Crear el Estatuto Temporal de Protección para Migrantes Venezolanos fue una gran decisión del presidente Duque. Antes de cualquier consideración, se trata de una apuesta por la dignidad y los derechos humanos de las personas que han tenido que huir de un país hundido en la miseria y el autoritarismo. Con una muestra de buena voluntad, Colombia cumple las promesas de la Constitución y les extiende una mano a quienes más la necesitan. Una política de Estado que opta por la regularización envía el mensaje inequívoco de que en nuestro país no hay ciudadanos de segunda categoría. Es una medida valiente, humanitaria y que debe celebrarse sin reparos.
Hay muchos motivos para celebrar el Estatuto. Vamos a intentar recopilarlos todos, pues cada colombiano merece comprender este hecho histórico como una oportunidad: nuestro país, nuestra economía y nuestras instituciones se fortalecen cuando protegemos a todas las personas, cuando les decimos que no deben esconderse de las autoridades, cuando les abrimos la puerta a los servicios que cualquier ciudadano debe tener.
Primera razón: es un acto de humanidad. Unos 966.000 migrantes que están en condición irregular no tienen acceso garantizado al sistema educativo, ni al sistema de salud, ni pueden conseguir trabajo con todas las protecciones que otorga la ley. Eso los expone a violencia, los vuelve vulnerables y los hace ver como parias en nuestras ciudades. En síntesis, la irregularidad les arrebata la dignidad. El Estatuto promete tratarlos como lo que son: seres humanos que merecen una oportunidad en Colombia.
Segunda razón: es una buena inversión económica. Tan pronto se anunció el Estatuto, los críticos salieron a decir que de dónde va a salir el dinero, que se trata de un desperdicio de los recursos públicos. Eso es falso. Por una parte, Colombia ya tiene que cubrir los gastos de urgencias y otros servicios a los cuales acceden las personas en condición irregular, así que el país estaba en mora de organizar este asunto. Por otro lado, está comprobado que las poblaciones que se asimilan a nuevos países aportan en impuestos al Estado y en apoyo a las comunidades a las que llegan. Poder entrar a trabajar en condiciones de igualdad mejora el empleo formal, evita la explotación y hace que nuestra economía se dinamice.
Tercera razón: nos ayuda a vencer la pandemia. Una gran pregunta era qué iba a ocurrir con las vacunas de las personas en condición irregular. Ahora lo sabemos. Gracias al Estatuto, el Gobierno podrá vacunar a cientos de miles de migrantes con ayuda de la cooperación internacional. Esto ayudará a que Colombia alcance más pronto la inmunidad y reducirá el riesgo de salud pública.
Vendrá una ola de xenofobia. Ya la podemos rastrear en redes sociales. Es, también, lo que nos advierten las experiencias internacionales. Pero, ante eso, los colombianos tenemos que contestar con argumentos y, sobre todo, con humanidad. Así podremos decir que cuando los migrantes nos necesitaban, los recibimos con respeto. Como se debe.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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Crear el Estatuto Temporal de Protección para Migrantes Venezolanos fue una gran decisión del presidente Duque. Antes de cualquier consideración, se trata de una apuesta por la dignidad y los derechos humanos de las personas que han tenido que huir de un país hundido en la miseria y el autoritarismo. Con una muestra de buena voluntad, Colombia cumple las promesas de la Constitución y les extiende una mano a quienes más la necesitan. Una política de Estado que opta por la regularización envía el mensaje inequívoco de que en nuestro país no hay ciudadanos de segunda categoría. Es una medida valiente, humanitaria y que debe celebrarse sin reparos.
Hay muchos motivos para celebrar el Estatuto. Vamos a intentar recopilarlos todos, pues cada colombiano merece comprender este hecho histórico como una oportunidad: nuestro país, nuestra economía y nuestras instituciones se fortalecen cuando protegemos a todas las personas, cuando les decimos que no deben esconderse de las autoridades, cuando les abrimos la puerta a los servicios que cualquier ciudadano debe tener.
Primera razón: es un acto de humanidad. Unos 966.000 migrantes que están en condición irregular no tienen acceso garantizado al sistema educativo, ni al sistema de salud, ni pueden conseguir trabajo con todas las protecciones que otorga la ley. Eso los expone a violencia, los vuelve vulnerables y los hace ver como parias en nuestras ciudades. En síntesis, la irregularidad les arrebata la dignidad. El Estatuto promete tratarlos como lo que son: seres humanos que merecen una oportunidad en Colombia.
Segunda razón: es una buena inversión económica. Tan pronto se anunció el Estatuto, los críticos salieron a decir que de dónde va a salir el dinero, que se trata de un desperdicio de los recursos públicos. Eso es falso. Por una parte, Colombia ya tiene que cubrir los gastos de urgencias y otros servicios a los cuales acceden las personas en condición irregular, así que el país estaba en mora de organizar este asunto. Por otro lado, está comprobado que las poblaciones que se asimilan a nuevos países aportan en impuestos al Estado y en apoyo a las comunidades a las que llegan. Poder entrar a trabajar en condiciones de igualdad mejora el empleo formal, evita la explotación y hace que nuestra economía se dinamice.
Tercera razón: nos ayuda a vencer la pandemia. Una gran pregunta era qué iba a ocurrir con las vacunas de las personas en condición irregular. Ahora lo sabemos. Gracias al Estatuto, el Gobierno podrá vacunar a cientos de miles de migrantes con ayuda de la cooperación internacional. Esto ayudará a que Colombia alcance más pronto la inmunidad y reducirá el riesgo de salud pública.
Vendrá una ola de xenofobia. Ya la podemos rastrear en redes sociales. Es, también, lo que nos advierten las experiencias internacionales. Pero, ante eso, los colombianos tenemos que contestar con argumentos y, sobre todo, con humanidad. Así podremos decir que cuando los migrantes nos necesitaban, los recibimos con respeto. Como se debe.
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