empero, el rol revitalizado de las comunidades indígenas y afros, los acuerdos sobre uso de información y los lazos renovados entre los países muestran la importancia de este tipo de encuentros.
La COP es producto de otra época. Como todas las reuniones auspiciadas por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), es una apuesta por el multilateralismo cuando los países están operando de manera más aislada. Por eso la frustración ha sido creciente: a problemas globales, la falta de cooperación lleva a crear obstáculos que no deberían existir. Sin embargo, no hay de otra. La visión ecocéntrica nos exige reconocer que la defensa de la biodiversidad y la lucha contra la emergencia climática es un problema de los humanos, no de los países por su propia cuenta. Si no hay solidaridad, si no se construyen mecanismos vinculantes, todo está condenado al fracaso.
En ese marco, podemos empezar quizás por el lunar de la COP16. Seguimos sin mecanismos eficientes y ambiciosos de financiación. Los países más ricos siguen teniendo mucha influencia sobre cómo se reparten los recursos, lo que se presta para problemas. Hizo bien Brasil, por ejemplo, en insistir que un nuevo fondo multilateral, para la conservación en países en desarrollo, sea manejado por una fiducia a cargo de la ONU. Sin embargo, sobre las grandes preguntas estructurales de financiación, se aplazó la discusión para futuras COP. Lo dicho, nos falta ambición cuando todo se queda en las marañas de la diplomacia internacional.
Dicho lo anterior, sí hubo varias buenas noticias de la COP16. Gracias a la presidencia de Colombia, en cabeza de la ministra de Ambiente, Susana Muhamad, se promovió la Coalición Mundial de Paz con la Naturaleza, se creó el fondo que mencionamos, se reconoció el rol de las comunidades afros, se creo un mecanismo de incidencia de las comunidades indígenas, se pactó un mecanismo para repartir los frutos de los productos construidos sobre bases de datos naturales. Más allá de los pactos puntuales, nuestro país adoptó una posición de liderazgo regional y global. Lo demuestra la ratificación, por fin, del colombiano Martin Von Hildebrand como nuevo secretario general de la Organización del tratado para la coordinación amazónica (Otca).
Gracias, Cali, por haber sido una sede excepcional. Lo dijimos en su momento: fue un enorme acierto del presidente de la República, Gustavo Petro, en haber elegido a la capital del Valle del Cauca. El éxito de la COP16 también muestra la importancia de la coordinación armónica entre Nación y entidades territoriales: cuando hay voluntad, los resultados son extraordinarios. Queda mucho trabajo por delante, pero es emocionante que nuestro país esté en el centro de conversaciones esenciales.
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