El megáfono a las víctimas de Pablo Escobar
El Espectador
Con la caída hoy del edificio Mónaco, presenciada por las víctimas de Pablo Escobar y auspiciada por la institucionalidad legal de Medellín, se inicia la construcción de un símbolo que busca homenajear la resistencia. Tal vez más importante aún, se trata de un gesto que le dice a la cultura mafiosa, tan viva hoy en esa ciudad y tan esparcida por toda Colombia, que nuestra sociedad aprendió de los errores del pasado y en su mayoría no está dispuesta a seguir rindiendo culto a la ilegalidad. Una guerra constante y todavía pendiente en el país es la cultural: ¿hemos derrotado el imaginario del “Robin Hood” criollo, que causa tanto daño, pero aun así es admirado e incluso agradecido por tantos?
Aunque son muchas las críticas que se le han hecho a la decisión de tumbar el Mónaco y a hacerlo con bombos y platillos, nos parece que son injustificadas. Quienes argumentan que la implosión del edificio pretende borrar la memoria del dolor de una ciudad estarían en lo cierto si el objetivo único fuese una medida cosmética. En realidad, lo que se busca es desmitificar un símbolo narco para erigir en su lugar un recordatorio de las víctimas. En síntesis, se trata de cambiar el foco del discurso.
Si Medellín está plagada de lugares infames que son objeto de peregrinación por parte de los admiradores de la cultura mafiosa, ¿por qué no darles un lugar medianamente equivalente a quienes sufrieron en carne propia el desafío violento de Pablo Escobar y sus similares?
Escribiendo para El Espectador, Reinaldo Spitaletta explica que “el Mónaco es el símbolo de una sociedad desvirtuada por su inclinación a lo ilegal, a lo ilícito e inmoral, y que erigió falsos héroes en torno al dinero mal habido. Es (aunque desaparecerá como edificio) una metáfora de la infamia”. Por eso, ahora que se abre la posibilidad de resignificarlo y de dar debates más abiertos, pide que la memoria sobre el edificio Mónaco aporte “más análisis, más investigaciones, más preguntas y respuestas acerca de cómo y por qué emergió un individuo que puso en jaque los ‘valores’ tradicionales de las viejas élites y se erigió como una expresión lumpesca que llegó a ser adorada (¿todavía?) por muchos excluidos de la fortuna. Y aun por los practicantes de la doble moral”.
Desde hace un año se vienen realizando asambleas con participación de la ciudadanía para decidir qué hacer con el Mónaco. Incluso hoy, mientras se lleva a cabo la implosión, en las universidades están convocados eventos para debatir sobre la memoria y el tema del narco en general. Eso es lo que se debe hacer. Fomentar las discusiones y seguir pensando cómo construimos en un país donde la violencia no solo es un recuerdo, sino una realidad constante. Los retos continúan y no es claro si como sociedad estamos haciendo lo suficiente para triunfar en la guerra cultural.
Finalmente, uno de los reclamos a la demolición ha sido el costo y que se haga en medio de reflectores. Sobre lo primero, según ha explicado el alcalde, Federico Gutiérrez, igual se trata de un monto inferior a lo que costaría que el edificio cumpla con las normas de resistencia a sismos de la actualidad. Sobre lo segundo, nos parece una reacción adecuada cuando en Netflix y espacios similares hay todo un movimiento cultural que endiosa la figura de Pablo Escobar. El espectáculo hay que enfrentarlo con contundencia, mensajes que no se oculten, sino que se difundan por toda Colombia y por el mundo.
El Mónaco desaparece, las cicatrices continúan. Es importante pasarles el megáfono a las víctimas.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
Con la caída hoy del edificio Mónaco, presenciada por las víctimas de Pablo Escobar y auspiciada por la institucionalidad legal de Medellín, se inicia la construcción de un símbolo que busca homenajear la resistencia. Tal vez más importante aún, se trata de un gesto que le dice a la cultura mafiosa, tan viva hoy en esa ciudad y tan esparcida por toda Colombia, que nuestra sociedad aprendió de los errores del pasado y en su mayoría no está dispuesta a seguir rindiendo culto a la ilegalidad. Una guerra constante y todavía pendiente en el país es la cultural: ¿hemos derrotado el imaginario del “Robin Hood” criollo, que causa tanto daño, pero aun así es admirado e incluso agradecido por tantos?
Aunque son muchas las críticas que se le han hecho a la decisión de tumbar el Mónaco y a hacerlo con bombos y platillos, nos parece que son injustificadas. Quienes argumentan que la implosión del edificio pretende borrar la memoria del dolor de una ciudad estarían en lo cierto si el objetivo único fuese una medida cosmética. En realidad, lo que se busca es desmitificar un símbolo narco para erigir en su lugar un recordatorio de las víctimas. En síntesis, se trata de cambiar el foco del discurso.
Si Medellín está plagada de lugares infames que son objeto de peregrinación por parte de los admiradores de la cultura mafiosa, ¿por qué no darles un lugar medianamente equivalente a quienes sufrieron en carne propia el desafío violento de Pablo Escobar y sus similares?
Escribiendo para El Espectador, Reinaldo Spitaletta explica que “el Mónaco es el símbolo de una sociedad desvirtuada por su inclinación a lo ilegal, a lo ilícito e inmoral, y que erigió falsos héroes en torno al dinero mal habido. Es (aunque desaparecerá como edificio) una metáfora de la infamia”. Por eso, ahora que se abre la posibilidad de resignificarlo y de dar debates más abiertos, pide que la memoria sobre el edificio Mónaco aporte “más análisis, más investigaciones, más preguntas y respuestas acerca de cómo y por qué emergió un individuo que puso en jaque los ‘valores’ tradicionales de las viejas élites y se erigió como una expresión lumpesca que llegó a ser adorada (¿todavía?) por muchos excluidos de la fortuna. Y aun por los practicantes de la doble moral”.
Desde hace un año se vienen realizando asambleas con participación de la ciudadanía para decidir qué hacer con el Mónaco. Incluso hoy, mientras se lleva a cabo la implosión, en las universidades están convocados eventos para debatir sobre la memoria y el tema del narco en general. Eso es lo que se debe hacer. Fomentar las discusiones y seguir pensando cómo construimos en un país donde la violencia no solo es un recuerdo, sino una realidad constante. Los retos continúan y no es claro si como sociedad estamos haciendo lo suficiente para triunfar en la guerra cultural.
Finalmente, uno de los reclamos a la demolición ha sido el costo y que se haga en medio de reflectores. Sobre lo primero, según ha explicado el alcalde, Federico Gutiérrez, igual se trata de un monto inferior a lo que costaría que el edificio cumpla con las normas de resistencia a sismos de la actualidad. Sobre lo segundo, nos parece una reacción adecuada cuando en Netflix y espacios similares hay todo un movimiento cultural que endiosa la figura de Pablo Escobar. El espectáculo hay que enfrentarlo con contundencia, mensajes que no se oculten, sino que se difundan por toda Colombia y por el mundo.
El Mónaco desaparece, las cicatrices continúan. Es importante pasarles el megáfono a las víctimas.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.