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El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro vive una situación muy compleja que él mismo contribuyó a crear. Su actitud autoritaria, en lo personal, y sus continuos errores en el manejo de la pandemia, en lo público, lo tienen contra las cuerdas. Brasil se ha convertido, por culpa de su negacionismo, en el país con mayor cantidad de casos confirmados de COVID-19 en América Latina y el sexto en el mundo. Las cifras de 220.000 personas infectadas y más de 14.000 muertes aumentan cada hora, agravando la situación para los países fronterizos, como Colombia.
Bolsonaro, frente al desastre que reflejan las estadísticas, ha terminado por enfrentar a gobernadores estatales, alcaldes, líderes sociales y la mayoría de la población que desaprueba su manejo de la crisis. Una serie de frases, que demuestran su indolencia frente al padecimiento de su pueblo, hablan por sí solas. Desde: “Esta es solo una gripita”, hasta: “Soy Mesías. Pero no hago milagros”. El lunes anterior, en otra de sus polémicas medidas, autorizó que se abrieran los gimnasios y los salones de belleza, mientras los hospitales están desbordados y se han tenido que habilitar parques y otros lugares públicos como cementerios. Por otro lado, firmó una medida provisional que exime a los funcionarios públicos de responsabilidad “civil y administrativa” en caso de cometer errores en el combate al coronavirus.
De momento, lo que pone en entredicho su eventual continuidad en el poder es la crisis desatada tras la renuncia inesperada de Sergio Moro, su ministro de Justicia, quien hizo graves denuncias sobre la injerencia de Bolsonaro para favorecer a sus hijos y para que se hicieran cambios en la cúpula de la Policía de Río de Janeiro. Sus hijos están vinculados a investigaciones por corrupción, la misma que prometió combatir como candidato. Moro no aceptó las presiones y lo puso en evidencia frente al país por utilizar, según su exministro, el poder presidencial a su favor. Además, para ganar apoyos políticos ante un eventual juicio en el Congreso, ha estado negociando con cuestionados partidos de centro que se venden al mejor postor, para asegurar gobernabilidad. A cambio, estos ya cuentan con posiciones dentro del gobierno que les permiten manejar un alto presupuesto.
Lo que agrava la situación es que sus seguidores, una tercera parte del electorado, no solo se sienten representados por él, sino que respaldan activamente al presidente. En Brasilia se han reunido miles de personas para expresarle su apoyo, a pesar de la crítica realidad que vive el país. Las zonas más afectadas por la crisis son los sectores más olvidados o que han sido fruto de agresivos comentarios por parte del mandatario. Los habitantes de las barriadas populares, los campesinos y los indígenas presentan las mayores tasas de infección y de muerte. Por este motivo el Gobierno del presidente Iván Duque tomó la decisión de endurecer las medidas de aislamiento en la zona limítrofe con Brasil, para tener “más presencia en todos los puntos de fronteras y ejercer el debido control, para evitar que estén llegando casos de población flotante”. Tiene toda la razón. En especial con el aumento de los contagios registrados en Leticia y los 85 casos en la cárcel de dicha ciudad.
La actitud responsable de un primer mandatario es la de velar por la salud, el bienestar y el respeto de los derechos fundamentales de los ciudadanos. En el caso de la actual pandemia, el mundo ha visto cómo algunos jefes de Estado o de gobierno, especialmente mujeres, han dado un manejo ejemplar. Del otro lado, el caso de Brasil tiene infortunadamente espejos y réplicas en varios lugares. Estados Unidos, México, Nicaragua, Venezuela y Reino Unido, por citar tan solo algunos casos, muestran cómo la soberbia de un gobernante y el deseo de asegurar réditos políticos o económicos han ocasionado una gran cantidad de muertes innecesarias, que se hubieran podido evitar o, al menos, disminuir sustancialmente.
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