Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
No tiene sentido alguno que el matrimonio en Colombia se mantenga contra la voluntad de una de las partes que lo contrajeron. Sin embargo, al sol de hoy, esa sigue siendo la realidad en muchos casos. Debido a que el Código Civil tiene nueve causales que apuntan a la culpabilidad y exige llevar a cabo procesos de aporte de evidencias, que se vuelven humillantes y en algunos casos hasta son revictimizantes, es muy común que los procesos de divorcio se conviertan en espacios hostiles. Todo esto desdibuja la importancia de la figura: dos personas que se unen porque lo desean y quieren compartir un proyecto de vida juntos. Por fortuna, y por fin, el Congreso de la República acaba de aprobar una nueva medida que, de ser sancionada por Presidencia, enmendará este error.
Este debate sacó a relucir muchos prejuicios y posiciones dañinas que hay en torno a los matrimonios. La normatividad aprobada es clara en permitir que si una de las partes en un matrimonio desea divorciarse lo puede solicitar, y esa es la única causal a invocar. Sin embargo, una docena de congresistas se opusieron. Juan Manuel Cortés, representante a la Cámara por la Liga de Gobernantes Anticorrupción, dijo que “esto afecta los valores de nuestra sociedad; el matrimonio es sagrado y debemos protegerlo”. Es una posición que amerita ser analizada, pues esconde muchos de los problemas que perduran en la sociedad colombiana.
Es cierto que el matrimonio, históricamente y en la actualidad, ha sido un contrato esencial para la construcción de familias y sus respectivos proyectos de vida. Eso nadie lo cuestiona. No obstante, lo “sagrado” no debería ser la unión en sí misma, sino la voluntad de quienes la buscan. En últimas, el contrato del matrimonio existe para proteger y reconocer que hay dos personas que desean compartir el camino, soñar en pareja y aportarle al país desde ahí. ¿Por qué, entonces, permitir que haya divorcio si una de ellas ya no desea continuar es ir en contravía de nuestros valores? ¿Acaso el valor a defender es el de aguantarse cualquier cosa solo porque el matrimonio no debería acabarse?
Aquí es donde el debate se vuelve turbio. Porque los matrimonios, así como son espacios útiles, también se pueden convertir en cómplices de la violencia intrafamiliar. Abundan los casos de personas que tienen que quedarse en relaciones violentas, donde hay un claro desequilibrio de poder, solo porque el divorcio es un proceso engorroso, costoso y estigmatizado socialmente. La frase perversa de que “los trapos sucios se lavan en casa” esconde a muchas víctimas, en su mayoría mujeres, que no tienen escapatoria. El Estado no debería permitir esas dinámicas.
La representante Katherine Miranda, ponente del proyecto aprobado, lo tiene claro. Como explicó en La FM, “¿cuántas veces no hemos escuchado nosotros y nosotras la frase: es que no me quiere dar el divorcio? Casi siempre la dicen las mujeres porque al no encontrarse en una de las causales tienen que pasar dos años mostrando la separación de cuerpos para que proceda el divorcio. Allí hemos visto numerosos casos de violencia intrafamiliar y de feminicidios”. Tiene razón.
Desde el punto de vista humano y jurídico, el Congreso acaba de hacer lo correcto. Proteger el matrimonio y a las familias contemporáneas pasa también por crear herramientas útiles cuando estas se quiebren.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com
Nota del director. Necesitamos lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.