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La desaparición del líder del grupo terrorista Hamás, Yahya Sinwar, debería ser el hecho que permita acordar un cese al fuego inmediato en la Franja de Gaza, que acabe con el horror que lleva más de un año. Así lo han solicitado el presidente estadounidense, Joe Biden, el primer ministro alemán, Olaf Scholz, y el presidente francés, Emmanuel Macron, entre otros. Esta petición, que debería haberse aplicado hace mucho tiempo, permitiría el retorno de los rehenes israelíes que mantiene Hamás y terminaría con el desangre sufrido por los gazatíes. Pero las declaraciones del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en especial, y las de Hamás apuntan en el sentido contrario. Mientras tanto la guerra en el Líbano se incrementa y aún se espera la respuesta militar de Netanyahu contra Irán.
Para la mayoría de los países occidentales que apoyan a Israel, ya estarían dadas las condiciones para que se concrete el cese al fuego. En el caso de Estados Unidos, con la campaña presidencial en la recta final, tanto Biden como la candidata demócrata, Kamala Harris, presionan en ese sentido. Si se lograra, sería un empujón a Harris que podría motivar a electores árabes en Estados donde su voto puede decidir el resultado final. Las declaraciones de Netanyahu, al decir que “el mal ha sufrido un duro golpe” pero “la misión no ha terminado”, no dan camino al optimismo. Su idea de erradicar a Hamás, con lo que se comprometió hace un año, no parece realista y, como lo señalan los analistas, con el número absurdo de muertos, heridos y desplazados, lo que se logrará es crear nuevos militantes de grupos fundamentalistas dispuestos a inmolarse por lograr un Estado palestino.
Sinwar fue el responsable de los ataques del 7 de octubre del año pasado, que ocasionaron el asesinato de 1.200 personas en Israel y el secuestro de 250 más, utilizadas como rehenes. La respuesta israelí, con la comisión de crímenes de guerra, delitos de lesa humanidad y el posible delito de genocidio, ha ocasionado el asesinato de más de 42.000 personas, la mayoría mujeres y niños, y la destrucción de cerca del 70 % de la infraestructura. Su muerte se sumó a las de su antecesor, Ismail Haniyeh, en Teherán, de Saleh al-Arouri, del ala política, y se cree que han muerto el líder militar, Mohamed Deif, y el número tres, Marwan Issa. A esto hay que añadir las explosiones de los buscapersonas y los walkie-talkies de miembros altos y medios de Hezbolá, en el Líbano, y luego el asesinato de Hasán Nasralá, líder máximo de ese grupo terrorista, además de sus dos reemplazos. Estos últimos logros militares les han permitido a los servicios de inteligencia redimir en parte los graves errores que permitieron el ataque de Hamás hace un año.
Benjamin Netanyahu ha recuperado así el apoyo político que había perdido. Ya se habla menos de la exigencia por el retorno de los rehenes en poder de Hamás. Si hay nuevas elecciones volvería a ganar, lo que le permitiría mantenerse en el poder y evitar el proceso por corrupción que tiene pendiente, responder por los errores de inteligencia de octubre del año pasado y, muy especialmente, blindarse contra las acusaciones internacionales por los graves delitos cometidos en Gaza y, ahora, en el Líbano. De esa manera, sin importar lo que se diga de él a escala internacional, parece salir una vez más airoso de una situación que, unos meses atrás, amenazaba con acabar con su carrera política.
Atendiendo a estas realidades, todo indica que la situación de guerra, muerte y destrucción en Gaza, Cisjordania, Líbano y, eventualmente, Irán, una vez se lleve a cabo el anunciado ataque israelí de retaliación, continuará. A Benjamin Netanyahu, lo ha demostrado, le tienen sin cuidado las normas del derecho internacional y las peticiones de un inmediato cese al fuego que dé paso al inicio de los inaplazables diálogos para que por fin se establezca la fórmula de los dos Estados: Israel y Palestina.
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