El peligro de la pólvora
La pólvora, desde donde se le vea, tiene toda la apariencia de un juego. El problema es que no lo es. Por eso hay quemados (en su mayoría niños) todos los años.
El Espectador
Porque es un acto peligroso que se insertó en la cultura colombiana como algo cotidiano que se hace a final de año. Tan usual y en apariencia cándido como las novenas o los buñuelos, nos llega siempre en forma de mala noticia. Podemos verlo en las calles, en las fincas, en los barrios, en las plazas principales. Todo gira alrededor de entretenerse viendo cómo se queman los voladores en el cielo. Nadie piensa, hasta que le pasa, que el quemado podría ser uno mismo. O un niño.
Erradicar una conducta o una idea, cuando están tan arraigadas en el imaginario colectivo, es bastante difícil. No sólo hacen falta las campañas mediáticas en contra del uso irresponsable de la pólvora o las sanciones en comparendos o incluso penales, todas útiles para ayudar a frenar un poco una actitud aceptada, sino que también hace falta la interiorización de que algo es malo. De que por más aceptado que esté, es reprochable.
Por esas razones es que los niños quemados en Colombia, durante estas temporadas navideñas, ascienden a más de 250. Los adultos comparten una cifra similar. Y eso que aún no hemos llegado a las fiestas de Año Nuevo, en donde siempre hay más pólvora, festividad y quemados. Veremos las cifras, y las fotos y los videos y las caras de pesadumbre de los funcionarios públicos informándonos eso. ¿Cuándo aprenderemos que las fiestas no deben estar relacionadas con eso? ¿Cuántos quemados más de los que tendremos que saber, no como una excepción, sino como la regla? ¿Hasta cuándo un adulto entenderá que lo que está haciendo es un acto irresponsable y no algo para reírse?
Las autoridades no han dado partes de tranquilidad. O bueno, lo que han dicho no podemos denominarlo así. Decir que las cifras han bajado con respecto al año pasado es un avance ínfimo al lado de la cifra exorbitante que podemos leer en los avances informativos. Además incompleta porque, de nuevo, falta el día en el que los quemados son los más. Antioquia, como siempre, presenta los números más altos, cosa que da a entender que en ese departamento la tradición alrededor de la pólvora es muy grande.
Las medidas restrictivas están bien pensadas: el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar dijo que los padres de menores que resulten heridos tendrán que tomar un curso pedagógico —que aunque suene tarde, puede resultar útil— si la lesión es leve, pero si es muy grave podrían incluso perder la patria potestad de sus hijos. A actos graves medidas graves, parece ser la filosofía que inspira este castigo. Pero aunque disuada, no parece ser suficiente. Asimismo, se nos ha informado que 66 casos han dado como consecuencia la toma de medidas de protección y seis denuncias penales por negligencia familiar.
Esto ayudará en los casos individuales. ¿Qué hacer con el resto del pensamiento colectivo, claramente contaminado con la idea de la felicidad y la tradición que supone la pólvora? Sólo nos quedan espacios como este para pedirlo a viva voz: ¡no más! Llegó la hora de pensar cada uno que la pólvora no es un juego, que es una actividad para profesionales, que los niños propios pueden ser los damnificados, que hay otras formas de pasar la noche.
Ya no se trata de un llamado inocente, o de una absurda petición de los “buenos y aburridos” que cumplen las normas. Y para la muestra están las fotos, la prueba vívida de que una noche de la tan mentada diversión o de una conducta cultural —y reprochable— pueden arruinar la vida de una persona. Para siempre. Ojalá el Año Nuevo no nos agarrara con esa noticia. Y esperamos que las autoridades locales estén ese día con las alarmas prendidas.
Porque es un acto peligroso que se insertó en la cultura colombiana como algo cotidiano que se hace a final de año. Tan usual y en apariencia cándido como las novenas o los buñuelos, nos llega siempre en forma de mala noticia. Podemos verlo en las calles, en las fincas, en los barrios, en las plazas principales. Todo gira alrededor de entretenerse viendo cómo se queman los voladores en el cielo. Nadie piensa, hasta que le pasa, que el quemado podría ser uno mismo. O un niño.
Erradicar una conducta o una idea, cuando están tan arraigadas en el imaginario colectivo, es bastante difícil. No sólo hacen falta las campañas mediáticas en contra del uso irresponsable de la pólvora o las sanciones en comparendos o incluso penales, todas útiles para ayudar a frenar un poco una actitud aceptada, sino que también hace falta la interiorización de que algo es malo. De que por más aceptado que esté, es reprochable.
Por esas razones es que los niños quemados en Colombia, durante estas temporadas navideñas, ascienden a más de 250. Los adultos comparten una cifra similar. Y eso que aún no hemos llegado a las fiestas de Año Nuevo, en donde siempre hay más pólvora, festividad y quemados. Veremos las cifras, y las fotos y los videos y las caras de pesadumbre de los funcionarios públicos informándonos eso. ¿Cuándo aprenderemos que las fiestas no deben estar relacionadas con eso? ¿Cuántos quemados más de los que tendremos que saber, no como una excepción, sino como la regla? ¿Hasta cuándo un adulto entenderá que lo que está haciendo es un acto irresponsable y no algo para reírse?
Las autoridades no han dado partes de tranquilidad. O bueno, lo que han dicho no podemos denominarlo así. Decir que las cifras han bajado con respecto al año pasado es un avance ínfimo al lado de la cifra exorbitante que podemos leer en los avances informativos. Además incompleta porque, de nuevo, falta el día en el que los quemados son los más. Antioquia, como siempre, presenta los números más altos, cosa que da a entender que en ese departamento la tradición alrededor de la pólvora es muy grande.
Las medidas restrictivas están bien pensadas: el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar dijo que los padres de menores que resulten heridos tendrán que tomar un curso pedagógico —que aunque suene tarde, puede resultar útil— si la lesión es leve, pero si es muy grave podrían incluso perder la patria potestad de sus hijos. A actos graves medidas graves, parece ser la filosofía que inspira este castigo. Pero aunque disuada, no parece ser suficiente. Asimismo, se nos ha informado que 66 casos han dado como consecuencia la toma de medidas de protección y seis denuncias penales por negligencia familiar.
Esto ayudará en los casos individuales. ¿Qué hacer con el resto del pensamiento colectivo, claramente contaminado con la idea de la felicidad y la tradición que supone la pólvora? Sólo nos quedan espacios como este para pedirlo a viva voz: ¡no más! Llegó la hora de pensar cada uno que la pólvora no es un juego, que es una actividad para profesionales, que los niños propios pueden ser los damnificados, que hay otras formas de pasar la noche.
Ya no se trata de un llamado inocente, o de una absurda petición de los “buenos y aburridos” que cumplen las normas. Y para la muestra están las fotos, la prueba vívida de que una noche de la tan mentada diversión o de una conducta cultural —y reprochable— pueden arruinar la vida de una persona. Para siempre. Ojalá el Año Nuevo no nos agarrara con esa noticia. Y esperamos que las autoridades locales estén ese día con las alarmas prendidas.