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El Salvador está en riesgo de ver su institucionalidad desmantelada a manos de un presidente con delirios mesiánicos y que está demostrando sus tendencias autoritarias. El domingo, Nayib Bukele, quien se vendió dentro y fuera de su país como “el presidente millennial”, militarizó la Asamblea y dio un espectáculo para amedrentar a los parlamentarios. ¿El motivo? Que no ha podido aprobar un préstamo para seguir ejecutando su plan de seguridad.
Todos los líderes autoritarios se parecen, sin importar en qué parte del espectro ideológico se ubican o la edad que tengan. Lo que viene haciendo Bukele parece sacado de un libro de texto sobre cómo afectar la legitimidad de las instituciones para seguir concentrando el poder en la figura del presidente. Es lamentable ver ese retroceso en El Salvador, un país que lleva décadas luchando por reconstruirse después del conflicto armado que padeció.
El presidente está presionando al legislativo para que le aprueben un préstamo de US$109 millones. El objetivo de ese dinero es adquirir equipos tecnológicos para combatir la delincuencia y serviría para renovar las instalaciones del hospital militar y fortalecer las clínicas para la atención a policías y soldados. Se trata de un objetivo necesario en un país con una de las tasas de homicidios más elevadas en el mundo.
Sin embargo, los métodos utilizados por Bukele son cada vez más peligrosos. Leer sus redes sociales o escuchar sus discursos es entrar en el lenguaje de los cultos: él, y solo él, puede garantizar la mejoría de El Salvador. Aprovechando la devoción que genera, ha citado el artículo 87 de la Constitución de su país: “Se reconoce el derecho del pueblo a la insurrección, para el solo objeto de restablecer el orden constitucional alterado por la transgresión de las normas relativas a la forma de gobierno o al sistema político establecidos”. En este proceso, como cuenta El Faro, medio independiente de ese país, ha tildado a los parlamentarios de “sinvergüenzas” y “criminales”.
No contento con la estigmatización, el domingo militarizó el Congreso y entró a sus instalaciones. A las afueras, pantallas LED mostraban cómo el presidente entraba acompañado de los hombres armados. ¿Se necesitan más evidencias de que está intentando proyectar la típica imagen de hombre fuerte?
Una vez adentro dijo: “Ahora creo que está muy claro quién tiene el control de la situación”. Rezó un poco y volvió a salir, diciendo que Dios le pidió paciencia y dándole una semana a la Asamblea para que apruebe el crédito. Esto no es una negociación, es un ultimátum.
En entrevista con El País de España, Bukele dijo: “Si yo fuera un dictador o alguien que no respeta la democracia, ahora hubiera tomado el control de todo”. Es cierto, todavía no se ha graduado de líder autoritario, pero su comportamiento ha prendido las alarmas en El Salvador y el resto del mundo.
Así se desmonta el equilibrio de poderes en nuestras democracias débiles. Un líder carismático, aplaudido por los ciudadanos, estigmatiza a quienes no cumplen sus caprichos, utiliza al Ejército para amedrentar y demostrar que él tiene la fuerza de su lado, instrumentaliza la religión para mostrarse como el elegido por métodos divinos y luego pide que se le agradezca por no haber ido más lejos en sus acciones. Vienen días difíciles para El Salvador.
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