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Gustavo Petro ha decidido llamar a los colombianos a que pateen la mesa de las instituciones. Sustentado en argumentos amañados, quien fue derrotado en la segunda vuelta presidencial está utilizando una estrategia típica de populistas de izquierda y derecha: destruir la legitimidad del Gobierno a toda costa para crear una narración de “ellos”, los criminales, contra “nosotros”, la ciudadanía. Se sobreentiende en sus palabras que la ciudadanía estará encabezada por él en vísperas de las elecciones de 2022. Se trata de una actitud peligrosa que promete ahondar la polarización y afectar la democracia colombiana.
En una serie de entrevistas, el senador de la Colombia Humana dijo que “el gobernante que tenemos no ganó las elecciones presidenciales de 2018. La Registraduría presentó el triunfo de Iván Duque contando unos votos comprados con los dineros del narcotráfico en La Guajira, el Magdalena y el Cesar, y faltan otras regiones, porque el traquetismo de Colombia se lanzó a apoyar a Duque”. Por eso, en su lógica, “un presidente ilegítimo lleva a su país hacia el matadero y, por lo tanto, la sociedad debe actuar, esa es la desobediencia civil”. En concreto, invitó a los padres a no llevar a los hijos al colegio ni pagar las facturas de servicios públicos.
¿Se puede criticar al gobierno de Iván Duque? Por supuesto, desde estas páginas lo hemos hecho. ¿Se debe exigir claridad sobre lo ocurrido con la ñeñepolítica y los posibles dineros del narcotráfico en la campaña del presidente? También. ¿Está demorada la Fiscalía en actuar? Sí. ¿Eso justifica que se cuestione la legitimidad del presidente y, además, se llame a la desobediencia civil, en la práctica destruyendo la credibilidad de las instituciones? No.
A Iván Duque lo eligieron más de diez millones de colombianos. ¿Su voluntad no cuenta? ¿Ellos qué rol cumplen en la “desobediencia civil”? ¿Son el enemigo? ¿No cabe en el país que la “ciudadanía” invocada por Petro está llamada a construir? ¿Su voto desaparece por las sospechas que hay de dineros indebidos? Porque el lenguaje utilizado por el senador es catastrófico: da la sensación de que Colombia está en una crisis institucional de proporciones apocalípticas. ¿Es esa la realidad?
Lo lamentable es que existe otra manera de hacer las cosas. La oposición política es una labor noble que, hecha bien, fortalece la democracia y las instituciones. El senador podría seguir utilizando los mecanismos legales y el debate público para cuestionar a quien lo derrotó. Eso, con miras a convencer a suficientes personas de que lo apoyen si decide lanzarse de nuevo a la Presidencia en 2022. Este tiempo de crisis es una oportunidad para que los políticos nos muestren cómo construirían país, pero el líder de la Colombia Humana demostró que su estrategia más rentable son el caos y la polarización. ¿A quién se parece?
Ya sabemos cómo van a contestar a este editorial. Nos acusarán de mil conspiraciones, de querer entorpecer el camino del verdadero progreso, de favorecer a determinado candidato político. Pero nuestra advertencia es solo una: los países que sucumben ante los discursos políticos del “ellos” contra “nosotros”, que se dejan llevar por el facilismo retórico, que deslegitiman al que piensa diferente, son presa fácil del odio. Así no se puede construir una Colombia en paz.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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